Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Crece el autismo, enfermedad y actitud


Cuando parece que la comunicación debería ser más fácil, constatamos que hay menos comunicación humana, menos interrelación personal.

por José F. Vaquero

Opinión

Hemos celebrado hace unos días la Jornada Internacional del autismo. No conozco directamente esta realidad, el sufrimiento de unos padres o una familia que convive, día y noche, con una persona autista. La comunicación con ella es todo un reto, un trabajo diario en el que, muy poco a poco, parece que se dan algunos pasitos. Golpea nuestra atención esta enfermedad, que afecta a la socialización, la comunicación, la imaginación, la planificación y la reciprocidad emocional. Muchos coinciden en que quienes la padecen tienen gran riqueza interior, delicada sensibilidad y aguda inteligencia; pero no saben, o no pueden, comunicarlo a los demás, interactuar con otras personas. De ahí al aislamiento hay un pequeño paso.

Según los expertos, el número de niños afectados por este trastorno aumenta, y actualmente ronda el 6 por mil. Más allá del autismo clínico, originado en muchos casos por una predisposición genética, creo que está aumentando uno más peligroso, el “autismo social” o psicológico; y en este caso el origen no es genético sino personal, es decir, fruto de decisiones de la libertad, o del no querer decidir y actuar. Hablo metafóricamente, es cierto, pero los problemas de comunicación, interacción social y aislamiento cada vez abundan más en nuestra sociedad.

Estamos en la época de las redes y la tecnología de la comunicación. El “network of network” de internet invade y dirige cada vez más la comunicación entre las personas (ahora usuarios) de esta sociedad cibernética. Abundan las redes sociales y el intercambio dentro de ellas, pero crece también la soledad interior. Tenemos a la mano más medios de comunicación que nunca, pero a la vez nos sentimos manipulados por ciertos poderes que controlan todo, lo que sabemos, lo que desconocemos, con lo que descansamos. Tenemos múltiples modos para comunciarnos, con quien está a dos metros o con quien vive a 5,000 kilómetros. Y a la vez, aumentan peligrosamente las rupturas del núcleo básico de comunicación e interrelación, la familia, un padre, una madre y unos hijos. Algo falla: cuando parece que la comunicación debería ser más fácil, constatamos que hay menos comunicación humana, menos interrelación personal.

Quizás sea éste uno de los motivos por los que seguimos sorprendidos ante la figura del Papa Francisco. Un hombre santo que comunica y se comunica de modo sencillo y directo. Tal vez hayamos echado de menos este Domingo de Resurrección la felicitación pascual en numerosos idiomas. Juan Pablo II y Benedicto XVI nos habían acostumbrado a esa “poli-felicitación”. Pero el Papa Francisco ha hablado en la lengua universal, el lenguaje del corazón, del amor, del carió. Y ahí hay comunicación en sumo grado, comunicación directa sin posibilidad de manipulación.

“Hablando se entiende la gente”, dicen algunos. Pero ¿por qué se nos olvida tan fácilmente? ¿Será que preferimos no entendernos? No creo; más bien, a veces podemos tener miedo de entendernos, porque el entendimiento interpersonal implica abrirse al otro y cerrarme un poco a mis gustos y preferencias. Nos pasa lo que al aguilucho, que se está muy calentito en el nido. Y necesitamos que el águila, que ya conoce la grandeza de volar y nuestras posibilidades para el vuelo, nos empuje hacia el aparente vacío, a la vez que observa que, en nuestra caída, abramos bien las alas para no estamparnos contra el suelo.

Entre las sencillas y bellas frases de esta Semana Santa, el Papa Francisco decía: "Tengo que estar a vuestro servicio, es un deber que me viene del corazón... ¿Estoy dispuesto a servir y a ayudar al otro? Y piense que esta señal es una caricia de Jesús que uno hace, porque Jesús vino justamente a ayudarnos". Abrirme al otro, servir al otro, ayudar al otro.
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