Testamento espiritual de Newman

Las merecidas celebraciones de la canonización del cardenal Newman pasaron por alto un acontecimiento de la vida del santo inglés: los 140 años del conocido como el Discurso del Biglietto. Lo pronunció el 12 de mayo de 1879, en agradecimiento por haber recibido, de manos de León XIII, un capelo cardenalicio, una decisión que generó mucha polémica en Gran Bretaña. Una cosa es que los católicos ya estuviesen emancipados desde hacía medio siglo, y otra muy distinta es otorgar una distinción tan relevante a una persona crítica con la marcha de los asuntos de su país. Una intoxicación de The Times, asegurando malintencionadamente que el agraciado había rechazado el nombramiento,  y una «oscura maniobra» –así la define el historiador Rafael Pardo– del cardenal Henry Manning, intentaron frustrar el proceso. La verdad histórica es que Newman aceptó desde el primer momento una elevación a la dignidad cardenalicia que León XIII deseó firmemente. Newman, siempre según Pardo, puso una sola condición: que se le permitiese seguir residiendo en el oratorio de Birmingham, y no en Roma, como era costumbre entonces para los cardenales.

Superados los escollos y con el birrete sobre su cabeza, Newman pronunció unas impactantes palabras, algunas de las cuales conservan su vigencia. Por ejemplo, en relación con la descristianización: «Hasta ahora el poder civil ha sido cristiano. Aun en países separados de la Iglesia, como el mío, el dicho vigente cuando yo era joven era: “El cristianismo es la ley del país”. Ahora, en todas partes, ese excelente marco social, que es creación del cristianismo, está abandonando el cristianismo». ¿Sería culpa del liberalismo? Según Newman, en gran parte, sí. Sin embargo, y en contra de los sectores más intransigentes del catolicismo, le reconocía ciertas virtudes a la doctrina que en esos momentos estaba de moda: «Están entre sus principios declarados y en las leyes naturales de la sociedad los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio y benevolencia» antes, eso sí, de lanzar una advertencia: «No decimos que es un mal hasta no descubrir que esta serie de principios está propuesta para sustituir o bloquear la religión», fase en la que estamos 140 años después. Una relectura sosegada de este discurso sigue siendo una excelente terapia para identificar los males de nuestro tiempo.

Publicado en Alfa y Omega.