Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El Enemigo no descansa

por Creo, Señor, aumenta mi fe

“La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”.

El combate no es para conseguir nuestra salvación. Esta nos ha regalado Jesucristo con su Pasión, Muerte y Resurrección. Se hecho presente en nuestro bautismo. El don es siempre primero. Y se nos da como una semilla que debe crecer o una levadura que debe transformarnos. Nuestra cooperación es fundamental. Sin ella la semilla no da grano ni la levadura transforma nuestra masa. En vivencia cristiana la mística es antes que la ascética.

Una persona clave que impide nuestro crecimiento espiritual es el diablo. Nos dice el papa Francisco: “No pensemos, que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar»”.

No aceptaremos su existencia, si nos dejamos llevar de criterios mundanos. La presencia del maligno nos manifiesta por qué el mal tiene tanta fuerza entre nosotros. Su presencia está en la primera línea de las Escrituras que acaba con la victoria de Dios. Cuando rezamos el Padrenuestro pedios que nos libre del malo. No es una idea sino un ser personal que nos tienta.

En este combate: “No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno. Y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo»”.

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