¿Católicos pelagianos?
Sin llegar a negar la gracia de Dios, hay sacerdotes y laicos que insisten hasta la saciedad en la fuerza de voluntad, los programas de vida, el férreo control de los sentidos y la mortificación.
por Álex Navajas
No, no se inquieten; la herejía que promovió el monje Pelagio durante los siglos IV y V no ha retornado a la Iglesia católica. Al menos, oficialmente. Pero sí es cierto que algunas de las ideas del religioso inglés todavía flotan en no pocos grupos católicos. Para Pelagio, autor de «De libero arbitrio», llegar al cielo era tarea de cada uno: sólo tus buenas obras te iban a salvar. Dios se había limitado a poner el listón muy alto y que cada uno se las apañase por llegar a él, porque el Señor no iba a mover un dedo por ayudarnos: suficiente había hecho ya muriendo por nosotros en la cruz. Pues las ideas de Pelagio, como decía al principio, se asoman con cierta frecuencia en numerosas predicaciones. Sin llegar a negar la gracia de Dios, hay sacerdotes y laicos que insisten hasta la saciedad en la fuerza de voluntad, los programas de vida, el férreo control de los sentidos y la mortificación. Entiéndaseme bien: todos ellos son necesarios, siempre que estén imbuidos de una inmensa confianza en la gracia de Dios. Pero, para estos cristianos, el Señor se parecería al tendero del gran supermercado de la gracia. Si quieres tal o cual ayuda de Dios, tendrás que ganártela. El Señor se convierte así en un ser terriblemente distante y frío, que contempla desde la distancia cómo el hombre se bate con sus solas fuerzas para llegar al cielo. ¿Dónde queda, entonces, la misericordia divina? ¿Dónde la gratuidad; su amor infinito y desinteresado por el hombre; la confianza a la que invitaba santaTeresa de Lisieux? Para los cristianos que así viven, la fe se limita a cumplir unos preceptos, unos ritos -igual que hacían los fariseos- que, supuestamente, les hacen merecer el cielo, pero que, en la realidad, les vuelven fríos como el hielo. Les ves en misa, incluso a diario; rezan el rosario y se confiesan, pero son especialmente duros con los que no cumplen todos los preceptos que ellos siguen. Su proselitismo no consiste en dar a Dios a los demás, sino en cargarles pesadas cargas: las mismas que ellos llevan. De sus labios rara vez brotan las palabras «misericordia», «bondad», «belleza», «gratuidad» o «amor», pero sí «compromiso», «esfuerzo» y «voluntad». Condenan al mundo, pero no se compadecen de él ni sienten, como Cristo, deseos de salvarlo. Son grupos de Iglesia con ambientes enrarecidos y tristes, cerrados y oscuros, como la casa donde se encerraron los discípulos tras la muerte de Cristo. Por eso, en esta Pascua es necesario que Jesús entre en esas almas, las purifique y las libere de sus cargas para que sientan la formidable fuerza del Resucitado y de su gracia. Sólo de este modo, Pentecostés ocurrirá en ellos.
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