Las dos palabras más sonadas hoy
Las dos columnas que cimientan una opinión y la contraria. ¿Son las mismas columnas o sólo se asemejan en el recubrimiento exterior?
por José F. Vaquero
Escuchando a políticos de uno u otro signo, a ideólogos, pensadores y todo tipo de creadores de opinión, destacan siempre dos palabras, dos conceptos vitales para el desarrollo y el futuro: derecho y libertad. La mujer tiene derechos que hay que garantizar, un derecho a decidir. La vida humana es un derecho sagrado, que no se puede violar. Los ciudadanos somos libres y tenemos derecho a decidir quién nos gobierna. Cataluña tiene derecho a decidir libremente. Las víctimas del terrorismo tienen derecho a que el estado garantice la libertad y la no violencia. Derecho y libertad, para la mayoría, para las minorías, para quien piensa según unos principios o según los contrarios.
En esta divinización del derecho y de la libertad habría que entender ambos estandartes; se usan en un bando y en el contrario, para defender y atacar que una misma cosa es buena. Las dos columnas que cimientan una opinión y la contraria. ¿Son las mismas columnas o sólo se asemejan en el recubrimiento exterior? Nos podemos quedar con la impresión de que estos dos términos sirven para poco, o son tan relativos que cada quien los usa como mejor le viene.
Técnicamente, podemos decir que la libertad es la autodeterminación inmanente autoperfeccionante que tenemos. Pero como esos “palabros” nos pueden sonar a chino, o ni siquiera sonar, hay que buscar una explicación más sencilla.
Ser libre es poder elegir, elegir un color, una fruta, un sitio para vivir, un amigo o una religión y principios que orienten la vida. En una tertulia reciente protestaban contra la obligación de estudiar religión católica durante la época franquista. Ahora, para garantizar la libertad de elegir, pretenden obligar a estudiar la no-religión, haciendo desaparecer una parte presente en el hombre, el sentido de la trascendencia, del más allá. ¿No será más libre que el que quiera una formación religiosa católica la tenga, y el que opte por una formación ética, de moral natural, la pueda elegir? Estamos eligiendo entre dos cosas buenas, aunque una sea mejor que otra.
Un caso distinto es la libertad para abortar. El aborto, la interrupción del embarazo, la finalización de una vida reconocida como tal por la ciencia y el pensamiento, no es un bien (sobre todo para el embrión, el más olvidado en estos temas). Cuando se interrumpe la luz en mi casa es porque primero hubo luz, y después, por un fallo o una actuación querida, deja de haber luz.
Puede haber una situación difícil, un conflicto de bienes (el bien del embrión, el bien de la madre, el bien económico de la pareja o de la mujer que ha sido abandonada...). Y la tarea del estado debería ser la defensa de todos estos bienes, sin excluir ninguno, y buscando una solución que respete a la parte más débil, por lo normal al niño. Muchas asociaciones y personas ya realizan esta labor, pero cualquier ayuda es siempre bienvenida.
La elección entre bienes, además, tiene cierta preconfiguración. Está dirigida hacia un fin, la autoperfección, el crecimiento personal. Por ello resulta natural que elijamos lo mejor, lo que más bien me proporciona a mí y a mi entorno. No se trata de un mero cálculo matemático, como pensaron algunos filósofos ingleses y americanos: pones la cantidad de un bien en una balanza, la cantidad del otro bien en la otra, pesas y decisión perfecta. El discernimiento entre bienes no es tan sencillo, pero tampoco es una decisión arbitraria.
Uno de los grandes sabios del discernimiento, San Ignacio de Loyola, lo practicó y aprendió desde la cama; convaleciente por un bombazo en la pierna, elegía alternativamente entre disfrutar con los bienes del caballero y disfrutar con los bienes del santo. En el primer caso soñaba con el honor, el prestigio, el buen nombre y la fama del caballero y noble del siglo XVI. En el segundo, con las ansias de entrega y donación total de los monjes anacoretas, de San Francisco de Asís y de otros santos. Soñando como caballero era feliz un momento, y luego la alegría le sabía a poco. Soñando como santo, misionero, entregado a los demás, la paz y la felicidad le invadía durante mucho tiempo. Este ejercicio lo práctico siempre, optando por el bien que más paz le daba, la paz del amor, de la verdad, de la entrega.
He hablado mucho de libertad y poco de derecho. Pero el derecho es importante en cuanto que garantiza el ejercicio de la libertad. Siempre hablamos de “derecho a...”, y el derecho por antonomasia es aquel que nos permite obrar libremente. Eligiendo, y eligiendo siempre lo mejor.
En esta divinización del derecho y de la libertad habría que entender ambos estandartes; se usan en un bando y en el contrario, para defender y atacar que una misma cosa es buena. Las dos columnas que cimientan una opinión y la contraria. ¿Son las mismas columnas o sólo se asemejan en el recubrimiento exterior? Nos podemos quedar con la impresión de que estos dos términos sirven para poco, o son tan relativos que cada quien los usa como mejor le viene.
Técnicamente, podemos decir que la libertad es la autodeterminación inmanente autoperfeccionante que tenemos. Pero como esos “palabros” nos pueden sonar a chino, o ni siquiera sonar, hay que buscar una explicación más sencilla.
Ser libre es poder elegir, elegir un color, una fruta, un sitio para vivir, un amigo o una religión y principios que orienten la vida. En una tertulia reciente protestaban contra la obligación de estudiar religión católica durante la época franquista. Ahora, para garantizar la libertad de elegir, pretenden obligar a estudiar la no-religión, haciendo desaparecer una parte presente en el hombre, el sentido de la trascendencia, del más allá. ¿No será más libre que el que quiera una formación religiosa católica la tenga, y el que opte por una formación ética, de moral natural, la pueda elegir? Estamos eligiendo entre dos cosas buenas, aunque una sea mejor que otra.
Un caso distinto es la libertad para abortar. El aborto, la interrupción del embarazo, la finalización de una vida reconocida como tal por la ciencia y el pensamiento, no es un bien (sobre todo para el embrión, el más olvidado en estos temas). Cuando se interrumpe la luz en mi casa es porque primero hubo luz, y después, por un fallo o una actuación querida, deja de haber luz.
Puede haber una situación difícil, un conflicto de bienes (el bien del embrión, el bien de la madre, el bien económico de la pareja o de la mujer que ha sido abandonada...). Y la tarea del estado debería ser la defensa de todos estos bienes, sin excluir ninguno, y buscando una solución que respete a la parte más débil, por lo normal al niño. Muchas asociaciones y personas ya realizan esta labor, pero cualquier ayuda es siempre bienvenida.
La elección entre bienes, además, tiene cierta preconfiguración. Está dirigida hacia un fin, la autoperfección, el crecimiento personal. Por ello resulta natural que elijamos lo mejor, lo que más bien me proporciona a mí y a mi entorno. No se trata de un mero cálculo matemático, como pensaron algunos filósofos ingleses y americanos: pones la cantidad de un bien en una balanza, la cantidad del otro bien en la otra, pesas y decisión perfecta. El discernimiento entre bienes no es tan sencillo, pero tampoco es una decisión arbitraria.
Uno de los grandes sabios del discernimiento, San Ignacio de Loyola, lo practicó y aprendió desde la cama; convaleciente por un bombazo en la pierna, elegía alternativamente entre disfrutar con los bienes del caballero y disfrutar con los bienes del santo. En el primer caso soñaba con el honor, el prestigio, el buen nombre y la fama del caballero y noble del siglo XVI. En el segundo, con las ansias de entrega y donación total de los monjes anacoretas, de San Francisco de Asís y de otros santos. Soñando como caballero era feliz un momento, y luego la alegría le sabía a poco. Soñando como santo, misionero, entregado a los demás, la paz y la felicidad le invadía durante mucho tiempo. Este ejercicio lo práctico siempre, optando por el bien que más paz le daba, la paz del amor, de la verdad, de la entrega.
He hablado mucho de libertad y poco de derecho. Pero el derecho es importante en cuanto que garantiza el ejercicio de la libertad. Siempre hablamos de “derecho a...”, y el derecho por antonomasia es aquel que nos permite obrar libremente. Eligiendo, y eligiendo siempre lo mejor.
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