Embrión, preembrión, ser humano y persona
El embrión humano es desde el primer instante de su desarrollo un individuo de la especie humana que constituye una unidad somática humana, un cuerpo humano en las primeras fases de su desarrollo.
por Agustín Losada
La ministra Aído ha puesto de moda una discusión absolutamente a-científica, cual es la de pretender señalar diferencias entre un embrión humano, un ser vivo y una persona. A pesar de que en su famosa entrevista radiofónica afirmó muy ufana que defender que el embrión humano sea una persona «no tiene ninguna base científica» la evidencia científica es justo la contraria: Desde el momento en que se juntan los núcleos de las dos células germinales progenitoras surge una nueva célula, el cigoto, con un código genético diferente del de sus padres y único entre todos los seres humanos. Tal es la complejidad del genoma humano y sus posibilidades de variación que resulta estadísticamente casi imposible que a lo largo de la Historia existan dos seres humanos con idéntico código genético. Dicho código, además, se mantendrá inalterado en todas y cada una de los 60 billones de células de esa persona durante toda su vida (a excepción de alguna mutación particular que se pudiera producir en alguna parte de su cuerpo). Esa primera célula, el embrión humano, contiene en sí el código genético de esa persona y las instrucciones para su desarrollo sin solución de continuidad desde ese momento inicial hasta su muerte. De hecho, nada ocurre durante el desarrollo del embrión significativamente importante como para poder separar una etapa de otra, o distinguir una fase sustancialmente de otra. Todas las fases del desarrollo están previstas desde el comienzo, desde el primer estadio que es el cigoto, punto de partida de la existencia de una persona humana. Para la Biología, un embrión representa la etapa inicial de la vida de un ser vivo. Por tanto, si hablamos de embriones humanos, nos referimos a vidas humanas en sus primeras etapas de desarrollo.
Es cierto que algunos biólogos (y bioéticos), apoyándose en las tesis de la bióloga inglesa Jeanne McLaren, afirman que hasta el día 14 de la concepción no puede hablarse propiamente de embrión, porque es a partir de ese día cuando se produce la anidación del embrión en el útero. De hecho, si generamos artificialmente un embrión ex-vivo y por cualquier razón no le implantamos después en el útero de una mujer, dicho embrión proseguirá su desarrollo hasta ese día 14, en el que irremediablemente morirá.
Basándose en este hecho, McLaren definió el término de preembrión, que ha tenido desgraciado éxito en la legislación moderna. Este concepto fue introducido en el informe Warnock de 14 de Julio de 1984, que definió las implicaciones éticas de la fecundación in vitro y fue la base de la permisiva legislación inglesa al respecto. El carácter arbitrario de dicha fecha es reconocido por el propio informe, en la medida en que afirma que «ningún estadio particular del proceso de desarrollo es más importante que otro. Todos forman parte de un proceso continuo».
Este margen fue establecido simplemente para mitigar la ansiedad de la gente, que necesita establecer límites a las capacidades técnicas que la ciencia posibilita a la reproducción artificial, a fin de tranquilizar sus conciencias. Lo adecuado y justificado del límite importa menos. Se eligió arbitrariamente el día 14, y posteriormente se argumentó que en torno a esa fecha se producía la cresta neuronal y la implantación en el útero y el fin de la multipontecialidad, justificando de este modo las técnicas de experimentación con embriones menores de 14 días bajo la excusa de que no son todavía personas, ya que ni siquiera tienen la caracterización de embriones, siendo denominados con el despectivo término de preembriones.
En este punto merece la pena reseñar la curiosa definición que la Ley 14/2007 de Investigación Biomédica en su artículo 3 da al término «preembrión»: El embrión constituido in vitro formado por el grupo de células resultantes de la división progresiva del ovocito desde que es fecundado hasta 14 días más tarde. O sea, que un preembrión es… un embrión. Y es que no hay otra manera de definir lo que no es sino una falacia conceptual.
Es cierto que algunos biólogos (y bioéticos), apoyándose en las tesis de la bióloga inglesa Jeanne McLaren, afirman que hasta el día 14 de la concepción no puede hablarse propiamente de embrión, porque es a partir de ese día cuando se produce la anidación del embrión en el útero. De hecho, si generamos artificialmente un embrión ex-vivo y por cualquier razón no le implantamos después en el útero de una mujer, dicho embrión proseguirá su desarrollo hasta ese día 14, en el que irremediablemente morirá.
Basándose en este hecho, McLaren definió el término de preembrión, que ha tenido desgraciado éxito en la legislación moderna. Este concepto fue introducido en el informe Warnock de 14 de Julio de 1984, que definió las implicaciones éticas de la fecundación in vitro y fue la base de la permisiva legislación inglesa al respecto. El carácter arbitrario de dicha fecha es reconocido por el propio informe, en la medida en que afirma que «ningún estadio particular del proceso de desarrollo es más importante que otro. Todos forman parte de un proceso continuo».
Este margen fue establecido simplemente para mitigar la ansiedad de la gente, que necesita establecer límites a las capacidades técnicas que la ciencia posibilita a la reproducción artificial, a fin de tranquilizar sus conciencias. Lo adecuado y justificado del límite importa menos. Se eligió arbitrariamente el día 14, y posteriormente se argumentó que en torno a esa fecha se producía la cresta neuronal y la implantación en el útero y el fin de la multipontecialidad, justificando de este modo las técnicas de experimentación con embriones menores de 14 días bajo la excusa de que no son todavía personas, ya que ni siquiera tienen la caracterización de embriones, siendo denominados con el despectivo término de preembriones.
En este punto merece la pena reseñar la curiosa definición que la Ley 14/2007 de Investigación Biomédica en su artículo 3 da al término «preembrión»: El embrión constituido in vitro formado por el grupo de células resultantes de la división progresiva del ovocito desde que es fecundado hasta 14 días más tarde. O sea, que un preembrión es… un embrión. Y es que no hay otra manera de definir lo que no es sino una falacia conceptual.
Para poder justificar la destrucción de embriones sobrantes de las técnicas de diagnóstico preimplantacional o el aborto en las primeras semanas de embarazo resulta imprescindible negar a ese ser la cualidad humana. De lo contrario se estaría autorizando un homicidio. Por eso, los defensores del aborto consideran que el embrión (o preembrión) no pertenece a la especia humana. Les repugna la mera consideración de la existencia de un ser humano «unicelular» (el cigoto). Por eso al embrión le denominan despectivamente «grupo celular».
¿Cómo aceptar que una masa informe de células tenga el mismo reconocimiento, la misma dignidad, que un ser humano, un bebé con cara y ojos? Dicho pensamiento deriva del evolucionismo de Haeckel, un biólogo y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania. Según él, las etapas del desarrollo del embrión (ontogénesis) recapitulan la historia evolutiva (filogénesis). Esta teoría establece la denominada «ley fundamental biogenética», según la cual el embrión recorre durante su desarrollo las diversas etapas de las formas animales inferiores a él antes de que llegue a su apariencia humana verdadera. Para apoyar su teoría hizo unos dibujos fraudulentos en los que intentaba dar la impresión de que había similitudes entre los embriones de distintas especies. Poco se tardó en demostrar que los dibujos de Haeckel no tenían ninguna relación con la realidad. Además, el desarrollo de la embriología ha demostrado lo erróneo de esta concepción.
Lo cierto es que no es razonable afirmar que en un momento inicial tenemos una especie y en otro momento posterior, otra. Por mucho que se parezca morfológicamente el embrión humano y el de pollo, de un embrión de pollo nunca saldrá un ser humano ni viceversa. Los cambios en el embrión son morfológicos, no ontogénicos. No se produce ningún cambio de especie a lo largo de la embriogénesis. Cambia la forma, no el ser. Por tanto, tanto la embriología como la genética y las modernas técnicas de fecundación in vitro resaltan cada vez más claramente que el embrión humano es desde el primer instante de su desarrollo un individuo de la especie humana que constituye una unidad somática humana, un cuerpo humano en las primeras fases de su desarrollo.
¿Cómo aceptar que una masa informe de células tenga el mismo reconocimiento, la misma dignidad, que un ser humano, un bebé con cara y ojos? Dicho pensamiento deriva del evolucionismo de Haeckel, un biólogo y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania. Según él, las etapas del desarrollo del embrión (ontogénesis) recapitulan la historia evolutiva (filogénesis). Esta teoría establece la denominada «ley fundamental biogenética», según la cual el embrión recorre durante su desarrollo las diversas etapas de las formas animales inferiores a él antes de que llegue a su apariencia humana verdadera. Para apoyar su teoría hizo unos dibujos fraudulentos en los que intentaba dar la impresión de que había similitudes entre los embriones de distintas especies. Poco se tardó en demostrar que los dibujos de Haeckel no tenían ninguna relación con la realidad. Además, el desarrollo de la embriología ha demostrado lo erróneo de esta concepción.
Lo cierto es que no es razonable afirmar que en un momento inicial tenemos una especie y en otro momento posterior, otra. Por mucho que se parezca morfológicamente el embrión humano y el de pollo, de un embrión de pollo nunca saldrá un ser humano ni viceversa. Los cambios en el embrión son morfológicos, no ontogénicos. No se produce ningún cambio de especie a lo largo de la embriogénesis. Cambia la forma, no el ser. Por tanto, tanto la embriología como la genética y las modernas técnicas de fecundación in vitro resaltan cada vez más claramente que el embrión humano es desde el primer instante de su desarrollo un individuo de la especie humana que constituye una unidad somática humana, un cuerpo humano en las primeras fases de su desarrollo.
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