Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Tele-Cristo


Si testimonio con mi vida la alegría de seguir a Cristo Resucitado aportaré más luz al mundo que cualquier cartel de neón. Si hablo de Jesús con naturalidad y con frecuencia, suscitaré más preguntas, más respuestas y más interés por la Iglesia que cualquier campaña de márketing

por José Antonio Méndez

Una de las acusaciones más frecuentes que suelen verterse contra la Iglesia es la de que comunica mal. Expertos y profanos, creyentes y ateos, miembros y miembras de esta nuestra sociedad coinciden en que el discurso de la Iglesia no llega a las masas porque carece de los medios necesarios para mantener una información fluida e interesante –sobre todo, interesante–; y que, a lo sumo, sólo ofrece una imagen ñoña, mojigata y trasnochada de Dios. Los periodistas cristianos lamentamos muchas veces la falta de profesionalidad en los órganos eclesiales a la hora de llevar la información a los fieles y, sobre todo, a los alejados. Y con los agentes de pastoral ocurre tres cuartas de lo mismo: o utilizan recursos píos y sin enganche, o se vuelcan tanto en la apariencia que descafeínan el Evangelio. Como resulta que en el binomio Iglesia-Comunicación, hay vida más allá de la Cope, el otro día me preguntaba qué pasaría si llenásemos Madrid de marquesinas de publicidad “evangelizadoras”, con diseños de vanguardia. Qué ocurriría si cualquiera, mientras esperase el autobús, pudiese leer a su lado y en vivos colores un “Dios te ama como eres”; o que al pasar junto a unas obras viese impreso en la tela de los andamios un Cristo crucificado. Sería curiosa la reacción de un viandante al que un hombre-anuncio le entregase un folleto atractivo –insisto en el matiz de atractivo- sobre la Eucaristía; o que viese la ciudad envuelta en carteles sugestivos con eslóganes como “Cristo murió por ti, no lo abandones”, “¡El único que ha vencido a la muerte!”, “Abrimos toda clase de sepulcros interiores”, “Tú también eres Iglesia”, “Dios no cobra comisiones” u “Oración: ¿Hablamos?”. Ya puestos, debajo de cada frase se podría incluir un número de teléfono al que llamar para escuchar testimonios de conversión, responder dudas de fe, averiguar cómo se puede ser cristiano en un entorno relativista y ególatra, o recibir sms con textos del Magisterio sobre asuntos polémicos. Cuando me asaltaron estos pensamientos, me pregunté cuántas personas se encontrarían cara a cara con Dios gracias a esta suerte de Tele-Cristo. Y la respuesta fue contundente: la milésima parte de todas las que lo harían si me tomase en serio mi compromiso apostólico. Quienes se quedan en la crítica no han asumido que la transmisión de la fe nos la jugamos en el tú a tú. Reconducir el alma de personas de mi entorno que andan más perdidas que un pulpo en un garaje, depende, en buena medida, de mí. Tú y yo, por Gracia de Dios –y si nos ponemos a tiro de Su Espíritu–, podemos arrancar más salvaciones que un millón de vallas publicitarias. Si testimonio con mi vida la alegría de seguir a Cristo Resucitado aportaré más luz al mundo que cualquier cartel de neón. Si hablo de Jesús con naturalidad y con frecuencia, suscitaré más preguntas, más respuestas y más interés por la Iglesia que cualquier campaña de márketing. Y lo haré (lo hará Dios a través de mí) con mis amigos, con mis enemigos, con mi familia, en el gimnasio... Allá donde esté, habrá una sucursal de Tele-Cristo. Y este poder es real, porque proviene de Dios mismo. Que no se me malinterprete: exijamos, sí, a nuestros obispos, sacerdotes y religiosos que mejoren sus canales de comunicación. Pero mientras lo hacen, salgamos los laicos a comernos el mundo con la fuerza del Resucitado. Vayamos a prender fuego a España. No nos hacen falta marquesinas, ni carteles, ni teléfonos. Tan sólo vivir de verdad y con coherencia el Evangelio. Porque en las distancias cortas es donde un cristiano se la juega. José Antonio Méndez
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