La violencia de género irá en aumento
La epidemia irá a peor, porque no se trata de una cuestión legal, que con leyes se pueda combatir, sino moral, de la pérdida muy extendida del sentido moral de la vida, de los principios del bien y del mal que enseña la moral cristiana.
Raro es el día que no nos despertamos con la dramática noticia de que otra mujer ha sido víctima de lo que viene llamándose violencia de género. Antes, "antiguamente", a esta clase de asesinatos solían denominarse crímenes pasionales, porque de eso se trata: de una pasión ciega resuelta a la manera de hombres primitivos. "La maté porque era mía", canta la copla. Ahora, en cambio, en lugar de llamar a las cosas por su nombre crudo y directo, inventamos eufemismos, como si emplear términos más suaves y edulcorados, rebajara o eliminara la maldad de los hechos. El "buenismo" es como la capa que todo lo tapa. Así llamamos "interrupción voluntaria del embarazo" al crimen abortista, "eutanasia" a la liquidación del pobre viejo desvalido, "apropiación indebida" al robo de fondos públicos, "discriminación positiva" a los privilegios que las feministas quieren atribuirse a sí mismas, etc. Desgraciadamente, eso de matar a la propia o a la ajena, por celos, pasión o malquerencias personales, no es nada nuevo. Tal manera brutal de "arreglar" las "cosas", viene de muy atrás, pero de muy, muy atrás, porque la condición humana tiene, tristemente, esos componentes de animalidad. Sin embargo, en aquellos tiempo antiguos, o no tan antiguos, donde al pan se llamaba pan, y vino al vino, tiempos, sin duda de agobiante predominio machista, el número de "crímenes pasionales" era infinitamente menor al que ahora padecemos, siendo como somos, tan civilizados y progresistas, y tan defensores de los derechos y la paridad de la mujer. Entonces, ¿qué pasa, que en lugar de mejorar la especie vamos hacia atrás como el cangrejo? Pasa, pasa..., claro que pasa. Si observamos bien advertiremos que la gran mayoría de los casos de violencia de género se trata de situaciones irregulares o inestables: parejas ocasionales, matrimonios en trámite de divorcio, rupturas traumáticas, ex amantes despechados, cambio porque sí de pareja, etc. De vez en cuando, algún viejo "ajusta cuentas" con la vieja, después de largos años de convivencia nada pacífica, pero no deja de ser lo excepcional. Lo más común es lo dicho primeramente. Además hay mujeres poco precavidas, que se juntan con el primero que se cruza en su camino, y así les va el apaño. Llama la atención los divorciados que terminan acosando o matando a su ex-mujer. La vigente ley del divorcio tiene mucho que ver con estas reacciones violentes. Por lo general, el divorcio supone un trauma y una ruina afectiva y económica del hombre, sin hablar del daño que se causa a la descendencia. La mujer, al separarse, arrambla con todo: niños, casa, coche y hasta buen parte del sueldo del marido. Éste pierde la tutela de los hijos, acaso la posibilidad de visitarlos, y apenas sin medios de subsistencia se ve obligado a vivir en condiciones míseras en una caravana de segunda mano, apiñado en algún camping de la periferia urbana o en una pensión o piso alquilado que más parece una pocilga que un lugar digno de ser habitado. Y encima, posiblemente, tiene que hacer frente a la hipoteca del piso propio del que ha sido desahuciado. Hasta ahí llega la rapacidad del feminismo radical que se impone en las leyes. No puede por tanto extrañar, aunque no pueda justificarse, que algún ex-marido desesperado pierda la cabeza y recurra a la violencia: "Tú me has buscado la ruina -se dice- pero no lo disfrutaras", porque las más de la veces no se trata de un divorcio más que justificado, sino simple frivolidad. Lo peor es que la situación, lejos de aminorar irá en aumento. Todas las leyes y órdenes de alejamiento que hay o se quieran añadir a las existentes, no sirven ni servirán de nada. ¿Acaso no es una ley categórica la que prohibe matar a otra personas? Y, sin embargo, ahí están las vícimas de cada día. Y, como digo, la epidemia -porque de una epidemia parece que se trata- irá a peor, porque no se trata de una cuestión legal, que con leyes se pueda combatir, sino moral, de la pérdida muy extendida del sentido moral de la vida, de los principios del bien y del mal que enseña la moral cristiana. Al descristianizar a la sociedad, se deshumaniza a las personas, que sólo atienden a sus impulsos y pasiones más primitivas, a su yo egoísta más elemental, al "todo vale" hedonista, a la pareja "clinex" de usar y tirar, que se desprende los mensajes que emite la casta dominante y los medios de comunicación, en especial la talevisión y las revistas del corazón, invadidas por famosillos sin principios, normas, valores ni vergüenza. Luego, cuando se produce un nuevo asesinato, que es un día sí y otro también, toda esta tropa se enfurece, claman contra no se sabe quien -pero nunca contra sí mismos, verdaderos cómplices de tal estado de cosas-, y hasta sueltan alguna lagrimita de cocodrilo. Pero, ¿qué se creen, que la descomposición ética de tanta gente, sale gratis? Que nadie se llame a engaño: sólo el rearme moral de la sociedad, podrá poner coto a tanta violencia. Vicente Alejandro Guillamón
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