Sábado, 02 de noviembre de 2024

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Benedicto XVI y la lectio divina (y 2)

por Carlos Jariod Borrego

 “Desde la perspectiva cristiana,

lo primero es la escucha”

Benedicto XVI

           

            Releo estos días uno de los textos que más han influido en la vida de los hombres espirituales de Occidente. Metido de lleno en mis clases, con mis nuevos alumnos, con los quehaceres de mis hijos, el ir y venir de un mundo trepidante, me acompaña Guigo II cartujo, del siglo XII. Mi amigo Guigo me recuerda, una vez más, que el mundo es como un estanque de agua muy agitada en la superficie, pero cuyo fondo está en calma.

            Guigo II escribió un texto titulado Carta sobre la vida contemplativa (también conocido por la tradición monástica como “Escala de los monjes o escala del Paraíso”). El lector de lengua hispana lo puede leer en el libro Antología de autores cartujanos. Itinerario de contemplación, publicado por la editorial Monte Carmelo. En su Carta Guigo desarrolla los pasos de lo que conocemos como lectio divina: lectio, meditatio, oratio y contemplatio.

            La lectio divina ha sido y sigue siendo el método por excelencia para orar la Palabra. De ahí que la tradición monástica, desde sus inicios, la asumiera aun cuando no conociera la sistematización tardía de Guigo. Benedicto XVI piensa en la lectio como un pilar fundamental para la renovación de la Iglesia.

            Refiriéndose a la lectio Benedicto XVI escribe el 16 de septiembre de 2005:

            “Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento fundamental de la pastoral bíblica, la lectio divina, también mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente”.

            En efecto, la lectivo producirá, dice el Papa, una primavera espiritual en nuestra Iglesia. Es de extraordinaria importancia estas palabras, puesto que coloca en el centro de la renovación de la Iglesia la Palabra de Dios orada por el fiel y, de modo privilegiado, cita el método monástico de la lectio como el mejor camino para volver a vivir la Palabra en nuestro ajetreado mundo.

            Pero lo más interesante no es esto. Lo más destacado es que Benedicto nos invita a todos –también a nosotros los laicos- a orar la Palabra de Dios como lo han hecho siempre los monjes. La lectio no está reservado al restringido ámbito monástico; es también para quienes vivimos en el mundo. Debe ser tarea de nuestros sacerdotes hacer accesible la lectio: buena parte de los éxitos pastorales de la Iglesia depende (¡quién lo iría a decir!) de que oremos como los monjes han orado la Palabra. Sólo un hombre como Benedicto XVI es capaz de afirmar semejante audacia.

            Por ello no es extraño que en la Verbum Domini  Benedicto XVI dedique dos números a la lectio divina. Pero sobre todo no debería llamarnos la atención las palabras dedicadas a los jóvenes, en el mensaje a la XXI Jornada de la juventud, de 2006:

            “Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto ‘El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo’. Una vía muy probada para profundizar y gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y apropiado itinerario espiritual en etapas”.

            Acostumbrados a disociar la contemplación de la acción, pensamos que orar la Palabra no es propio de quienes vivimos en el mundo. Grave error, nos dice el Papa. Una Iglesia contemplativa es una iglesia activa, pero guiada por la Palabra, orada y vivida de continuo.

            Ya San Juan Crisóstomo en el siglo IV lo advertía a sus coetáneos:

            “Algunos de entre vosotros dicen: ‘Yo no soy monje, sino que tengo mujer e hijos y he de cuidar de mi casa. No es asunto mío el conocer a fondo la Escritura, sino de los que están separados del mundo y viven en las cumbres de los montes’. Justamente lo que lo ha echado todo a perder es que pensáis que la lectura de las divinas Escrituras conviene sólo a los monjes, cuando a vosotros os es más necesario que a ellos. A los que están inmersos en  medio del mundo, a los que día tras día reciben heridas, a ésos más que a nadie son necesarias las medicinas”.

            Porque el Señor desea exactamente lo mismo de los monjes que de nosotros.

 

            Un saludo.   

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