Sábado, 27 de abril de 2024

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¡Ven Espíritu Santo!

por Él me rescató

 “Necesito creer que algo extraordinario es posible”

A beatiful mind

            La escena transcurre en su dormitorio. John Nash, decidido a afrontar su esquizofrenia sin medicamento alguno, espera la decisión de Alicia, su mujer. No sólo está en vilo el destino de John, sino el de su matrimonio; él sabe perfectamente que una vida sin ella, acompañado por sus visiones delirantes, es imposible. Sabe que la victoria que desea alcanzar con toda su alma sobre la enfermedad sólo puede alcanzarla alimentado por el amor de Alicia. Su destino –su felicidad atormentada- depende de Alicia. Ella puede quedarse con él asumiendo que John  intente matarla en un ataque psicótico. Pero también Alicia puede firmar el ingreso de su marido en el psiquiátrico y ahogar los delirios de John, sí, pero con sus delirios matar en vida al propio John.

            Sentado al borde la cama, él espera a Alicia. Ella, con paso cadencioso, ya ha tomado la decisión. El dilema de Alicia es el dilema de toda vida humana; un dilema que define nuestra vida y la hace, según lo resolvamos, distinta y única. El amor ha vencido. La seguridad de un marido confinado en una locura controlada  por pastillas o el riesgo de una vida al límite de un precipicio sin fondo, pero sostenido por un amor confiado. Sí, el amor ha vencido. Alicia, despreciando la seguridad que le ofrece  el doctor Rosen, prefiere el vértigo de la libertad y del riesgo de amar a su marido loco.

            Contra todo esperanza, contra los más elementales indicios de la psiquiatría, contra la posibilidad de que John quiera matarla, Alicia decide que su vida sólo merece la pena al lado de su marido. Comprende que su salvación, como la de John, está en su intento de vivir con amor la titánica lucha que sostendrán los dos por ser fieles  a su deseo de felicidad.

A beatiful mind, traducida al castellano por “una mente maravillosa”, es metáfora de nuestras vidas. Nuestro deseo de felicidad se ve continuamente bloqueado por circunstancias propias y ajenas que parecen conjurarse para que aceptemos los miserables sucedáneos de dicha que tenemos a nuestro alcance. Sólo el amor de alguien que está dispuesto a darlo todo por nosotros, incluso la vida, puede salvarnos de nuestra miseria. Pero también, como John, debemos buscar ese amor, pedirlo y aceptarlo cuando se nos da gratuitamente. La fuerza de John nace de él, pero sin Alicia sucumbiría; el amor de Alicia se prueba ante un marido que desea compartirlo todo con su esposa, incluso sus delirios de loco: he ahí la clave de la salvación de ambos.

Sólo entonces, cuando Alicia sabe que su destino está para siempre unido a su marido, puede decirlo. No es fácil reconocerlo. Vivimos lejos de nosotros mismos. Nuestra capacidad de engaño, infinita; pero cuando, urgidos por el dolor, damos un paso al frente, nuestras palabras nos transportan a un lugar distinto situándonos ante un verdad que habita en nosotros –lo ha hecho desde siempre-  revelándose con una luminosidad inédita. Con ojos firmes y profundos, casi desafiantes, Alicia dice: “necesito creer que algo extraordinario es posible”.

Me ayuda mucho imaginarme la primera comunidad de apóstoles y seguidores del Señor. Después de su muerte, eran hombres y mujeres derrotados por el pánico. Su única esperanza, aquel hombre excepcional que conocieron, yace en una tumba prestada. Miedo, vacío, desesperación, inseguridad, fracaso. “¿Qué será de mí?”, se diría cada uno de ellos. Cuando se ha conocido la verdad o se ha sido feliz, es difícil vivir sin la dicha conocida.

De todos esos sentimientos de amargura y desesperación, sólo el amor del Señor puede sacarnos. Los apóstoles lo experimentaron en su alma. Esa comunidad retraída por el miedo se convierte en un grupo animoso y alegre dispuesto a llevar la palabra de Dios a todo el mundo. Sólo un amor que no es humano es capaz de causar semejante transformación. Los primeros apóstoles necesitaban creer, aunque no lo verbalizaran, que “algo extraordinario es posible”. En efecto, lo más extraordinario sucedió: que Cristo vive resucitado por amor a nosotros. Nada más extraordinario es posible.

Quienes vivimos en tiempos posteriores la verdad de Cristo resucitado y de su Iglesia lo creemos por el Espíritu Santo. Por el Espíritu perseveramos en nuestra fe a Cristo y a su Iglesia, por el Espíritu pertenecemos a la Iglesia. El Espíritu nos conduce y nos sorprende. Por el Espíritu estamos donde estamos, vivimos lo que vivimos, morimos a nosotros mismos, sabemos que lo más real es Él, el Espíritu que Cristo nos da.

Necesitamos creer que es posible algo extraordinario, como Alicia, porque nuestro corazón sabe que no hay nada más real que lo extraordinario. Nada más humano que un amor que no tiene límites y perdona  arriesgándose hasta el extremo. Nada más natural que lo sobrenatural.

No seamos ingenuos. Sólo el Espíritu Santo puede acercarnos a la certeza de que en lo extraordinario se juega nuestra vida. Nuestros contemporáneos  transitan por sus vidas alejados  de sí mismos, bizcos y sordos a las llamadas de un Dios que los ama. A diferencia de John, viven con extraña delectación un dolor vacío de esperanza.

Ante un mundo que parece que ha dejado la verdad y la esperanza a un lado –esto es, el amor- el cristiano tiene la tarea de recordar que, acogiendo el extraordinario amor del Espíritu de Dios,  podemos vivir con alegre esperanza nuestras locuras particulares.

Por ello, ¡ven Espíritu Santo!

Un saludo.

                       

 

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