Evitando otro fiasco romano en febrero
por George Weigel
Cuando el Vaticano ordenó a los obispos estadounidenses que no votasen soluciones locales a la actual crisis católica de abusos del clero y de obispos cómplices, elevó espectacularmente el listón con vistas el encuentro de febrero de 2019, donde el Papa Francisco ha llamado a debatir sobre la crisis con una perspectiva global. Cómo habrían podido los obispos estadounidenses, actuando con determinación el mes pasado, obstaculizar las deliberaciones de febrero en Roma –esa fue la extraña explicación ofrecida por el Vaticano para su decisión– quedará como una cuestión abierta.
Ahora lo más urgente es definir correctamente las asuntos que abordará esa reunión global. Como hay indicios preocupantes de que Los-Que-No-Se-Enteran siguen sin enterarse, me gustaría señalar algunos escollos que debería evitar el encuentro de febrero.
1. La crisis no puede atribuirse principalmente al “clericalismo”
Si “clericalismo” significa una distorsión cruel de la enorme influencia que ejercen los sacerdotes en virtud de su oficio, entonces el “clericalismo” fue y es un factor en el abuso sexual de jóvenes, que son particularmente vulnerables a esa influencia. Si “clericalismo” significa que algunos obispos, al afrontar el abuso sexual del clero, reaccionaron como gestores de crisis institucionales más que como pastores protegiendo a su rebaño, entonces el “clericalismo” ha sido ciertamente un factor en la crisis de los abusos en Chile, Irlanda, Alemania, el Reino Unido y Polonia, y en el caso McCarrick (y otros) en Estados Unidos. Sin embargo, hay factores más fundamentales en la epidemiología de esta crisis. Y el “clericalismo” no puede ser un diagnóstico de talla única para la crisis, ni una escaramuza para no afrontar causas más básicas, como la infidelidad y la disfunción sexual. El “clericalismo” puede facilitar el abuso y la complicidad, pero no es su causa.
2. El lenguaje que describe la crisis debe reflejar la evidencia empírica
“Proteger a los niños” es absolutamente esencial; esto es de una obviedad absoluta. Pero el mantra de que toda esta crisis –y el encuentro de febrero– va sobre “protección infantil” esquiva el desagradable hecho de que, en Estados Unidos y en Alemania (las dos situaciones para las que hay una mayor acumulación de datos), la abrumadora mayoría de los abusos sexuales del clero ha implicado a sacerdotes sexualmente disfuncionales aprovechándose de chicos adolescentes y hombres jóvenes. En términos de una demografía de las víctimas, ésta nunca ha sido una crisis de “pedofilia”, aunque esa expresión haya cimentado la mayor parte de la narrativa de los medios mundiales desde 2002. Si el encuentro de Roma ignora los datos y transige con el “relato” de los medios, fracasará.
3. No debe ignorarse el devastador impacto de una cultura de la disidencia
Los casos de Irlanda y Quebec demuestran que en la Iglesia preconciliar hubo abusos sexuales. Sin embargo, los datos indican que hubo un pico enorme de abusos a finales de los 60, en los 70 y en buena parte de los 80: décadas en las que la disidencia respecto al magisterio moral católico constante fue desenfrenada entre los sacerdotes, tácita entre demasiados obispos, y tolerada en nombre de la paz. Esa estrategia de apaciguamiento resultó desastrosa. Los organizadores del encuentro de febrero han dicho que la Iglesia necesita un cambio de cultura. ¿Incluye eso cambiar la cultura de la disidencia, que parece haber sido responsable de elevar el número de los sacerdotes que abusan y de los obispos cómplices? Entonces, que en febrero lancen los obispos congregados en Roma una sonora llamada a la fidelidad al magisterio de la Iglesia sobre la moral del amor humano tal como lo explican el Catecismo de la Iglesia Católica y la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II. Y que proclamen luego que la moral es el camino que conduce a la felicidad y a la prosperidad humanas, en vez de tratarla como un ideal noble pero imposible.
4. Olvídense las falsas “soluciones”
¿Cuántas veces hemos escuchado que cambiar la disciplina de la Iglesia sobre el celibato reduciría la incidencia de los abusos sexuales del clero? Simplemente, no es verdad. El matrimonio no es un programa de prevención del crimen. Y los datos sobre esta plaga en el conjunto de la sociedad sugieren que la mayor parte de estos horrores tienen lugar dentro de las familias. El celibato no es la cuestión. La cuestión es una formación en el seminario que sea eficaz para vivir el amor célibe antes de la ordenación, y después de ella un apoyo continuo a los sacerdotes.
5. Resistir jugando la carta de la jerarquía
Aprovechar la experiencia de los laicos no mengua la autoridad episcopal: la realza. Interesar en esta crisis a laicos expertos es esencial para comprender los hechos y restaurar la credibilidad, gravemente erosionada, de demasiados obispos… y del Vaticano. Los dirigentes de la conferencia episcopal estadounidense lo entendieron así, y la mayoría de los obispos norteamericanos estaban dispuestos a actuar en dicha línea aplicando remedios serios. El encuentro de febrero debe ser informado sobre esos remedios y debería tener en cuenta que la autocracia romana empeoró una situación ya muy mala.
Publicado en The Catholic World Report y First Things.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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