La clave que explica la vida de la Madre Teresa de Calcuta
(Por cortesía del autor, reproducimos el Epílogo de Pablo Cervera Barranco al libro Madre Teresa. El misterio de la sed de Jesús, de Ignacio Amorós.)
Tras leer con sumo gusto este libro, y corregir y sugerir diversos aspectos al autor antes de su publicación, Ignacio Amorós me sorprende "descolgándose" con una petición:
—¿Me harías un epílogo?
En fin, no puedo decir que no al que con tanto trabajo e ilusión ha elaborado este serio y acertado trabajo sobre el tema más medular de la Madre Teresa. Como a estas alturas espero que el lector haya terminado de leer el libro, solo se me ocurre recorrer el itinerario vital y biográfico que he vivido de la mano de la Madre Teresa de Calcuta.
Vivir una inclusión (al modo bíblico)
Han pasado casi 40 años pero hay cosas que difícilmente se olvidan... Era el otoño del año 1983. Comenzaba mi segundo año de Filosofía en el Seminario San Ildefonso de Toledo. Cayó en mis manos un cuaderno, con tapa blanca, y encuadernada con dos grapas. El texto estaba en inglés. I thirst era el título. Corpus Christi Movement, el subtítulo. Lo leí con gran interés y quedé profundamente impactado por la densidad de contenido teológico-espiritual y la viveza con la que aquel escrito tocó mi espíritu. Con el tiempo supe que el autor había sido Joseph Langford, co-fundador con la Madre Teresa de los Misioneros de la Caridad. Curiosamente hace dos años volví a "tropezarme" con otro texto suyo: I thirst. 40 days with Mother Teresa [Tengo sed. 40 días con la Madre Teresa]. Esta vez el Augustine Institute de Greenwood Village (Colorado) me buscó para traducirlo .Posteriormente ha sido publicado también en la BAC. En este sentido, podría decir que en mi vida se ha dado hasta ahora lo que los biblistas llaman una inclusión: un comienzo y fin con el mismo versículo, palabra o tema.
Encuentros en Roma
Entretanto, la Providencia dispuso que tuviera en mi vida tres encuentros con la Madre Teresa. Del primero tenía una foto que conservaba en mi breviario y que perdí al perder el libro de rezos… Fue en la Via Casilina, con ocasión de los votos de una misionera nacida en Torrijos (Toledo).
El segundo fue también en Roma, esta vez en San Gregorio in Monte Celio, donde las Misioneras tienen el juniorado y un gran dormitorio para transeúntes. Había oído que la Madre Teresa estaba en Roma y me dijeron dónde encontrarla. Era el 10 de mayo de 1990.
Escribí entonces:
"Son las seis y cuarto de la tarde. Se trata de un miércoles cualquiera y un miércoles distinto. En Roma hace un gran bochorno. Calor semitormentoso que nos trae a muchos por la calle de la amargura. Altas presiones, humedad, fresco nocturno, sudor y polvo a mediodía... He terminado mi seminario en la Facultad de Filosofía. Hace días tengo un gran deseo que creo se va a cumplir dentro de un instante.
»Recorro la Via de los Foros Imperiales. Llego al Coliseo y giro en dirección al Circo Máximo pasando junto al Arco de Constantino. A medio camino un oasis de paz. Fuera abunda el ruido, mucha tristeza y desolación, gente que busca la felicidad en algo olvidando que solo la encontrará en Alguien, en una Persona (…).
»Cuando viene a Roma, según nos dijo Sister Rocío, la Madre Teresa recibe a todo el que se acerca. En el exterior de San Gregorio, monasterio ocupado en parte por las Misioneras de la Caridad, no hay nadie. Subo y llamo a la puerta. Todavía desconozco si estará la persona que busco. Ayer me han dicho que se esperaba para hoy su llegada. Efectivamente, una religiosa alemana me dice que sí está. Alzo la mirada y al fondo del pasillo la veo. Hay un grupo de gente que también ha venido a recibir la enseñanza de su palabra y su presencia. Algunas mujeres que esperan lloran de emoción. Sucesivamente se acercan dos sacerdotes y le presentan proyectos, piden su consejo.
»Antes de ver a Madre Teresa me he acercado a la capilla. Allí está Quien da razón de todo: I thirst. Junto a mí rezan varias postulantes jóvenes. Se escucha como telón de fondo la suave palabra de Madre Teresa que llega a través de las ventanas abiertas por el calor. Salgo de nuevo al pasillo. Espero unos instantes. Una religiosa invita al grupo de mujeres a entrar en la capilla. Allí Madre Teresa les dirigirá la palabra. Yo he preferido esperar.
»Al dirigirse a la capilla la Madre Teresa me ha visto. Como soy tan pequeño... se me ha acercado. Encorvada, frágil, como debilitada por los años y la enfermedad, pero con una apariencia asombrosamente incansable. Alguien la sostiene. He besado sus manos. Ella se ha encogido. Ha sido nada más medio minuto. Pero ha bastado.
—¿De dónde viene?
—De España —le respondo. Soy primo de Pascual Cervera (sacerdote colaborador suyo en Nueva York). En seguida ha caído.
—¿Por qué está aquí en Roma?
—Estudio. Mi obispo me envió al poco de ordenarme a proseguir aquí en Roma mis estudios.
—Mantengámonos fieles y firmes. Rece por nosotras, padre.
—Madre, me gustaría recibir su bendición.
—God bless you —después se ha inclinado para que yo la bendijera. Sobre su cabeza he trazado el signo de la cruz.
»Sé lo que significan para ella los sacerdotes y cuánto los ama por lo que representan. Como en otras tantas ocasiones me he sabido y sentido instrumento de Cristo en esta bendición que acabo de impartir. De nuevo he besado sus manos arrugadas. Sus pupilas me han taladrado. Ya pasó este momento tan sencillo y tan singular.
»Me ha parecido ver directamente algo que ya intuía por escritos y acciones suyas. Su clave. Una profunda mirada de fe que se dirige a Dios. Sus ojos trasparentes delatan que es contemplativa. Pero no es una mirada alejada del mundo. A veces creemos que ambos aspectos están reñidos. Su acción brota de muchas horas de Sagrario en las que hablará a Dios de los hombres, de los más pobres. En su acción busca a Dios a través del hombre, imagen suya. Por eso digo que su mirada me ha taladrado. Me he sentido medio a través del cual alzaba su mirada al Todopoderoso".
En el Bronx (Nueva York)
La última vez fue dos meses antes de su muerte, en el Bronx, Nueva York. Había terminado mi tesis doctoral en Roma y viajé una semana a la Parroquia del Espíritu Santo, en el Bronx. Madre Teresa también estaba en el Bronx esos días y una mañana fuimos a celebrar misa a la Parroquia de Santa Rita donde ella frecuentaba la misa. Quisieron que presidiera la misa, pero decliné porque no conocía bien el Misal americano. No me libré, en cambio de predicar, y dirigir, también a ella, unas palabras comentando el evangelio. Allí estaba ella, al final de la iglesia, sentada en el suelo, recogida en oración. Ciertamente me impactó la experiencia y el posterior saludo al concluir la Eucaristía. A los dos meses, Dios la llamaba a la eternidad.
¡Ven, sé mi luz!, una obra imprescindible
Y, ¿cómo no referirme a otro momento privilegiado, providencial? Me refiero a la traducción del libro ¡Ven, sé mi luz! que preparé y se publicó en la editorial Planeta.
Aquello fue un golpetazo imponente, una gracia inmensa, una experiencia difícilmente olvidable. Nadie, hasta ese momento, sabía lo que se había escondido en la persona, en el alma, en la misión de la Madre Teresa. El padre Brian sacaba a la luz muchas de sus cartas que revelaron la gran noche oscura de amor que vivió prácticamente desde el momento en que fundó la Congregación de las Misioneras de la Caridad. ¡Tremendo!
Estas cartas abren una esperanza en el futuro. Mediante sus cartas y palabras la Madre Teresa tiene otro "ministerio", otra tarea a desempeñar: no solo ser ejemplo de caridad, sino luz para los no-creyentes y para todos los que sufren la oscuridad de no sentirse amados, de ser rechazados...
La noche oscura es un momento de la vida espiritual en el que la persona es purificada antes de la unión íntima y transformante con Cristo. El libro enmarca esa prueba en el horizonte de toda la vida de la Madre. En realidad, lo que entendemos por noche oscura fue vivido cuando todavía estaba en Loreto (religiosas conocidas en España como Madres Irlandesas), la congregación religiosa donde empezó su entrega a Dios. Los años 1946-1947 fueron de íntima unión gozosa y dulce con Jesús. "Jesús se me dio", dice la Madre en una de sus cartas. La unión de la Madre con Jesús fue como "violenta", hondamente sentida y vivida. Luego, al empezar la obra con los pobres y la fundación de la congregación, vino esa nueva y prolongada oscuridad (duró 50 años, el resto de su vida) que ya no era preparatoria de otra etapa espiritual. De esta oscuridad habla ella en cartas a sus confesores y directores espirituales.
Sabemos de otros santos (San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa del Niño Jesús) que vivieron una noche espiritual muy prolongada en el tiempo. La Madre vivió su consagración religiosa como unión de amor, como entrega de esposa a Jesús, unión por la que ella comparte todo con el amado, con Jesús, un amor de esposa y un amor redentor: un amor que se identifica especialmente con el dolor de Jesús en el Huerto de Getsemaní y el abandono de su Padre que Cristo experimenta en la cruz.
En 1942 la Madre hizo un voto de no negar nunca nada a Jesús. Poco después fue cuando oyó que Jesús le decía: "Ven, sé mi luz". Al principio la Madre llevaba la "luz" a lugares incluso de absoluta oscuridad física: muchos pobres no tenían ni ventanas. Aceptó su oscuridad interior para llevar a la luz a otros. El jesuita padre Neuner (uno de sus confesores) en 1962 le explicó que esa oscura noche era el "lado espiritual de su trabajo apostólico".
Madre Teresa siempre dijo que la mayor pobreza era no sentirse amado, no sentirse querido, sentirse solo, rechazado... Ella sintió eso en su alma. Por eso su noche oscura podría llamarse "noche oscura de amor". Esto es lo específico suyo. Su prueba es muy "moderna". Los santos de otros siglos vivían la noche oscura como duda de su propia salvación, como prueba de fe. La Madre vivió la pobreza interior, el "despojo espiritual". Jesús vivió esa pobreza y la Madre fue instrumento puro en manos de él para que viviendo ella esa oscuridad fuera luz para otros. No es una contradicción o una hipocresía personal. Aunque se sintiera como engañada interiormente o no percibiera el amor, ella a todos irradiaba a Jesús. "Si alguna vez llego a ser santa seguramente lo seré de la 'oscuridad'. Estaré continuamente ausente del cielo para alumbrar la luz de los que en la tierra están en oscuridad".
Ella no sentía. Nos enseña así que no debemos buscar nuestra fe y amor a Dios y a los demás por lo que se siente. Hoy está de moda decir: ya no amo porque no siento. No. El amor está fundamentalmente en la voluntad, y no solo en el sentimiento.
Quizá me he alargado, pero este libro hay que leerlo, sí o sí.
Termino.
Al paso del tiempo salió una obra del padre Raniero Cantalamessa, OFMCap, que recogía las predicaciones dirigidas a la Casa Pontificia en Adviento de 2003, con ocasión de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta. El autor había tenido acceso a los documentos de la Causa y, por deferencia hacia el postulador de la Causa, padre Brian Kolodiejchuk, MC, esperó unos años para publicarlo de manera que saliera antes a la luz la obra ¡Ven, sé mi luz! Tuve mucha alegría al traducirla, como tantas otras obras del sabio capuchino italiano.
Los santos, humanidad nueva
El trato con los santos, en vida o a través de sus escritos, es siempre fecundo. Los santos nos cambian, nos elevan a Dios. Yo he tenido la suerte de conocer varios. Acercarse a ellos en vida provoca una suave llamada en el corazón a la santidad, a elevar la vida hacia Dios. Los escritos de los santos, patrimonio de la Iglesia, son la expresión temporal de la acción del Espíritu Santo en nuestra humanidad doliente. Por eso, leer este libro tiene una doble virtualidad: leer la vida de la Madre Teresa desde la clave de su existencia ("Tengo sed") y, en cierto modo, leer sus escritos a través de la articulación que el autor nos propone en la segunda parte. A estas alturas, querido lector, en que ya has leído todo el libro, seguro que la Santa de Calcuta ha tocado tu corazón y no te ha dejado indiferente.
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