Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El arzobispo Fernández y la curva de aprendizaje

Víctor Manuel Fernández, en una de sus homilías como arzobispo de La Plata (Argentina).
Víctor Manuel Fernández, en una de sus homilías como arzobispo de La Plata (Argentina).

por George Weigel

Opinión

“El Papa Francisco acaba de dar al Vaticano su Ratzinger”, declaró un titular del 2 de julio; “El Papa Francisco encuentra a su Ratzinger”, fue otro titular, cuatro días después. Ambas valoraciones rápidas sobre el nombramiento del arzobispo argentino Víctor Manuel Fernández como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe fueron erróneas. El arzobispo Fernández no es un Joseph Ratzinger ni en su nivel teológico (un punto que el propio Fernández reconoció implícitamente en una de las entrevistas posteriores a su nombramiento), ni en su relación con el Papa al que servirá.

Respecto al último punto: Juan Pablo II no convirtió a Joseph Ratzinger en una gran figura en la Iglesia mundial; Ratzinger, uno de los teólogos más importantes del Vaticano II, ya era un clérigo muy influyente a nivel mundial mucho antes de que el Papa polaco lo nombrara prefecto de lo que entonces se llamaba la Congregación para la Doctrina de la Fe. La carrera del arzobispo Fernández, sin embargo, ha sido, casi en su totalidad, obra del Papa Francisco. Como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio nombró a Fernández presidente de la Universidad Católica Argentina (a pesar de las objeciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Congregación para la Educación Católica), y, una vez que llegó a Roma, el “Papa Bergoglio” (como lo llaman los italianos) se sirvió ampliamente de las diversas capacidades de su protegido.

Las relaciones intelectuales entre las personas tampoco son aquí simétricas. Juan Pablo II y Joseph Ratzinger trabajaron estrechamente durante un cuarto de siglo. Pero sus formas de pensar no eran en absoluto idénticas y estuvieron en desacuerdo (sin estar discutiendo) en varios momentos clave, como mostré en Testigo de esperanza. Además, ambos tenían puntos de vista bastante diferentes sobre la modernidad tardía: Juan Pablo II era bastante optimista acerca de las perspectivas del mundo posterior a la Guerra Fría; Ratzinger tendía a pensar en la destrucción de la cultura católica bávara de su juventud como un anticipo de las desviaciones venideras en todo el mundo occidental. Por el contrario, es difícil encontrar un centímetro de distancia entre el pensamiento del Papa Francisco y el del arzobispo Fernández, sobre todo porque el más joven parece haber sido guionista y amanuense de su espónsor.

Cuando Joseph Ratzinger llegó a ser el principal asesor doctrinal del Papa, era uno de los hombres más eruditos del mundo, y estaba profundamente versado en estudios bíblicos, filosofía, historia y teoría política, así como en las diversas subdisciplinas de la teología. El arzobispo Fernández es un hombre inteligente, pero nadie podría afirmar que es tan competente, en una gama tan amplia de temas, como lo era Ratzinger. De hecho, en varias de sus (numerosas) entrevistas posteriores a su nombramiento, el arzobispo reveló una lamentable falta de familiaridad con la teología moral creativa que se ha desarrollado en la Iglesia desde la encíclica de Juan Pablo II de 1993, Veritatis Splendor [El esplendor de la verdad]. En una entrevista, por ejemplo, Fernández opinó que, si bien Veritatis Splendor había sido un correctivo necesario para ciertas tendencias adversas en la teología moral católica posconciliar, la encíclica no había fomentado la creatividad teológica con un impacto pastoral real.

Me permito disentir. La teología moral y la filosofía moral católicas serias en el mundo de habla inglesa se han visto impulsadas durante los últimos treinta años por el brillante análisis teológico y pastoral de la vida moral que hizo Juan Pablo. Mientras el arzobispo Fernández se prepara para asumir sus nuevas funciones en Roma, tal vez podría acelerar su curva de aprendizaje familiarizándose con libros tan creativos y post-Veritatis Splendor como Veritatis Splendor y la renovación de la teología moral (editado por Joseph Augustine Di Noia, Avery Dulles y Romanus Cessario); Moralidad: la visión católica (por Servais Pinckaers); Vivir la verdad en el amor: una introducción bíblica a la teología moral (por Benedict Ashley); El abuso de conciencia: un siglo de teología moral católica (por Matthew Levering); Biomedicina y bienaventuranza: una introducción a la bioética católica (por Nicanor Pier Giorgio Austriaco); Tomás de Aquino y el mercado: hacia una economía humana (por Mary Hirschfeld); Acciones buenas y malas: un viaje a través de Santo Tomás de Aquino (por Steven Jensen); Acción y conducta: Tomás de Aquino y la teoría de la acción (por Stephen Brock); Cooperación con el mal: herramientas tomistas de análisis (por Kevin Flannery); Compartir las virtudes de Cristo (por Livio Melina); y La vida moral cristiana (por John Rziha).

Veritatis Splendor enfureció a los teólogos morales católicos superficiales en 1993 por su vigorosa defensa de la comprensión católica clásica de que algunos actos son “intrínsecamente malos” (incorrectos en cualquier circunstancia) y la encíclica ha sido un trago difícil de digerir para parte del establishment teológico católico desde entonces. Sería más que trágico si el nuevo prefecto de la Doctrina de la Fe utilizara ese cargo para promover la falsa afirmación de este gremio de que Veritatis Splendor fue un ejercicio de lenguaje negativo papal que respaldó una torpeza teológica y una rigidez pastoral.

Traducción de Javier Igea.

Publicado en First Things.

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