La crisis alemana, la Iglesia mundial y el Papa Francisco
por George Weigel
Probablemente el año de Nuestro Señor de 2023 será testigo de dramas católicos que no podemos predecir ahora; son los senderos de la Providencia. Lo que sí podemos saber con certeza sobre el próximo año es que la crisis alemana en la Iglesia mundial alcanzará un punto crítico, pues lo que está sucediendo en Alemania coincidirá en octubre de 2023 con la primera sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad para una Iglesia sinodal. Y la resolución de la crisis alemana será, si no totalmente determinante, sí de gran relevancia para definir el legado del Papa Francisco.
¿Qué está pasando en Alemania con su “camino sinodal” nacional?
Están pasando muchas cosas: una instrumentalización del crimen y pecado del abuso sexual para reinventar el catolicismo; el rechazo de la bien asentada perspectiva católica sobre el amor humano y su expresión; una rendición incondicional a la ideología de género y a su deconstrucción del concepto bíblico de persona humana; una revolución en la eclesiología que, en nombre del empoderamiento de los laicos, vacía el ministerio del obispo y del sacerdote de su carácter plenamente sacramental; la gradual reducción de la Iglesia a una acaudalada ONG que pone en práctica las que el consenso políticamente correcto del momento establece como buenas obras.
Subyace a todo ello -y éste es el punto decisivo- un rechazo al solemne magisterio del Concilio Vaticano II sobre la divina revelación. Y como la constitución dogmática del Vaticano II sobre la Divina Revelación, conocida por su nombre latino Dei Verbum [La Palabra de Dios], fue la realización fundamental del Concilio, rechazar el magisterio de Dei Verbum es rechazar el Vaticano II. El “camino sinodal” alemán no es un desarrollo del Concilio. Es un rechazo del Concilio.
Dei Verbum afirmaba firmemente la realidad de la divina revelación y su autoridad vinculante por encima del tiempo. Inspirado en más de un siglo de reflexión bíblica y teológica sobre la historia de la salvación, el Vaticano II insistía, contra el núcleo de la cultura moderna, en que el cristianismo no es un mito piadoso o una colección de inspiradoras leyendas. El cristianismo es un encuentro con el Hijo de Dios encarnado, con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que lleva a cumplimiento la revelación por Dios mismo de quién es Él y cuál es el plan de Dios para la humanidad, y que comenzó cuando Dios habló al pueblo judío por medio de Abraham, Moisés y los profetas.
Dei Verbum también enseñaba que la revelación de Dios a la humanidad se completaba en Jesucristo. A lo largo del tiempo, los católicos profundizan continuamente en esa revelación y en su significado, y así crece nuestra comprensión cristiana. Pero es la revelación la que juzga cada momento histórico, no los “signos de los tiempos” los que juzgan a la revelación.
O, planteando la cuestión de la manera más sencilla posible: Dios sabe mejor que nosotros qué es lo que trae a la humanidad felicidad, crecimiento y, en última instancia, santidad. Los “signos de los tiempos” pueden ayudarnos a comprender mejor lo que Dios ha dicho en la Escritura y en la Tradición. Pero si los “signos de los tiempos” (por ejemplo, la ideología de género) contradicen lo que Dios ha revelado sobre nuestra naturaleza y nuestro destino, son los “signos de los tiempos” los que están mal, no la palabra de Dios.
Los documentos del camino sinodal alemán, expresados en una farragosa jerga sociológica recubierta por un leve barniz de lenguaje religioso, son esencialmente una negación de todo esto.
En dichos textos, los “signos de los tiempos” son los que guían la comprensión que tiene la Iglesia de sí misma, de modo que no hay puntos de referencia estables para saber si un supuesto desarrollo de la doctrina es un desarrollo genuino o un fraude. Tampoco la divina revelación nos ofrece una idea firme de quiénes somos o de lo que nos ayuda a una vida honesta: la “autodeterminación” prevalece sobre las verdades inscritas por Dios en la naturaleza humana y en las relaciones humanas, “el género… debe entenderse multidimensionalmente” y sugerir otra cosa “conduce a violaciones de los derechos humanos”.
Se dice a menudo que el catolicismo alemán está en un cisma de facto. Es una descripción inapropiada de la crisis alemana. El catolicismo alemán manifiesta en los documentos del camino sinodal que está en una situación de apostasía. El camino sinodal alemán no acepta “la fe transmitida de una vez para siempre a los santos” (Judas 1, 3). Al revés: uno de sus textos “fundacionales” afirmaba a principios de este año que “también en la Iglesia pueden competir entre sí opiniones y formas de vida legítimos, incluso en cuanto a creencias esenciales”.
Es así como el catolicismo “descafeinado” conduce inexorablemente al catolicismo “cero”.
El Papa Francisco tiene sobre sí la pesada carga de buscar para la crisis alemana una solución que sea fiel a la realidad y a la autoridad de la revelación divina. Si no consigue solucionarla, se elevarán muy serias dudas sobre todo el proyecto de “sinodalidad”, tan central en su pontificado.
Publicado en First Things.
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