Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Cuando cae uno de los nuestros

Un hombre solo ante un lago.
Cuando nuestras certezas parecen desaparecer, lo que cuenta es tener muy claro de Quién nos hemos fiado y mantener esa opción de vida. Foto: Guillaume de Germain / Unsplash.

por Tote Barrera

Opinión

Cuando cae uno de los nuestros, nuestra fe se estremece.

A todos nos ha pasado que alguien que fue inspiración y vehículo para la gracia de Dios en nuestra vida, acaba dando un giro inesperado y deja los caminos del Señor

En los últimos tiempos, la caída parece una epidemia endémica de la iglesia, y con demasiada frecuencia salen noticias del escándalo de tal o cual pastor, sacerdote o cristiano que le estalla en las manos a sus superiores, seguidores, correligionarios o hermanos. 

Y no pasa solo con los "grandes" y los conocidos. Dolorosamente, en la intrahistoria de nuestros amigos y hermanos, asistimos también a familias rotas donde "la felicidad" de un progenitor se pone por delante de la de su cónyuge y su progenie, haciéndose este sordo al dolor y el trauma que genera una separación que es un abandono en toda regla para quienes se quedan en el hogar familiar. 

A lo largo de la vida, es ley ver cómo algunos no llegan, otros se bajan del carro y otros toman las de Villadiego. Es una realidad que no podemos negar, porque pasa todos los días y, por eso mismo, debemos ser cuidadosos para no hacer juicios absolutos de situaciones complejas y de la más compleja de las situaciones, la libertad del hombre, la cual es todo un misterio. 

En la batalla, es normal que compañeros caigan, sean heridos e incluso se retiren, desertando de sus votos y su milicia, olvidándose del sacrosanto juramento fraternal de no dejar al hermano solo en la contienda. 

No es lo que esperamos, ni plato de buen gusto, pero pasa. 

Y ante estas circunstancias, solo quedan dos opciones: rendirnos desanimados o confirmar nuestra elección de seguir al Señor

Ambas actitudes salen reflejadas en el pasaje del sermón del pan de vida. 

Ante lo exigente y desconcertante de aquella doctrina de comer a Jesús para tener la vida eterna, interpelados en lo más profundo a creer en un Cristo cuyo mensaje era "escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1 Cor 1,23), la consecuencia fue el abandono y así "desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él" (Jn 6, 66). 

En cambio los apóstoles, cuando Jesús les espeta aquel "¿también vosotros queréis marcharos?", le responden por boca de Pedro: "¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 67-68).  

Esta claro que hay una elección de por medio. 

A todos nos gustaría que la elección fuera "de película" y caminar en la clara visión de las cosas, la vida sería muy fácil, la vida sería blanco o negro. Pero nos dice la palabra que "caminamos en la fe, no en la clara visión" (2 Cor 5,7). 

Y es que se trata de eso, de la confianza en la que caminamos, de quién nos hemos fiado. Creo que lo que nos pierde a los humanos es precisamente la falta de confianza a la hora de la elección. La caridad no se equivoca, porque nada juzga, todo lo excusa, no lleva cuenta del mal (1 Cor 13) y así, elige una y otra vez como el padre que acoge al hijo pródigo. Elige al otro por encima de lo que merece, elige por encima de lo que entiende, elige por encima de lo que es aceptable. 

A veces, cuando no vemos o no entendemos, el único faro que nos queda es el de seguir a aquel de quien nos hemos fiado. Me temo que la vida consiste en eso, en rendir el entendimiento y apostar por la confianza. Como en 2 Timoteo 1,12, la pregunta es: entonces, ¿en quién tenemos puesta nuestra fe? 

Si la fe la tenemos puesta en nosotros mismos, en el carisma de tal o cual santo de Dios, fundador o líder de turno, o en la santidad de la iglesia, tengo una mala noticia: en algún momento del camino nos vamos a sentir defraudados con toda seguridad. 

Yo lo que más temo es a mí mismo, pues el viejo hombre es muy traicionero. Tanto que con frecuencia se deja engañar por aquel que como león rugiente ronda buscando a quien devorar (1 Pe 5,8). Y no temo tanto al enemigo, como el perder el temor de Dios, pues sé que el enemigo solo puede fastidiar en la medida en la que le dejemos y al final el temor de Dios es la elección de fiarse de Dios por encima de mi, y esa es responsabilidad exclusiva de mi libertad. 

Es el temor a mi libertad mal usada junto con el temor a acabar haciendo mi voluntad, que tan bien expresaba Santa Teresita de Lisieux, junto con el remedio: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues "yo escojo todo" lo que tú quieres...!» (Historia de un Alma, Manuscrito A, 10r, 10v). 

La verdad, lo más fácil es echarle la culpa al diablo, o a la guerra, o a lo mal que están las cosas en la Iglesia, o al desánimo que cunde en las filas de una institución en claro declive como es la iglesia de la cristiandad en la que vivimos. Tal como está el patio, parece comprensible echarle la culpa a tal hermano que lo dejó, al pastor que me escandalizó o al grupo que no me entendió ni apreció mis carismas. Podemos echar la culpa al yugo del matrimonio o al yugo del celibato. Y podemos llamar a eso "crisis de conciencia" y camuflarlo de un deseo de buscar la verdad, cuando en el fondo -como Adán- no estamos haciendo más que señalar diciendo aquello de "ha sido ella" para escurrir el bulto de nuestra libertad y justificar que hemos dejado de confiar. 

Al final todo es una cuestión de la medida de lo que hay dentro del corazón de toda persona. Juzgamos los hechos, las personas, las situaciones, según la medida de nuestro corazón y de nuestro miedo, y solo vemos lo que escogemos ver. Al final, todo es una cuestión de fe. 

¿Que caen mil a mi izquierda y diez mil a mi derecha? Pues eso me confirma que sin Dios no soy nada, y que fiarme de mi, lo justito. Y si no me fío de mí, ¿me voy a escandalizar del pecado de los que me rodean? Para nada, lo doy por supuesto y me glorío en Dios porque cuando soy débil soy fuerte, y no puede haber mayor debilidad que la que tenemos los seres humanos. 

Y solo hay un remedio, solo hay un lugar a donde ir, solo hay una posibilidad. 

Reconocer como el cura rural de Bernanos que "al final, todo es gracia" y yo no soy el protagonista de mi historia. Elegir amar, elegir perseverar, elegir confiar. Elegir morir antes que ganar, para así salvar la vida. Elegir la libertad de sabernos radicalmente necesitados e impedidos de ir a ninguna parte que no sea la vida eterna, guiados por las palabras del Maestro. 

Cuando cae uno de los nuestros se estremece nuestra fe. No es que se tambalee, no es que flaquee… es que se conmueve y se ve espoleada en lo más profundo. 

¿A dónde iremos Señor, si solo tú tienes palabras de vida eterna? 

Yo escojo… ¿y tú? 

"Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante" (Hebreos 12,1-2)

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