Ilustrados, Iglesia y Benedicto XVI
La Iglesia nos lo ha venido advirtiendo y Benedicto XVI, que hoy mismo ha anunciado su renuncia, ha demostrado a lo largo de su intensa y dilatada vida, cómo en efecto el espíritu humano puede elevarse hacia la contemplación de la verdad a través de esas dos insustituibles alas del espíritu que son la fe y la razón
por Antonio Torres
De aeropuerto en aeropuerto vuelo enfrascado en la lectura de un "librito" de un tal Jonathan I. Israel, "La ilustración radical. La filosofía y la construcción de la modernidad, 16501750", -libro que os recomiendo-, y a medida que avanzo en su lectura van aumentando progresivamente mi sorpresa y perplejidad.
Bien es cierto que se trata de las perplejidades de un ignorante como yo, poco ducho en cuestiones históricas y aún menos en profundidades filosóficas. Pero quizás sea precisamente por eso, por lo que me sorprenden aún más las disparatadas afirmaciones de unos tipos que sembraron las letales semillas de un mundo que lleva prácticamente tres siglos chapoteando en la oscura ciénaga del materialismo y del ateísmo, ambos igualmente burdos e irracionales.
Se trata de personajes extraordinariamente dotados, entre los que sobresale con mucho Spinoza, -a quien me avergüenza reconocer que no conozco tanto como debiera-, a los que un escaso o nulo conocimiento de la filosofía escolástica y fundamentalmente del tomismo, les precipitó a terminar por confundir las churras con las merinas, incurriendo en esas disparatadas opiniones que posteriormente hicieron suyas los hoy más conocidos ilustrados posteriores, con Voltaire y Rousseau a la cabeza.
La influencia de Descartes fue preponderante en el desarrollo de las ideas de muchos de ellos, muy especialmente en las del pulidor de lentes, y no se podrían entender las motivaciones filosóficas de casi ninguno de ellos obviando esa poderosa influencia.
Cierto que muchas de las ideas y propuestas que en el ámbito de la política elaboraron, eran acertadas y respondían a un latente y ya evidente por entonces colapso de un orden político que hacía aguas por todas partes, coincidiendo con el ascenso de una pujante y poderosa nueva clase social que reclamaba sus derechos, los burgueses.
Cierto también que a casi todos ellos les movía un legítimo afán de mejorar la condición del hombre y de la sociedad, de búsqueda sincera de la verdad y de ejercer su influencia y cambiar las cosas que percibían justamente como malas e inconvenientes en el tiempo que les tocó vivir.
Pero la ruptura con el paulatino devenir y desarrollo del pensamiento filosófico y teológico, que la filosofía escolástica había llevado a su más alta cumbre en Tomás de Aquino, y el incomprensible adanismo de que hicieron gala rompiendo de forma radical con la tradición desde todos los puntos de vista, les hizo incurrir en esos disparates que cada día me sorprenden más y me causan enorme perplejidad.
Ese desconocer voluntario o desconocimiento involuntario, quizás sea uno de los motivos de que con la excepción de Spinoza, Leibniz y poco más, los llamados philosophes no fueran más que puros gacetilleros y propagandistas, de los cuales somos sus herederos intelectuales/morales los actuales y errados hijos de la modernidad, ya posmoderna y haciendo también aguas por todas partes.
Sorprende también y maravilla, -además de constituir un poderoso motivo de tranquilidad y esperanza-, que no obstante el sistemático ataque que desde fuera y dentro ha venido sufriendo la Iglesia católica, se haya mantenido no obstante firme en la defensa del poder de la razón para acceder a la verdad y de la denominada philosophia perennis, que permitirá a la humanidad recuperar nuevamente el camino que conduce real y verdaderamente a la verdad y la belleza, y nos permitirá alcanzar la plenitud y felicidad que el hombre anhela y a las que no puede renunciar tan fácilmente como pudiera parecer todavía a algunos.
El clamoroso, feliz e ininterrumpido éxito de la ciencia y la tecnología, no ha hecho más feliz al hombre ni más justo, por más que en Occidente se hayan alcanzado memorables cotas de libertad civil, prolongación de la vida y distribución de la riqueza. La Iglesia nos lo ha venido advirtiendo y Benedicto XVI, que hoy mismo ha anunciado su renuncia, ha demostrado a lo largo de su intensa y dilatada vida, cómo en efecto el espíritu humano puede elevarse hacia la contemplación de la verdad a través de esas dos insustituibles alas del espíritu que son la fe y la razón.
Se ha iniciado la publicación de las obras completas de Benedicto XVI y os recomiendo que pongáis, creyentes y no creyentes, vuestra atención en su riquísimo magisterio, sobre los problemas que nos afectan a todos en la grave y difícil encrucijada que se está viviendo en la Iglesia y en el mundo, un mundo heredero de aquellos "ilustrados" que, en el paroxismo de su locura, decidieron sustituir la religión de Dios hecho hombre por la religión del hombre que se cree él mismo un dios.
Bien es cierto que se trata de las perplejidades de un ignorante como yo, poco ducho en cuestiones históricas y aún menos en profundidades filosóficas. Pero quizás sea precisamente por eso, por lo que me sorprenden aún más las disparatadas afirmaciones de unos tipos que sembraron las letales semillas de un mundo que lleva prácticamente tres siglos chapoteando en la oscura ciénaga del materialismo y del ateísmo, ambos igualmente burdos e irracionales.
Se trata de personajes extraordinariamente dotados, entre los que sobresale con mucho Spinoza, -a quien me avergüenza reconocer que no conozco tanto como debiera-, a los que un escaso o nulo conocimiento de la filosofía escolástica y fundamentalmente del tomismo, les precipitó a terminar por confundir las churras con las merinas, incurriendo en esas disparatadas opiniones que posteriormente hicieron suyas los hoy más conocidos ilustrados posteriores, con Voltaire y Rousseau a la cabeza.
La influencia de Descartes fue preponderante en el desarrollo de las ideas de muchos de ellos, muy especialmente en las del pulidor de lentes, y no se podrían entender las motivaciones filosóficas de casi ninguno de ellos obviando esa poderosa influencia.
Cierto que muchas de las ideas y propuestas que en el ámbito de la política elaboraron, eran acertadas y respondían a un latente y ya evidente por entonces colapso de un orden político que hacía aguas por todas partes, coincidiendo con el ascenso de una pujante y poderosa nueva clase social que reclamaba sus derechos, los burgueses.
Cierto también que a casi todos ellos les movía un legítimo afán de mejorar la condición del hombre y de la sociedad, de búsqueda sincera de la verdad y de ejercer su influencia y cambiar las cosas que percibían justamente como malas e inconvenientes en el tiempo que les tocó vivir.
Pero la ruptura con el paulatino devenir y desarrollo del pensamiento filosófico y teológico, que la filosofía escolástica había llevado a su más alta cumbre en Tomás de Aquino, y el incomprensible adanismo de que hicieron gala rompiendo de forma radical con la tradición desde todos los puntos de vista, les hizo incurrir en esos disparates que cada día me sorprenden más y me causan enorme perplejidad.
Ese desconocer voluntario o desconocimiento involuntario, quizás sea uno de los motivos de que con la excepción de Spinoza, Leibniz y poco más, los llamados philosophes no fueran más que puros gacetilleros y propagandistas, de los cuales somos sus herederos intelectuales/morales los actuales y errados hijos de la modernidad, ya posmoderna y haciendo también aguas por todas partes.
Sorprende también y maravilla, -además de constituir un poderoso motivo de tranquilidad y esperanza-, que no obstante el sistemático ataque que desde fuera y dentro ha venido sufriendo la Iglesia católica, se haya mantenido no obstante firme en la defensa del poder de la razón para acceder a la verdad y de la denominada philosophia perennis, que permitirá a la humanidad recuperar nuevamente el camino que conduce real y verdaderamente a la verdad y la belleza, y nos permitirá alcanzar la plenitud y felicidad que el hombre anhela y a las que no puede renunciar tan fácilmente como pudiera parecer todavía a algunos.
El clamoroso, feliz e ininterrumpido éxito de la ciencia y la tecnología, no ha hecho más feliz al hombre ni más justo, por más que en Occidente se hayan alcanzado memorables cotas de libertad civil, prolongación de la vida y distribución de la riqueza. La Iglesia nos lo ha venido advirtiendo y Benedicto XVI, que hoy mismo ha anunciado su renuncia, ha demostrado a lo largo de su intensa y dilatada vida, cómo en efecto el espíritu humano puede elevarse hacia la contemplación de la verdad a través de esas dos insustituibles alas del espíritu que son la fe y la razón.
Se ha iniciado la publicación de las obras completas de Benedicto XVI y os recomiendo que pongáis, creyentes y no creyentes, vuestra atención en su riquísimo magisterio, sobre los problemas que nos afectan a todos en la grave y difícil encrucijada que se está viviendo en la Iglesia y en el mundo, un mundo heredero de aquellos "ilustrados" que, en el paroxismo de su locura, decidieron sustituir la religión de Dios hecho hombre por la religión del hombre que se cree él mismo un dios.
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