Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La fe los guió en la guerra


por José María Ballester Esquivias

Opinión

El 18 de junio de 1940, hace 80 años, Charles de Gaulle, el general más joven del Ejército francés, hacía un llamamiento a todos sus compatriotas desde los estudios de la BBC en Londres para unirse en la lucha contra el invasor. «Francia ha perdido una batalla, pero no la guerra». Había nacido la Resistencia.

El honor de pasar a máquina el discurso del 18 de junio de 1940 incumbió a la joven Elisabeth de Miribel (1915-2005) que se desempeñaba como secretaria en la embajada francesa en Londres, donde había llegado en 1939 tras haber militado en varios movimientos socialcristianos. Durante la guerra participó en diversas misiones y fue corresponsal de guerra. En 1949, sació sus inquietudes espirituales haciéndose carmelita. Pero su frágil salud le obligó a abandonar el convento al cabo de cinco años. Ingresó entonces en la carrera diplomática, desempeñando diversos puestos hasta que se jubiló en 1980 siendo cónsul general de Francia en Florencia. (Pie de foto del autor del artículo.)

Entre los primeros –más bien pocos– que oyeron el mensaje figuraba Maurice Schumann (1911-1998), un periodista cuya lucidez le impulsó a denunciar desde 1937 el peligro que suponía la Alemania nazi para la paz en Europa. Fiel a esa línea de pensamiento, el 21 de junio Schumann ya estaba en Londres para ponerse a disposición de De Gaulle. Este le encargó la propaganda de la Francia Libre: durante cuatro años, mantuvo elevado el ánimo de sus compatriotas que lograban escuchar la BBC, interviniendo más de 1000 veces en el programa Honneur et patrie [Honor y patria].

Maurice Schumann, ante el micrófono.

Esta frenética actividad propagandística no fue óbice para que Schumann, nacido judío, siguiese en Gran Bretaña un itinerario de conversión que había iniciado antes del conflicto: lo culminó en el otoño de 1942 al recibir el Bautismo en el oratorio de Birmingham, el mismo lugar donde residió el cardenal Newman. Schumann ya defendía con toda plenitud su tesis según la cual la Segunda Guerra Mundial se enmarcaba en la lucha de la civilización cristiana frente al mal. «Su conversión fue un acto de total sinceridad», asegura a Alfa y Omega el exdiputado Christian Vanneste, uno de sus últimos confidentes.

Honoré d’Estienne d’Orves (1902-1941) no pudo oír el llamamiento de De Gaulle, pues cuando fue pronunciado el buque en el que estaba destinado se encontraba amarrado en Alejandría. Pero, en cuanto se enteró, no dudó en cruzar África para emprender una larga travesía por el Atlántico y presentarse en Londres.

Honore d'Estienne d'Orves.

De Gaulle empezó destinándole al Estado Mayor de las Fuerzas Navales de la Francia Libre; no tanto para permanecer en sus despachos como para preparar arriesgadas incursiones en la Francia ocupada. La primera –y única– tuvo lugar en diciembre de 1940, al desembarcar en Bretaña a bordo de un pequeño barco pesquero. Logró llegar a Nantes para fundar la primera red de inteligencia de la Resistencia interior. La hazaña fue crear otra en pleno París y sin ser descubierto, a principios de 1941.

Poco después llegó el inicio de su tragedia: su compañero de armas, Alfred Gaessler, era agente doble y le traicionó propiciando su detención por parte de la Gestapo. Trasladado a Berlín y posteriormente devuelto a París, un tribunal militar le condenó a muerte. Encarcelado en Fresnes, una intervención in extremis de las autoridades vichystas consiguió parar temporalmente su ejecución. Sin embargo, el asesinato de un agente de la Gestapo motivó el fusilamiento de D’Estienne d’Orves y de dos otros resistentes el 29 de agosto de 1941.

Los meses que permaneció en Fresnes no fueron vanos, sobre todo desde el punto de vista espiritual. Católico convencido y padre de familia numerosa, rezaba el rosario a diario, leía a Santo Tomás, a San Agustín y a Charles Péguy. Antes de pasar por el pelotón de ejecución, dijo al capellán de Fresnes: «Pido a Dios que dé a Francia y a Alemania una paz justa y que nuestros gobernantes reserven a Dios el lugar que le corresponde».

Publicado en Alfa y Omega.

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