Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

¿Por qué no, señora ministra?


Si la investigación científica afecta a la persona humana, ¿qué tipo de miopía aconsejaría excluir, a priori, de la comunidad del discurso a quienes, a partir de la religión, pueden aportar una palabra serena y razonable sobre las consecuencias de la ciencia?

por Guillermo Juan Morado

Religión en Libertad se hace eco de una entrevista concedida por Dña. Cristina Garmendia, ministra de Investigación y Desarrollo. En sus labios ponen esta afirmación: “La Iglesia católica tiene un papel muy potente en la sociedad española, pero el debate religioso no debe influir en la política de investigación”. Casi parece una afirmación contradictoria: Si una realidad tienen un papel “muy potente” en la sociedad española, se seguiría en buena lógica que ese papel ha tener algún tipo de influencia en un ámbito tan fronterizo con las cuestiones éticas y morales – y, yendo al fondo de las cosas, religiosas – como lo es el campo de la investigación científica. ¿O acaso la política de investigación ha de dar la espalda a la sociedad? ¿Vale, en este terreno, el lema del despotismo ilustrado: “Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”? Si lo que la Sra. Ministra quiere decir es que el espacio de la política de investigación tiene su propia autonomía y que no depende de consignas eclesiásticas, no se podría más que estar de acuerdo con ella. Las realidades terrenas, el mundo de la política, de la cultura, de la ciencia, cuenta, en efecto, con una relativa autonomía. Pero autonomía no es independencia. Todo está, se reconozca o no, bajo el señorío de Dios. No en las cuestiones estrictamente científicas, pero sí en la discusión sobre los presupuestos epistemológicos de la ciencia y, sobre todo, sobre sus implicaciones éticas, privarse del debate religioso equivaldría a empobrecer, sic et simpliciter, todo debate. Basta recordar que el mismo concepto de “persona” nace en el seno del cristianismo y de la teología cristiana. Nuestra concepción de los “derechos humanos” es inexplicable sin esa base y fundamento. Si la investigación científica afecta a la persona humana, ¿qué tipo de miopía aconsejaría excluir, a priori, de la comunidad del discurso a quienes, a partir de la religión, pueden aportar una palabra serena y razonable sobre las consecuencias de la ciencia? Quizá no haya entendido bien lo que la Sra. Ministra ha dicho. Puede ser. De quien se define, como ella, “culturalmente católica”, cabe esperar apertura y no sectarismo. Me imagino que esa apertura caracterizará su actuación pública. Guillermo Juan Morado
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