Hipótesis sobre María
Cuanto más reflexionaba en el misterio de la Virgen, más me daba cuenta de que su tarea es la de todas las madres: velar a su hijo y protegerlo. Hoy, que está en peligro la fe misma en Jesús, esta tarea es particularmente preciosa.
por Vittorio Messori
Palabras de Vittorio Messori en la presentación en Madrid de su libro "Hipótesis sobre María", el 13 de mayo del 2008 En primer lugar, siento el deber y el gusto de dar las gracias, en la persona de su Presidente, Don Alfredo Dagnino, a la fundación San Pablo-Ceu y a mi Editor (además de antiguo y gran amigo) Don Alex Rosal, Presidente de Libros-Libres. Querría luego expresar mi mayor agradecimiento a Su Eminencia el Cardenal Don Antonio Cañizares, Primado de España y Arzobispo de Toledo. Su presencia aquí esta tarde será un gran honor para mí y para todos. Eminencia, un “gracias” al mismo tiempo respetuoso y afectuoso. Gracias, naturalmente, también a todos aquellos que han querido venir aquí esta tarde. Quiero tranquilizarles: procuraré no caer en el pecado mortal para un periodista y escritor, esto es, ser demasiado aburrido. Permitidme antes de nada una precisión: leo y comprendo bien el español, pero no piensen que lo hablo tan bien como para dirigirme a ustedes en vuestra lengua. He escrito el texto en italiano que ha sido traducido por los amigos organizadores del encuentro. Amo y respeto demasiado el español para atreverme a dañarlo. En cuanto a mi pronunciación, ¡confío en su generosa comprensión! Tengo muchos amigos y muchos lectores en España. Espero haberme hecho merecedor de esta amistad. En efecto, mi interés y mi afecto por vuestro país está demostrado en algunos libros como aquel que he dedicado al “Gran Milagro”, aquel de la pierna reimplantada a un campesino de Calanda, en Aragón, por intercesión de la Virgen del Pilar. También está otro libro, “Leyendas negras de la Iglesia”, que, en realidad, busca sobre todo refutar las leyendas negras contra España, tomada como blanco por su histórico papel en la defensa y difusión de la Fe católica. Existe otro volumen mío que indaga sobre una realidad fundada por un sacerdote que quiso hacerse romano sin olvidar sus orígenes aragoneses y que recientemente Roma ha proclamado santo. Aquel volumen se titula, en español, “Opus Dei, una investigación”. Permitidme que os confiese que España ha querido recompensar este mi agradecimiento por cuanto vuestro país ha hecho por la Fe. No es ciertamente una casualidad que la lengua más difundida entre los católicos sea, de hecho, el español. Pero, os diré, vuestro País ha querido agradecérmelo. En efecto, vuestro Rey Juan Carlos ha querido darme una sorpresa, nombrándome -como “amigo de la hispanidad”- Caballero de la Orden de Isabel la Católica. Como saben, ella es una futura Beata (al menos así se espera) que es “políticamente incorrecta”. También por eso la condecoración le ha agradado mucho a alguien como yo que es alérgico al conformismo actual. En honor de esa Sierva de Dios, de vuestra Nación y de vuestro Rey, he querido ponerme esta tarde en el ojal de la chaqueta el distintivo de esa condecoración. Pero estoy aquí hoy, no para hablar de viejos libros -aunque están todavía muy vivos- sino de uno nuevo, “ Hipótesis sobre María “ traducido hace poco al español pero que, según el editor, está ya muy difundido. Por tanto, ya muchos lectores saben que también en él están muy presentes temas españoles, desde aquella extraordinaria y enigmática figura que es María de Ágreda hasta aquella extraordinaria lucha ibérica por conseguir el dogma de la Inmaculada Concepción. “Hipótesis sobre María“ es el punto de llegada de un largo camino. Mi primer libro se llamaba “Hipótesis sobre Jesús”, quizá alguno lo recordará puesto que la traducción española tuvo éxito. Después de su publicación, comenzaron a llegar cartas de lectores que me decían: “¡Están bien estas ‘Hipótesis sobre Jesús’! Pero ahora esperamos sus hipótesis sobre María”. Me pareció muy extraño, casi absurdo. El hecho era que yo había descubierto el Evangelio hacía poco tiempo viniendo de una cultura laicista y anticlerical y -como entiende cualquier converso- permanecía deslumbrado por la luz de Cristo. En los primeros tiempos, después de la caída del rayo, le veía a Él y sólo a Él. Alguien ha dicho que a Jesús se le encuentra por el camino o en las plazas, pero que para conocer a su Madre hace falta tener amistad con Él y él mismo es quien te conduce a su casa y te presenta a María. En efecto, para mí fue así. A medida que continuaba y se profundizaba mi búsqueda de Jesús, se delineaba el perfil de la Madre; y después de muchos años y muchos libros, he sentido que debía dedicarle un libro entero a Ella. Cuando hice el libro-entrevista con Joseph Ratzinger, que apareció en español con el título de “Informe sobre la fe”, el entonces cardenal me dijo que también su descubrimiento de María había sido progresivo. “Cuando era un joven teólogo -me dijo- me parecía excesivo un cierto marianismo. Pensaba que la devoción católica a la Virgen era exagerada. Después continuando con el estudio, la reflexión y la experiencia he comprendido cuál era su papel; me he dado cuenta de que no se puede conocer de verdad al Hijo si se le separa de la Madre.” Cuando en el tiempo de “Hipótesis sobre Jesús” me proponían las “Hipótesis sobre María” yo sonreía un poco irónico y me preguntaba cómo se podría decir muchas cosas de Ella viendo que el Evangelio le dedica pocos versículos y el resto del Nuevo Testamento calla, exceptuando los Hechos de los Apóstoles con su presencia en la Pentecostés y la carta a los Gálatas de San Pablo, donde sin embargo no se da su nombre sino se habla de Jesús “nacido de mujer”. No comprendía qué cosa podría significar el dicho tradicional, que se remonta a la Edad Media, y que dice en latín “De María numquam satis”, “De María nunca se dirá bastante”. ¿Pero qué se puede decir, me preguntaba, partiendo de esos poquísimos versículos bíblicos? Y sin embargo también aquí hubo sorpresa: cuando escribía los cincuenta capítulos de “Hipótesis sobre María”, mi problema no era encontrar algo nuevo o interesante que decir, al contrario, era qué escoger entre la abundancia de material. Precisamente haciendo este libro me di cuenta de qué razón tenía San Josemaría Escrivá de Balaguer cuando decía que ciertos libros no se pueden terminar nunca, sólo se pueden interrumpir. Yo he tenido que interrumpirme dejando fuera mucho del material que disponía para no hacer una especie de antología de mil páginas. Aunque tampoco bastarían esas páginas. Pero ¿por qué he escrito estas “Hipótesis sobre María”? Antes que nada por un desafío: demostrar que es posible hablar de la Señora como devoto -si quieren, como enamorado-, sin caer en la retórica o en el sentimentalismo que caracteriza mucha literatura mariana. He intentado descubrir de nuevo una devoción, ¿cómo diría?, “viril” en el mejor sentido. El lenguaje no es algo secundario si uno quiere dirigirse al hombre de nuestro tiempo. Fíjense que yo quiero mucho a la devoción popular, que soy un frecuente visitante de santuarios, que en cuanto puedo me hago peregrino entre los peregrinos… Pero ¿quién ha dicho que “popular” sea sinónimo de “mal gusto”, de “sentimentalismo”? Los constructores de las catedrales, casi todas dedicadas a Nuestra Señora, eran maestros de obra con frecuencia analfabetos; pero ¿les parece que hicieron cosas de mal gusto? Pero, evidentemente, no he escrito estas casi quinientas páginas sólo por razones de estilo. Estoy convencido, desde mi entrada en la Iglesia que lo que está en peligro hoy es la fe misma. También nosotros los cristianos tenemos el riesgo de no creer ya en la verdad del Evangelio, comenzando por la divinidad de Jesús. ¿”Hijo de Dios”? Bien, no exageremos, digamos mejor “hombre de Dios”, “enviado por Dios”… ¿Mesías, Cristo anunciado y esperado por Israel? Bien, tampoco exageremos aquí, digamos “profeta”, “gran iniciado”, “maestro”… No es casualidad que todo lo que he escrito después de la conversión, es una continua búsqueda de las “razones para creer” (es el título de un libro mío) , todas mis páginas son un intento de descubrir -o mejor, redescubrir- la apologética que nace con el cristianismo mismo, pero que después del Concilio estaba abandonada, hasta esconder el mismo nombre llamándola púdicamente “teología fundamental”. Si he escrito poco de “moral católica”, de “política católica”, o de “economía católica”, no es porque no las considere importantes, sino porque nos arriesgamos a colgar todas nuestras cosas católicas de un clavo que ya no está firme o, nada menos, que ya no existe. Si lo pensamos, en estos decenios muchos hombres de Iglesia nos han hablado de las consecuencias de sacar provecho de la fe, comenzando por las consecuencias morales, pero nos han hablado poco de la fe, no nos han recordado las razones por las que todavía podemos tener confianza en la verdad del Evangelio. Para esa “nueva evangelización” de la que tanto habló Juan Pablo II, hace falta recomenzar desde el principio, desde la exhortación de Pedro: “Estad siempre prontos a dar cuenta de la esperanza que hay en vosotros”. Pues bien, cuanto más reflexionaba en el misterio de la Virgen, más me daba cuenta de que su tarea es la de todas las madres: velar a su hijo y protegerlo. Hoy, que está en peligro la fe misma en Jesús, esta tarea es particularmente preciosa. Una antigua antífona de una fiesta mariana canta: “Tú sola, María, has destruido todas las herejías en el mundo entero.” Estudiando y profundizando en la Mariología he comprobado que es de verdad así: todos los dogmas que la Iglesia ha proclamado a propósito de María están en realidad al servicio de los dogmas sobre Cristo. Karl Bath, el máximo teólogo protestante del siglo veinte, decía con desprecio que “la mariología es el cáncer del catolicismo”, es decir, una excrecencia patológica, propiamente un tumor, por el cual el culto supersticioso de la Madre quita vigor y energía a la adoración del Hijo. Pero si estudiamos tanto la Teología como la Historia, descubrimos que es exactamente al contrario: las verdades proclamadas por la Iglesia sobre María refuerzan y protegen las verdades sobre Jesús. El dogma, por ejemplo, de la Theotokos, de la maternidad divina, nos ayuda a defendernos de todas las herejías arrianas, siempre recurrentes, hoy particularmente difundidas y peligrosas, como decíamos, porque tienden a ver en Jesús sólo al hombre y no al Dios. El dogma de la Inmaculada Concepción nos ayuda a no olvidar el pecado original y, en general, el pecado, sin el cual la redención traída por Cristo con su cruz no tiene ya significado. El dogma de la asunción al cielo en cuerpo y alma nos salva de la tentación espiritualista, según la cual la salvación es sólo para el espíritu, ciertamente no para la carne; cuando, al contrario, la vida eterna anunciada por Jesús concierne a todo lo nuestro, cuerpo y alma, así como toda María está arriba en la eternidad. Dar a María no significa quitar a Jesús: significa más bien dar ulterior estabilidad y protección a la fe en Él. Se podría continuar para llegar a la misma conclusión. La mariología es una parte esencial de la cristología. Si falta la mariología la cristología va a la deriva y termina necesariamente en la herejía, como dice la antífona latina. En efecto, si miramos a la historia vemos el fin que ha tenido el protestantismo -que considera un cáncer la presencia mariana- fragmentándose en infinitas comunidades, pequeñas iglesias, sedes, con frecuencia en lucha feroz entre ellas. Por el contrario, pensemos en las antiguas y venerables Iglesias orientales, separadas de Roma hace ya mil años. A pesar de todo, aquí el cisma nunca a llegado a ser herejía y el credo greco-eslavo es sustancialmente el mismo que el católico. Pero esta conservación de la verdadera fe es debida sobre todo al hecho de que tanto los católicos como los ortodoxos reservan a la Virgen el lugar que le corresponde, compitiendo entre ellos en devoción. Ven ustedes, por lo tanto, que -estando preocupado por la situación de la fe, expuesta hoy a tantos riesgos- no podía no intentar reclamar la atención de los creyentes sobre esta Virgen que –como decía- tiene, en los planes de Dios, la preciosa función de todas las madres. Es decir, la protección y defensa del hijo. Todas las épocas de fe grande han sido y siempre serán épocas de gran devoción mariana. Piensen en la edad Media, piensen en la reforma católica después del Concilio de Trento, piensen en la reconstrucción de la Iglesia en el siglo diecinueve, después del desastre de la revolución francesa y de la época napoleónica. Hablo como historiador objetivo antes que como devoto mariano: cada reconquista de la Iglesia, cada avance del apostolado está siempre acompañado de la confianza y del amor a la Virgen. En esta perspectiva de reenvite mariano, me ha parecido importante también adentrarme en el campo de las apariciones, tan queridas por pueblo de Dios y tan descuidadas -a veces, con suficiencia- por cierta teología católica contemporánea. Precisamente el once de febrero pasado hemos celebrado el ciento cincuenta aniversario de las apariciones en Lourdes a esa Santa Bernadette que es tan querida por Su Santidad Benedicto y (dejádmelo decir con una sonrisa) también por este pobre periodista que les habla. En efecto, tanto Joseph Ratzinger como yo hemos nacido el dieciséis de abril que es el dies natalis, es decir, en el lenguaje cristiano, el día de la muerte de Bernardette Soubirous. Pero no sólo por esto: el cardenal Ratzinger me hizo notar en una conversación, que los únicos números que crecían en la Iglesia del postconcilio eran los de los peregrinos a los santuarios y, sobre todo, a los santuarios marianos. Mientras todos disminuían -las vocaciones, los que practican, los consagrados-, Lourdes superaba los seis millones de visitas cada año; pero también los otros “lugares sagrados” registraban no sólo una constancia en el número de visitantes, sino casi siempre un fuerte aumento. La devoción mariana es, por lo tanto, también una de las mejores ocasiones pastorales de hoy, en la sociedad postmoderna. Por devoción personal y para preparar este libro, frecuentemente junto con mi esposa he visitado en estos años los más grandes santuarios marianos de Europa. Puedo testimoniar que, en ellos se encuentra a menudo la gente que no va ya a Misa en su parroquia, pero que siente el reclamo de la Madre y la atracción por los lugares predilectos de Ella. A pesar de esto, existe un hecho desconcertante: es posible hacer una licenciatura en Mariología en la más prestigiosa universidad especializada, el Marianum de los Padres Servitas, sin oír hablar nunca de las apariciones marianas y de los santuarios. En el currículo de estudios, en efecto, no está previsto ningún curso ni secundario ni de libre elección sobre estos temas. Me parece un caso de desprecio cultural del pueblo de Dios y de ceguera pastoral. Uno de esos casos en los que la élite clerical está muy lejos de la sensibilidad popular. También para reaccionar ante esto, en mi libro “Hipótesis sobre María” encontrarán muchos capítulos dedicados a las apariciones. Me he limitado a las que están reconocidas oficialmente por la Iglesia y he indagado en ellas manteniéndome, como siempre, lejos de la retórica, del sentimentalismo y de la credulidad. He trabajado con rigor histórico, con visitas a los lugares, con la obligada prudencia, pero abriéndome al misterio. También en estas visitas a nosotros que son las apariciones, María continúa en su papel de Madre: se aparece para confortar a su pueblo y para recordarle aspectos del Evangelio que están en riesgo de ser olvidados. Es, ahora y siempre, la Señora de las bodas de Caná que dice: “haced lo que Él os diga”. También en estas “Hipótesis sobre María” hablo de un hecho del cual me he ocupado en otro libro, también traducido al español , “Los ojos de María”. Intento, esto es, una lectura “general”, una “interpretación global” de las apariciones marianas en los dos últimos siglos. En efecto, me parece que hay un “calendario de María”, una suerte de estrategia mariana por la cual las intervenciones de la Madre diseñan una especie de “historia paralela”. El secreto de Dios ha de ser respetado pero también está permitido reflexionar, examinar las huellas e indicios, como he intentado hacer durante tantos años: en el mundo mariano son muchos los enigmas, pero si se intenta comprenderlos, el premio es consolación, alegría, confirmación de la verdad de la fe. Termino con esto, queridas amigas y queridos amigos, aunque desearía hablaros todavía más largamente de esta Mujer fuerte y tierna, sencilla y misteriosa, humilde y gloriosa. Si en alguna cosa el “siervo inútil” que les habla ha sido útil con sus paginas, recompénsenlo con el mejor don: una simple pero potentísima Ave María, por él y por su trabajo, lleno de responsabilidad y de dificultad que, a menudo, son superiores a su capacidad y a su fuerza. Gracias por su atención. Y que la Madonna, como la llamamos nosotros los italianos, os acoja y os defienda a todos bajo su manto maternal. Vittorio Messori
Comentarios