El doctor Paul McHugh, psiquiatra y signo de contradicción
por George Weigel
Uno de los lujos del catolicismo estadounidense cumplió noventa años el 21 de mayo: el doctor Paul R. McHugh, durante mucho tiempo jefe de Psiquiatría en Johns Hopkins y un sanador según el corazón del Médico Divino.
Pocos científicos han hecho contribuciones mayores que Paul McHugh a desentrañar los misterios de nuestra compleja vida interior; pocos hombres tan eminentes han sufrido tantas calumnias por parte de críticos que no alcanzan ni una quinta parte de su bagaje intelectual ni una décima parte de su coraje moral.
Él ha sido signo de contradicción durante buena parte de su vida profesional, no porque buscase la controversia, sino porque buscaba la verdad. Y lo hacía porque Paul McHugh, un científico consumado y un católico serio, entiende que conocer y vivir por las verdades que integran nuestro ser y nuestro mundo ayuda a satisfacer nuestro deseo innato de felicidad, mientras que ignorar o negar esas verdades aumenta la carga del sufrimiento humano.
¿Quién es Paul McHugh? El gran Tom Wolfe, autor de Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener), La hoguera de las vanidades, La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques y muchas otras joyas del análisis cultural en Estados Unidos, dijo esto sobre él: “Paul McHugh, de Johns Hopkins, es el hombre que rescató a la psiquiatría moderna de un aquelarre de malditos dementes con título de médicos que creían realmente en ideas tan lunáticas como ‘memoria recobrada’, ‘reasignación de sexo’, ‘trastorno de personalidad múltiple’, ‘suicidio médicamente asistido’ o ‘síndrome de estrés post-traumático de Vietnam’ y que destrozaron innumerables vidas en la medida de la influencia que tuvieron”.
A pesar de su impresionante currículum y su prestigio internacional como jefe de Psiquiatría en uno de los mejores hospitales del mundo, el doctor Paul McHugh empezó a ser atacado cuando en Johns Hopkins dejaron de hacerse operaciones de cambio de sexo al comprobar su perjuicio para los pacientes. Posteriormente continuó mostrando la nula base científica de la ideología de género y alertando del riesgo de la supresión hormonal en menores con disforia de género y del nulo beneficio de la "reasignación de género".
Duras palabras, sin duda. Pero bajo el inimitable estilo de Wolfe subyace la verdad sobre Paul McHugh, psiquiatra y sanador: él ha desafiado el conocimiento convencional (sobre el freudismo, al principio de su carrera) y las últimas modas (véanse los ejemplos que cita Wolfe en su elogio) por su compromiso en ayudar a seres humanos profundamente atribulados. Ha trabajado durante mucho tiempo en asentar la práctica de la psiquiatría sobre una base científica rigurosa, insistiendo en guiarse por la evidencia empírica sobre qué sana y beneficia realmente al hombre y qué produce más angustia mental y más sufrimiento, como el “transgenerismo”. Cree que sus pacientes no merecen menos. Y tampoco merece menos ninguna disciplina médica que se respete a sí misma.
Sustituir la curación basada en pruebas por la ideología y las modas woke es visto por Paul McHugh como una traición a aquellos a quienes los médicos han jurado servir y como una degradación de aquellos cuya única vocación es sanar. Por eso él se ha opuesto firmemente a la eutanasia y al “suicidio médicamente asistido” como una práctica que es contraria al servicio a los pacientes, corrompe la práctica médica y causa un grave daño a la sociedad.
Paul McHugh es también un escritor brillante y pulcro, que enseñaba escritura creativa a los estudiantes de Hopkins mientras formaba a generaciones de psiquiatras en el hospital de la Universidad Johns Hopkins. Su talento literario luce en su libro de 2006 The mind has mountains: reflections on society and Psychiatry, donde aborda desde las batallas que ha librado contra diversas formas de brujería en su profesión hasta la relevancia actual de Shakespeare para los psiquiatras (y para quienes no lo somos).
En el sentido clásico del término, Paul McHugh es un “hombre de letras” que abarca la amplitud de las humanidades y las ciencias gracias a una sed insaciable por captar la verdad de las cosas, por ver cómo encajan esas verdades y por ponerlas en práctica al servicio de los demás y del bien común.
Si la cultura estadounidense recobra alguna vez la lucidez, Paul McHugh será reconocido como una de las grandes figuras de nuestro tiempo. Que él se reiría de esta idea se debe a su excelsa (y profundamente cristiana) humildad.
Como prueba, fíjense en sus observaciones durante una ceremonia de ingreso en Phi Beta Kappa hace algunos años: “Supongo que he sido invitado porque soy un psiquiatra que estudia graves enfermedades mentales. Así que, antes de comenzar mi intervención, permítanme desengañar a aquellos de ustedes que piensen que, por ser psiquiatra, conozco los secretos de la vida y los he traído conmigo… Los psiquiatras somos médicos. Trabajamos en los hospitales con personas enfermas. Hacemos un buen trabajo y ayudamos a muchas personas a curarse. Pero no tenemos explicación para la valentía, la perseverancia, el compromiso, la creatividad o cualquiera de las grandes virtudes… Uno no debe esperar que un psiquiatra pueda explicar, por ejemplo, las realizaciones de San Ignacio de Loyola, más de lo que pueda explicar un traumatólogo, que se dedica a los huesos y articulaciones rotos, la gracia, la fortaleza y la condición física de estrellas como el jugador de béisbol Cal Ripken o la patinadora Kristi Yamaguchi. Nosotros les arreglamos cuando están heridos, pero lo que hacen, lo hacen por sí mismos”.
Esta modestia, combinada con su auténtica admiración por el talento ajeno, es una rareza en esas cumbres de la vida académica donde Paul McHugh ha trabajado durante más de medio siglo. Demos gracias a Dios por su ejemplo. Hoy es más necesario que nunca.
Publicado en Denver Catholic.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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