El desafío de la Navidad
alma, lo que le agrada es verme amar
mi pequeñez y mi pobreza”
Santa Teresita
Decían los clásicos que el principio del conocimiento está en el asombro. Cuando alguien siente estupor ante un acontecimiento hay una mezcla de incomprensión y fascinación por lo que nos resulta inclasificable intelectualmente. Estupor, admiración o asombro son palabras que, con matices diversos, apuntan a la experiencia humana de estar tocados por la verdad, necesitar de ella; cuando la realidad nos sacude con su belleza o con su fuerza, necesitamos penetrarla hasta el tuétano para poder hacerla nuestra.
Pero todo lo humano tiene su oscuridad. La admiración puede ser neutralizada por la pereza o, simplemente, por nuestra inclinación al engaño. Sofocar los deseos íntimos de nuestro corazón de adorar y venerar la creación divina mediante la costumbre o la aburrida rutina es el modo más peligroso de alejarse de una verdad que nos llama por nuestro nombre.
Lo peor de
Dios se hace uno de nosotros a las afueras en un pueblecito perdido llamado Belén. Lo hace miserablemente, puesto que sus padres ni siquiera encuentran un techo para que su madre, María, pueda dar a luz. Solos, desprovistos de lo materialmente necesario. A la intemperie. La rutina de celebrar muchas veces
Frente a la dureza de
Si nos separamos de los tópicos de una Navidad dulce y de pandereta, la experiencia humana espontánea ante el pesebre de Belén es de estupor y de adoración. Estupor porque es inconcebible en mente humana lo ocurrido en una perdida gruta de Belén. Adoración, porque el Misterio de
El pesebre de Belén es ante todo una invitación a vivir sabiéndose pobre. La pobreza de ese Niño, que podría haber nacido en un palacio, no es una cualidad accesoria; es la nota principal sin la que no podríamos acercarnos a Él y besarle. La pobreza de Belén –del Niño, pero también la de sus santos padres- es una interpelación a nuestro corazón lleno de orgullo: sólo siendo como niños, es decir, radicalmente indigentes, podemos conocer al Señor. Mensaje duro, árido, exigente, alejado del jolgorio mundano de estos días.
Nuestra vida depende de conocer y vivir esa verdad, la verdad del pesebre de Belén. Solemos estar en lucha contra nuestra frustración; la vida se nos revela muchas veces decepcionante, nosotros mismos descubrimos una y otra vez la abismal diferencia entre lo que queremos ser y lo que somos. Estamos continuamente luchando contra nosotros mismos, por no hablar de los defectos de los demás. O descubrimos la persona viva de Cristo en el portal de Belén o estamos condenados a la búsqueda de sucedáneos para burlar nuestra desolación o a la desesperación.
El gran escritor americano David Foster Wallace escribió en su conferencia This is water estas palabras: “
Por todo ello, con mis mejores deseos ¡FELIZ NAVIDAD!