Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Ver, oír, tocar, transmitir: esto es la fe


No se dejan de afrontar dos aspectos que el mundo actual difícilmente comprende: la relación de la fe con la verdad, y el aspecto eclesial-comunitario de la fe frente al individualismo y al subjetivismo reinantes.

por Pablo Cervera Barranco

Opinión

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1-4).

Difícilmente habrá un texto bíblico mejor que encierre las enseñanzas de la reciente encíclica del papa Francisco, Lumen fidei.

San Juan, ya anciano, a los 90 años, escribía esto a las futuras generaciones. Sus ojos vidriosos iban a lo nuclear, a lo esencial. Algo parecido podríamos decir del papa Francisco, e, indirectamente, de Benedicto XVI —en cuanto que la base del texto fue redactada por él—: ir a lo esencial. Oír, ver, tocar, Verbo de la vida, anunciar, gozo: estas palabras son el eje de esta encíclica que acaba de aparecer, mediado el Año de la Fe. El Papa Francisco recoge claramente un escrito previo de Benedicto XVI (al que —dice Francisco—, «añade algunas aportaciones»). Así se cierra el ciclo de recientes encíclicas referidas a las tres virtudes teologales: Caritas in veritate, Spe salvi.

Los primitivos escritos del cristianismo denominaban fotismós (iluminación) al bautismo. El Papa quiere remontarse, para aplicarlo nuestra época, a este aspecto referido al sacramento de la fe, el bautismo, y a la fe misma: la fe es luz. Una especie obertura inicial presenta un amplio campo semántico de sinónimos y antónimos sobre el tema que servirá para catapultar hacia el contenido de la encíclica: fe, luz, visión, sol, iluminación; ilusión, espejismo, oscuridad, fugacidad, ceguera.

Cuatro capítulos vertebran la encíclica: el primero sirve de recorrido histórico-salvífico respecto de la fe que ha creído en el amor; en el segundo, se afronta la dimensión cognoscitiva de la fe y su relación con la verdad; el tercero presenta la dimensión apostólica de la fe; el cuarto capítulo podría titularse «la utilidad de la fe», su aspecto constructivo (respecto del bien común, de la familia, de la sociedad, del sufrimiento humano…). Una bella página conclusiva sirve para presentar, como en otras encíclicas, la figura de María como encarnación de la dicha del que cree.

El escrito papal, muy rico en contenido bíblico, sugerente en sus apreciaciones y atento a la sensibilidad del hombre contemporáneo, traza un itinerario histórico desde Abraham, pasando por Moisés y el pueblo de Israel, para culminar en Jesucristo. En esas páginas desentraña el carácter personal de la fe, la respuesta al amor ofrecido, su aspecto de fundamento de la vida humana, de promesa, la implicación de la mediación en la misma…

El aspecto de escucha de la Palabra de Dios, al que se responde con la fe (que siempre ha tenido la primacía en Israel e incluso en la fe cristiana), es complementado en la encíclica por el horizonte de la visión. Es quizá lo más novedoso del contenido aunque ciertamente está en la raíz del aspecto encarnatorio de la fe cristiana. Con todo, no se dejan de afrontar dos aspectos que el mundo actual difícilmente comprende: la relación de la fe con la verdad, y el aspecto eclesial-comunitario de la fe frente al individualismo y al subjetivismo reinantes.

Este escrito, de más fácil lectura que los de Benedicto XVI referidos a la caridad y a la esperanza, será de fecunda lectura para los católicos y para los no creyentes.
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