Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Igino Giordani

por Carlos Jariod Borrego

 La mística  es el alma de la acción

Igino Giordani

 

            Tiempo de elecciones. Eslóganes políticos, rostros que irrumpen en nuestras vidas allá donde vayamos. En nuestros hogares, políticos que prometen y critican; en nuestras calles, fotos de los candidatos con mensajes elementales. Todo para que los ciudadanos votemos a ése o a aquél partido.

            Vuelve a suscitarse la pregunta entre muchos católicos sobre qué podemos votar, si es que hay que votar. Los católicos comprometidos con la res publica volvemos a reflexionar sobre si merece la pena militar en un partido; nos preguntamos cómo podemos influir en la vida de nuestro país como laicos preocupados por el bien común. Comparamos programas electorales y ninguno nos convence enteramente. Muchos, con  desazón, piensan que no merece la pena la democracia actual y se desmarcan de ella arremolinándose en los arrabales de la periferia. Otros intervienen en la sociedad civil luchando con éxito a favor del derecho y de la libertad de educación, del derecho a la vida, de la defensa de las víctimas del terrorismo, etc.

            “¿Qué hacer?” nos preguntamos con un punto de desasosiego. Es verdad que la pregunta no es fácil. Sin embargo, desenfocaríamos el compromiso público del cristiano si nos limitáramos a esa pregunta. Es lógico que un materialista como Lenin se ocupara de hacerse la pregunta –y contestarla en su célebre opúsculo-; es menos aceptable que un cristiano reduzca su vocación pública o política a una pregunta de ese tenor.

            Para un cristiano la pregunta por la acción pública no es fundamental. Antes, otras inquietudes u ocupaciones deben ser atendidas. La preocupación por lo público en el laico es una expresión en el mundo de su filiación divina. Si  no partimos de ello, el compromiso político del creyente se disuelve en categorías ajenas al evangelio –eficacia, esfuerzo, capacidad de organización y liderazgo, carisma político—. Lo principal en el cristiano, pues, es alimentarse del Amor de Dios en el seno de la Iglesia, vivir de Él y dejarse llevar por lo que Él sugiere.

La vocación pública del creyente es la manifestación humilde y obediente a una llamada del Señor. De lo contrario, en nombre de Dios el hombre público creyente puede ser tan mundano como cualquier otro.

Es extraordinariamente consolador saber de hombres y mujeres públicos que dan testimonio de Dios en su labor social. Uno de ellos fue Igino Giordani.

Desconocía la existencia de este gran hombre hasta que una buena amiga del Movimiento de los Focolares me regaló su libro Diario de Fuego. Comprendí de inmediato que leía la obra de un santo. Un hombre profundamente penetrado por Dios que hizo de su vida una gran alabanza al Creador. Diputado en el Parlamento italiano desde 1946 hasta 1953, hombre de un compromiso político y social hasta su muerte, elevó la profesión política a unas cimas desconocidas por mí hasta la fecha. Llevó a Dios en todo lo que hacía, pensaba y escribía. Hizo de la política un modo de santificación personal y un testimonio vivo de Cristo en medio de una Italia. descreída o bobaliconamente beata. Vivía la política como servicio:

“La política está hecha para el pueblo y no el pueblo para la política. Ella es un medio y no un fin. Antes la moral, antes el ser humano, antes la colectividad, después el partido, después la agenda política, después las teorías de gobierno”.

Él tenía muy claro que la acción política debía ser precedida por una profunda oración; me atrevería a decir que la propia dedicación política era para él oración. Diario de Fuego, libro excepcional y de obligada lectura para un laico comprometido, apenas contiene alusiones a los acontecimientos diarios. La mirada de Giordani, que es mirada de Dios, penetra la suave presencia del Creador en el pasar de los días y observa con dolor la miseria propia de un yo que se resiste a morir. Nuestro autor gusta de la metáfora del árbol para describir lo que es la vida:

“Considerada así, la existencia es un árbol que crece hacia el cielo para florecer en la eternidad. Estaciones y desgracias, desilusiones y sufrimientos son las podas. El árbol crece bajo la lluvia de agua amarga (aguay sal, el llanto) para quedar limpio, hasta convertirse en un simple tallo que se yergue desde la tierra hacia el cielo.”

Refiriéndose a la política con el realismo propio de un cristiano, escribe en 1960:

“En los pasillos de la Cámara, cada diputado con el que te encuentras critica y pone de manifiesto degradaciones. La prensa denuncia corrupciones y descubre escándalos.

            El resultado de los discursos y de las lecturas es comprobar que la didáctica del bien y del mal, incluido el sector político –mejor dicho, sobre todo él-, lleva a este dilema: o hacerse santo o pegarse un tiro. Hay dos modos de liberarse del mal, producidos a causa de la desintegración social y espiritual, sólo que la opción entre los dos es extremadamente obvia. Uno es la Vida, la verdadera liberación; el otro es la Muerte, la esclavitud definitiva.” 

Giordani conoció tarde a una joven llamada Chiara Lubich. Desde ese momento supo que su salvación estaba relacionada con el nuevo carisma que el Espíritu preparaba para su Iglesia. Giordani, laico, casado, comprometido políticamente y no pocas veces incomprendido por propios y extraños sabe que la santidad, hoy, no tiene por qué estar sólo en los conventos:

“El santo moderno, a menudo ya no está vinculado al convento; no se encierra, sino que sale, va por el mundo, tiene contacto con los hombres. Además, si los ama en Dios, si hace en todo la voluntad de Dios, si el amor purifica su alma un momento tras otro, él se virginiza”.

¿Un político? Sin duda, pero principalmente un santo. Con Giordani aprendemos que la pregunta del cristiano comprometido no debe ser ¿qué hacer?, sino ¿cómo amar y dejarse amar? El compromiso político, todas las acciones públicas de testimonio valiente que los cristianos debemos dar en este mundo agonizante –hasta el martirio, si es la voluntad de Dios- deben estar impregnadas por la oración, la soledad y la humildad en Dios. Lo demás sería activismo bienintencionado.

No estaría nada mal que pidamos la intercesión de Igino Giordani para que el Espíritu Santo  provoque en nosotros el ansia de Dios que él tuvo en la tierra.              

Un saludo

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