Iglesia Diocesana: Arrimando el hombro
por Monseñor Munilla
El próximo domingo celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Habría muchos temas que tratar sobre este motivo; pero en esta ocasión me voy a centrar en el que suele resultarnos más «antipático»: pedir dinero. Soy consciente de la fama que tradicionalmente se nos ha «adjudicado»: «¡Pides más que un cura!». Sin embargo, en honor a la verdad, me atrevo a denunciar la falsedad del dicho popular, por muy recurrente que sea.
Las cosas no son lo que aparentan: hay algunos que «parece que piden, cuando en realidad están dando»; mientras que hay otros muchos que, «parece que dan, cuando lo cierto es que están pidiendo». No quiero poner ejemplos concretos, porque a nadie le gusta buscarse enemigos…; pero estoy seguro de que los lectores tienen la agudeza suficiente para concretar este principio en casos prácticos…
«Ayudar a la Iglesia en sus necesidades»
No sé si lo recordaremos… pero éste es el quinto y último de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia: «Ayudar a la Iglesia en sus necesidades». La razón es obvia: la Palabra de Dios no tiene precio, pero su predicación tiene unos costes… La ayuda que prestamos a la labor evangelizadora de la Iglesia, es proporcional a nuestra estima de la vida de la gracia que a través de ella recibimos.
Recientemente, un misionero africano que pasaba unos días de merecido descanso entre nosotros, me decía lo siguiente: «Cuando vengo a mi pueblo, y pido a mis conocidos ayuda económica para excavar un pozo de agua, encuentro una respuesta pronta y generosa. Sin embargo, si pido colaboración para construir una capilla o para hacer unas aulas para la catequesis, la respuesta es mucho más limitada».
¿Será acaso que todavía no hemos descubierto que la Eucaristía sacia la sed del hombre, y que la Palabra de Dios es lámpara que ilumina nuestro camino?
La «X» en la Declaración de la Renta, y el óbolo de la viuda
Nuestra aportación a la Iglesia a través del IRPF de la Declaración de la Renta es un capítulo importante para el sostenimiento de la Iglesia, aunque el apartado principal es otro: los donativos directos de sus fieles. Por ello, nos estaríamos engañando si pensásemos que con rellenar la casilla de la «X» hemos «cumplido» ya con el compromiso de sostener económicamente nuestra Iglesia.
No olvidemos que esa «X» no añade nada a nuestro desembolso, sino que simplemente canaliza una parte de nuestros impuestos: la Iglesia recibirá una ayuda, pero nosotros pagaremos lo mismo. Dicho a las claras: con la contribución a la Iglesia a través del IRPF, no nos estamos «rascando el bolsillo».
Las palabras de Jesús sobre aquella viuda a la que vio echar dos pequeñas monedas en el óbolo del templo, son muy significativas: «…los demás han echado de lo que les sobraba, mientras que ella ha echado de lo que necesitaba» (Lc 21, 4). El desprendimiento de aquella mujer conmovió a Jesucristo, porque era proporcional a su amor.
Predicando con el ejemplo: el caso de los anglicanos
El sostenimiento económico de nuestra Iglesia no sólo es posible por nuestras contribuciones, sino también por una administración muy austera; de forma que los recursos que son puestos en manos de la Iglesia «cunden mucho».
Frente a todos los sambenitos y frases hechas, me atrevo a decir que, en materia de pobreza, en la Iglesia se predica con el ejemplo. No creo que exista otra institución en la que el sueldo de sus máximos responsables sea tan parejo al de los trabajadores más humildes. Tampoco creo que exista otra entidad en la que se haga ¡tanto con tan poco dinero!
En las últimas semanas hemos vivido una noticia que, tal vez, haya podido pasar inadvertida. Me refiero a que cerca de medio millón de cristianos anglicanos han solicitado su ingreso en la Iglesia católica. Entre ellos se incluyen unos mil clérigos y varias decenas de obispos.
Pues bien, esos clérigos conversos, al hacerse católicos, verán reducido su sueldo a un tercio de la cantidad que cobraban anteriormente como clérigos anglicanos. Al abrazar la fe católica, eran conscientes de que la «riqueza en la fe» iría de la mano de la «pobreza en lo material». ¿No es éste un impresionante testimonio de fe y de pobreza evangélica?
¡El que tenga ojos para ver, que vea! ¡Arrimemos el hombro como expresión del amor a nuestra Iglesia Diocesana!
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