María y José, protagonistas del gran misterio de la Navidad
En el cuarto domingo de adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto María, está José en este gran misterio.
Ya desde antiguo fue anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de Dios hecho hombre.
Siguiendo el evangelio de San Mateo, correspondiente este año al ciclo A, se nos explica cómo se realizó este gran misterio. Y con toda claridad explícitamente se nos anuncia que Jesús no es fruto de la relación sexual varón/mujer de José con María, sino que este niño es fruto de un milagro de Dios, que ha sido anunciado a María, en el relato del evangelio de San Lucas, y ha sido anunciado a José, en el relato del evangelio de San Mateo. Uno y otro son relatos coincidentes en la sustancia del asunto.
La virginidad de esta madre está garantizada por la Palabra de Dios en este y en otros pasajes de la Sagrada Escritura. Y la fe proviene de la Palabra de Dios. No se trata de un género literario o de una manera bonita de expresar un gran misterio. Se trata de las repercusiones incluso biológicas que el misterio lleva consigo.
Jesús es Dios, y su madre virgen. Son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos del mismo misterio. Cuando alguno niega que María sea virgen, está negando que Jesús es Dios. Y viceversa. Cuando se considera que Jesús es uno más, un líder humano y no el Hijo eterno de Dios, se concluye que ha nacido de manera “natural”, como todos nacemos al venir a este mundo. Sin embargo, la fe católica, apoyada en la Palabra de Dios y en la explicación que la Iglesia ha dado a lo largo de dos mil años, anuncia que María es la siempre virgen madre del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo.
No se trata de una verdad o un aspecto periférico de la fe católica. Estamos en el mismo núcleo de esta fe católica, que tiene enormes consecuencias para la vida cristiana. María en su condición de madre y José en su condición del que hace las veces de padre están enseñándonos a todos cómo quiere Dios que colaboremos en la obra de la restauración de un mundo nuevo. La iniciativa es de Dios, Dios va delante. Dejarle a Dios que sea Dios, que vaya delante incluye una cierta actitud virginal por parte humana.
María y José, cada uno a su manera, son prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra redentora, más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de la Iglesia.
Nos acercamos estos días a contemplar el Belén instalado en nuestras casas, en nuestras instituciones. En el Belén la figura central es Jesucristo, ese Niño que viene a salvarnos. Y junto a él, su madre María y el que hace las veces de padre, José. Una familia sagrada donde inspirarse nuestras propias familias.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.
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