Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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María, madre de lo escondido

por Carlos Jariod Borrego

 “¿Qué tenemos que no hayamos recibido?

El conocimiento de nosotros mismos

 nos pone de rodillas”

Madre Teresa

           

            Solemos pensar que las grandes decisiones que cambian la vida de millones de personas se toman en lujosos despachos. Estamos convencidos de que los personajes que pueblan nuestros periódicos o telediarios definen el rumbo de nuestros destinos. El mundo nos hace creer, una vez más, que el poderoso es capaz de roturar la faz de tierra con su única voluntad. Políticos, militares, periodistas célebres, multinacionales, gobiernos. Los tememos o los adulamos, preferimos acercarnos a ellos con tiento o nos alejamos con asco o amargura; en cualquier caso, se diría que son ellos los que dirigen las vidas sencillas, humildes y aburridas de todos nosotros.

            Hace años el Hermano Roger dirigió estas palabras a unos mineros polacos: “Los que determinan los cambios del mundo no son aquellos que, aparentemente, están en las primeras líneas. Mirad a la Virgen María. Tampoco ella pensaba que su vida fuera esencial para el futuro de la familia humana. Al igual que la Madre de Dios, sois vosotros, los humildes de este mundo, los que preparáis los caminos de un porvenir de otros muchos a través de la tierra”.

            Es estremecedor pensar que la suerte de la humanidad y la de cada uno de nosotros ha dependido de un ”sí” escondido en un lugar perdido de una colonia del imperio romano. Es anonadante reparar que mi salvación empezó a gestarse con la actitud de una joven judía que, estupefacta por la presencia angelical, se dispuso a cumplir la voluntad del Señor. Ni el boato imperial romano, ni la marcha victoriosa de las legiones de Augusto, ni la magnificencia soberbia del culto a los dioses romanos: lo verdaderamente capital fue el sí de una judía en la intimidad de su humilde hogar. Ella y Gabriel, sin testigos humanos.

             Lucas nos refiere ese instante sublime en el que se decidió la suerte del hombre. Salvando la parquedad con la que se relatan las pocas escenas evangélicas en las cuales se halla la Virgen, aquí el evangelista se detiene y detalla con minuciosidad el encuentro entre el ángel Gabriel y María (Lc 1, 26-38).

            Es necesario  caer en la cuenta de que  Dios desea dar a conocer a María su infinito amor a Ella; la turbación de María no es probablemente sólo por la presencia del ángel, sino por la inaudita predilección de Dios por Ella. No otra cosa le dice Gabriel nada más presentarse (“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”).

            Ahora bien, Dios también desea darse a conocer a cada uno de nosotros. A decir verdad, nosotros lo tenemos más fácil que la Virgen, puesto que conocemos a Cristo –o al menos eso decimos-, vivimos en comunión con la Iglesia y tenemos a Nuestra Madre Celestial  a nuestro lado, además de a todos los santos.  Y sin embargo… ¡qué difícil es tomarnos en serio que Dios nos ama! No deja de ser una de esas creencias que con rutina nos repetimos, pero que en verdad no vivimos.

            Sólo una certeza interior, en la intimidad de nuestro corazón, regalada por la Gracia, puede persuadirnos del amor de Dios por nosotros. Ciertamente que no se nos presenta Gabriel, pero sí tenemos la Gracia divina que viene en nuestro auxilio para  abrirnos a la presencia de Dios en nosotros y para nosotros. Sólo en lo escondido de nuestros pasillos interiores –ocultos para los ojos del mundo- se puede alojar la delicadísima semilla de la Gracia para que pueda convertirse en robusto árbol. La experiencia de la anunciación de la Virgen nos enseña, pues, a que Dios siempre tiene la iniciativa y que ésta es iniciativa de amor.

            Pero la segunda enseñanza es que el trato con Dios se da “en lo escondido”, en la intimidad entre un yo y un Tú  que no puede ser reducido por categoría mundana alguna. La experiencia religiosa es en su origen y crecimiento íntimo, escondido, oculto, aunque  su expresión, sin duda, la hace pública en gestos y en nuevas actitudes.

            La Virgen María es maestra de una intimidad discreta con Dios. Lo que el evangelista Lucas nos narra no es sólo el encuentro de María con el ángel; es también el paradigma de relación con Dios que deberíamos tener los creyentes con el Padre. María se constituye así como la mejor ayuda para nosotros en el fomento continuado y paciente de la relación con Dios.

            Por lo demás, las últimas palabras que dirige a Gabriel son la quintaesencia de la vida cristiana: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

            María nos enseña que una relación íntima con el Señor, basada en la iniciativa amorosa de Él, pero aceptada de corazón por la criatura, se fundamenta en la radical disponibilidad y en la obediencia.

            María se dispuso libremente a cumplir el deseo de Dios. Viene a decir: “Tú voluntad, Señor, es mi voluntad”. Es la eliminación en Ella de todo aquello que obstaculiza en su vida la voluntad divina. Así pues, disposición completa a vivirse en Dios, para Dios, con Dios.  Pero, por ello, humilde obediencia a lo que Dios tiene pensado, pues su confianza en Él es absoluta: se abandona para ofrecer su vida, desde ese instante, al Hijo que lleva dentro.

            Sabemos bien que la vida de Nuestra Señora no fue nada fácil. En muchas ocasiones vivió en la oscuridad sin entender gran cosa de su papel en la historia de la salvación. El Padre no le ahorró sufrimientos y no sólo el terrible de la crucifixión de su Hijo. Sin embargo, sabemos también que aquella intimidad de Dios se profundizó hasta grados que sólo en el Cielo conoceremos.

            La vida de María es para nosotros ejemplo de fe y santidad. Obediencia y disponibilidad, alegría y oscuridad, escucha atenta y oración continua, sufrimiento y soledad. María, madre de lo escondido, madre de la contemplación.

 

            El mundo gira en torno a sí mismo creyéndose dueño de sus fantasías. Ignorante, siempre, de lo que se gesta en lo escondido.  

Un saludo

            

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