Viernes, 22 de noviembre de 2024

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San Romualdo

por Carlos Jariod Borrego



 

 

"Un buen padre educa a sus hijos,
un mal padre los perderá"
Evagrio Póntico    


       He leído últimamente la Vida de San Romualdo, escrita por San Pedro Damián, que me ha facilitado un hermano de la fraternidad de laicos camaldulenses. La edición es colombiana y es la única existente en nuestra lengua. La pregunta que me hago es en qué  puede ayudarnos San Romualdo para ganar el Cielo ya aquí en el mundo.

Aparentemente San Romualdo es un hombre muy alejado de nosotros. Nace en el siglo X y muere en la centuria siguiente. Su vida consistió en un ir de aquí para allá fundando eremitorios. Gustaba de una vida de penitencia extrema. Su existencia estuvo volcada en la renovación de la vida monástica, preservando la soledad y el silencio de los anacoretas de la época, en peligro por la pujanza de la vida cenobítica. La hagiografía de Pedro Damián dibuja una figura portentosa, orlada de virtudes, milagros y luchas contra el Maligno, que es siempre burlado. Su última fundación –Camaldoli- persiste actualmente; por lo demás, san Romualdo es considerado por los eremitas camaldulenses como su fundador.

Creo que el Espíritu Santo nos acerca a cada uno de nosotros a ciertos santos para que lo tengamos como intercesores en nuestro peregrinaje por el mundo. Poco importa la época en que vivieron o sus vicisitudes históricas. Si lo pensamos con cuidado, las circunstancias externas no son más que las condiciones materiales en que vivieron, pero nunca fueron determinantes. Lo principal, siempre, es la relación personal entre el santo y el Señor, la obediencia, la mansedumbre, la docilidad a la voz del Espíritu. Su carisma será tanto más sugerente para cada cual en función de lo que Dios quiere para cada uno de nosotros. Poco importa que nuestro santo viviera en plena Edad Media o que se aplicara en una penitencia continua que asombrara a los hombres de la época, mucho más recios que nosotros. Es sin duda un heredero de la tradición de los padres del desierto, pero quienes habitamos en las ciudades del siglo XXI podemos aprovecharnos de su enseñanza. Así pues, ¿por qué San Romualdo?

En primer lugar, porque ejerce una paternidad muy actual. Sus hijos espirituales constituyen las dos grandes familias camaldulenses actuales: la Congregación de monjes camaldulenses de la orden de San Benito y la Congregación de eremitas camaldulenses de Montecorona. En España disfrutamos de una comunidad de nueve eremitas de esta última congregación, en el Yermo de de Nuestra Señora de Herrera, muy cercano a Miranda de Ebro (Burgos).

Ahora bien, sería un error creer que la paternidad de nuestro santo se limita al restringido ámbito del eremitismo occidental o del monaquismo. Encuentro en San Romualdo un excelente ejemplo de santidad basado en la desposesión de sí mismo, la soledad, el silencio, la oración continua y la humilde docilidad a la voz del Espíritu. San Romualdo es, además, ejemplo vivo de lucha decidida contra los poderes del mal, infiltrados en la misma Iglesia, en su celda, en el corazón de sus hermanos y –estoy convencido- en el suyo.

Creer que Romualdo es una figura del pasado, reservado a una exigua minoría de consagrados, sería arrojar todo lo que él fue al baúl de los recuerdos. La existencia de monjes y eremitas entre nosotros es una llamada a los que vivimos en el mundo. Una llamada a participar con ellos, desde dentro de las entrañas del mundo, en una vida sobria, silenciosa y de oración. San Romualdo nos recuerda, junto con sus hijos espirituales, que una vida en Dios es una vida alejada del mundo aunque estemos en él. Que una vida en Dios es una vida transmutada en oración. Que una vida en Dios es una vida de continua lucha, de altos y bajos, lucha a muerte con el Enemigo y con el espíritu del mundo que nos penetra y vacía. San Romualdo es modelo de desapego interior  y, por ello, de fortaleza sobrenatural.

Pero probablemente la lección más llamativa de Romualdo es que el extraordinario despliegue de energía que derrochó se debe a su unión contemplativa con Cristo. Que la oración y el silencio es el único modo de realizar las obras que Cristo quiere de nosotros. Es Él quien nos dará las fuerzas y la sabiduría necesarias para hacer lo que Él espera de nosotros.

Los yermos y monasterios de los hijos de Romualdo son portentosos pulmones que exhalan aire puro del Espíritu para que los demás podamos respirar algo del celestial elixir de Dios en el mundo. Y esa ambrosía del Cielo nos habla de silencio, soledad y oración; nos invita a encontrar a Dios en nuestro corazón y, desde él, a encontrarlo en el prójimo. Nos aleja del mundo no para huir de él, sino para vivirlo con el desapego de Romualdo. La lección de nuestro santo es extraña a los ojos del mundo, pero infinitamente querida por la Iglesia.

Estoy convencido de que la presentación atractiva del modo de vida monástico y eremítico a nuestra juventud puede ser un nuevo impulso a la nueva evangelización que tanto desea Benedicto XVI. Que así sea en este año 2012 en el que celebramos los mil años de la fundación del Yermo de Camadoli por San Romualdo.

Un saludo

 




 

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