Aborto, machismo e Iglesia
Las destructivas ideologías del pasado siglo XX no fueron sino la consecuencia de ese espíritu ilustrado en cuya oscura ciénaga seguimos empantanados, si bien a la errónea conciencia sobre la natural bondad del ser humano hemos sumado la falsa conciencia sobre nuestra posibilidad para acceder al conocimiento de la verdad
por Antonio Torres
Ante el pavoroso espectáculo de iniquidad que padecemos en el aciago tiempo que nos ha tocado vivir, donde se tolera, alienta y financia desde las arcas públicas, la muerte de millones de víctimas indefensas e inocentes en el mismo vientre de sus madres, las espantadas generaciones futuras tratarán de entender cuál fue la causa que dañó tan profundamente la conciencia moral de sus antepasados, convirtiéndonos a los hombres de hoy en seres tan terriblemente egoístas e insensibles a la suerte de nuestro prójimo, de nuestra patria y aún de nuestra civilización.
Más allá de consideraciones religiosas, lo que está sucediendo en nuestra época es, -para poder poner un poco de luz sobre el asunto-, algo que sólo puede ser calificado de diabólico. Las peores tendencias que anidan en la intimidad del ser humano han encontrado el camino libre para su total y mortífero despliegue. El mismo Estado ha legitimado la muerte de los inocentes y ha dado rienda suelta para que la maldad imponga su luciferina lógica en el corazón y el entendimiento de los hombres.
Esa es la dramática situación y los subterfugios morales, jurídicos e intelectuales, que se han esgrimido para justificar la muerte sistemática y masiva de millones de personas, propiciada por los adalides de la cultura de la muerte, -o para tranquilizar la conciencia de los que desde la pasividad, el más puro egoísmo y la indiferencia, no nos incomodamos en mover un solo dedo para evitarlo-, resultan en todos los casos patéticos y un auténtico insulto a la inteligencia de que está dotada la especie humana.
En ningún otro tiempo ni lugar nuestra especie atento de forma tan espantosa contra sí misma, adentrándose en una deriva nihilista y destructiva de tan mortales consecuencias. Lo que ya se ha venido en calificar como auténtico suicidio demográfico que asuela a España y el conjunto de Europa, no es sino el síntoma de algo que nadie quiere ver: que en el hombre postmoderno se ha llegado al paroxismo de una enfermedad que se venía padeciendo desde que los necios "ilustrados" negarán la condición dañada del ser humano, es decir, su poderosa tendencia al mal.
Las destructivas ideologías del pasado siglo XX no fueron sino la consecuencia de ese espíritu ilustrado en cuya oscura ciénaga seguimos empantanados, si bien a la errónea conciencia sobre la natural bondad del ser humano hemos sumado la falsa conciencia sobre nuestra posibilidad para acceder al conocimiento de la verdad y, aún más, se niega la misma existencia de la verdad. Y todo ello entronizando en el altar de la impiedad un falso y destructivo concepto de libertad, transformada ahora en el falso ídolo a quien todos deben adorar y reverenciar.
Sólo la Iglesia de Cristo, que defiende y alienta casi unilateralmente la capacidad de la razón para alcanzar la verdad, -ya sea sobre el mismo sentido de la existencia o sobre la grandeza y dignidad de todos y cada uno de los individuos que constituyen la especie humana-; que se ha negado y seguirá negándose a aceptar como bueno lo que es malo, como verdad lo que es falso, o como dulce lo que es amargo; sólo la Iglesia constituye hoy una razón para al esperanza. Porque desde la Iglesia se defiende a contracorriente de los criterios que imperan en el "mundo", la inalienable dignidad y valor absoluto de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte por causas naturales.
Así lo hizo ante las imperantes ideologías nazis y comunistas que asolaron Europa el siglo pasado, causando el sufrimiento y la muerte de millones de víctimas inocentes; eso sí, parapetándose los "salvadores" de la humanidad en su "humanitarias" intenciones, y justificando moral, jurídica e intelectualmente, las barbaries perpetradas y el espantoso dolor causado, para perseguir impunemente a quienes desde la verdad defendida por la Iglesia con argumentos de razón, optaron por conservar ahora sí la auténtica razón que hace a los hombres verdaderamente libres y les permite actuar en consecuencia, aún a riesgo de su comodidad o de sus propias vidas.
Por eso los hombres de buena voluntad que, creyentes o no, conservan el natural anhelo humano de vivir en la verdad y de actuar desde la auténtica libertad, tenemos una deuda de amor con esa Iglesia donde, a lo largo de los siglos, no ha dejado en ningún instante de brillar una Luz que vino al mundo donde los hombres suelen preferir en masa las tinieblas, cuando los poderosos de la tierra pretenden obsesivamente, por todos los medios, "librarnos" de la imagen de Dios que habita en todos y cada uno de nosotros, justo para transformarnos en dóciles esclavos de sus locuras.
La batalla de nuestro tiempo se está librando en el vientre de las madres del mundo, donde los poderosos han sembrado esa semilla de muerte e iniquidad que es el aborto, haciendo partícipe a gran parte de la humanidad en su locura. En la Fundación RedMadre tratan unos pocos, -muy pocos-, de poner sus granitos de arena para salvar la vida de seres humanos que habían sido condenados por el mundo a morir, a sabiendas de que ninguna madre quiere libremente abortar, sino que se sienten impelidas y presionadas a hacerlo por propios y extraños, que sólo buscan usarlas antes de embarazarlas y, una vez embarazadas, liberarse de la responsabilidad que acarrea toda vida.
Ese es el derecho que alienta el Estado y se financia desde las arcas públicas: el derecho de los machos a usar y embarazar a sus parejas sin asumir consecuencia alguna. Ninguna mujer embarazada en sus cabales quiere abortar, excepto cuando insisto se siente presionada y abandonada de los suyos y del propio Estado que se supone ha de protegerla.
También hubo en la Alemania nazi muchos interesados en que se persiguiera y diera muerte a millones de judíos para poder hacer libre uso de sus bienes y propiedades. Así son lo hechos y no hay forma de ocultar la realidad excepto esclavizando al hombre de la forma más sencilla y barata, es decir, haciendo uso y alentando lo peor que anida en nuestros corazones: nuestro narcisista egoísmo.
Más allá de consideraciones religiosas, lo que está sucediendo en nuestra época es, -para poder poner un poco de luz sobre el asunto-, algo que sólo puede ser calificado de diabólico. Las peores tendencias que anidan en la intimidad del ser humano han encontrado el camino libre para su total y mortífero despliegue. El mismo Estado ha legitimado la muerte de los inocentes y ha dado rienda suelta para que la maldad imponga su luciferina lógica en el corazón y el entendimiento de los hombres.
Esa es la dramática situación y los subterfugios morales, jurídicos e intelectuales, que se han esgrimido para justificar la muerte sistemática y masiva de millones de personas, propiciada por los adalides de la cultura de la muerte, -o para tranquilizar la conciencia de los que desde la pasividad, el más puro egoísmo y la indiferencia, no nos incomodamos en mover un solo dedo para evitarlo-, resultan en todos los casos patéticos y un auténtico insulto a la inteligencia de que está dotada la especie humana.
En ningún otro tiempo ni lugar nuestra especie atento de forma tan espantosa contra sí misma, adentrándose en una deriva nihilista y destructiva de tan mortales consecuencias. Lo que ya se ha venido en calificar como auténtico suicidio demográfico que asuela a España y el conjunto de Europa, no es sino el síntoma de algo que nadie quiere ver: que en el hombre postmoderno se ha llegado al paroxismo de una enfermedad que se venía padeciendo desde que los necios "ilustrados" negarán la condición dañada del ser humano, es decir, su poderosa tendencia al mal.
Las destructivas ideologías del pasado siglo XX no fueron sino la consecuencia de ese espíritu ilustrado en cuya oscura ciénaga seguimos empantanados, si bien a la errónea conciencia sobre la natural bondad del ser humano hemos sumado la falsa conciencia sobre nuestra posibilidad para acceder al conocimiento de la verdad y, aún más, se niega la misma existencia de la verdad. Y todo ello entronizando en el altar de la impiedad un falso y destructivo concepto de libertad, transformada ahora en el falso ídolo a quien todos deben adorar y reverenciar.
Sólo la Iglesia de Cristo, que defiende y alienta casi unilateralmente la capacidad de la razón para alcanzar la verdad, -ya sea sobre el mismo sentido de la existencia o sobre la grandeza y dignidad de todos y cada uno de los individuos que constituyen la especie humana-; que se ha negado y seguirá negándose a aceptar como bueno lo que es malo, como verdad lo que es falso, o como dulce lo que es amargo; sólo la Iglesia constituye hoy una razón para al esperanza. Porque desde la Iglesia se defiende a contracorriente de los criterios que imperan en el "mundo", la inalienable dignidad y valor absoluto de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte por causas naturales.
Así lo hizo ante las imperantes ideologías nazis y comunistas que asolaron Europa el siglo pasado, causando el sufrimiento y la muerte de millones de víctimas inocentes; eso sí, parapetándose los "salvadores" de la humanidad en su "humanitarias" intenciones, y justificando moral, jurídica e intelectualmente, las barbaries perpetradas y el espantoso dolor causado, para perseguir impunemente a quienes desde la verdad defendida por la Iglesia con argumentos de razón, optaron por conservar ahora sí la auténtica razón que hace a los hombres verdaderamente libres y les permite actuar en consecuencia, aún a riesgo de su comodidad o de sus propias vidas.
Por eso los hombres de buena voluntad que, creyentes o no, conservan el natural anhelo humano de vivir en la verdad y de actuar desde la auténtica libertad, tenemos una deuda de amor con esa Iglesia donde, a lo largo de los siglos, no ha dejado en ningún instante de brillar una Luz que vino al mundo donde los hombres suelen preferir en masa las tinieblas, cuando los poderosos de la tierra pretenden obsesivamente, por todos los medios, "librarnos" de la imagen de Dios que habita en todos y cada uno de nosotros, justo para transformarnos en dóciles esclavos de sus locuras.
La batalla de nuestro tiempo se está librando en el vientre de las madres del mundo, donde los poderosos han sembrado esa semilla de muerte e iniquidad que es el aborto, haciendo partícipe a gran parte de la humanidad en su locura. En la Fundación RedMadre tratan unos pocos, -muy pocos-, de poner sus granitos de arena para salvar la vida de seres humanos que habían sido condenados por el mundo a morir, a sabiendas de que ninguna madre quiere libremente abortar, sino que se sienten impelidas y presionadas a hacerlo por propios y extraños, que sólo buscan usarlas antes de embarazarlas y, una vez embarazadas, liberarse de la responsabilidad que acarrea toda vida.
Ese es el derecho que alienta el Estado y se financia desde las arcas públicas: el derecho de los machos a usar y embarazar a sus parejas sin asumir consecuencia alguna. Ninguna mujer embarazada en sus cabales quiere abortar, excepto cuando insisto se siente presionada y abandonada de los suyos y del propio Estado que se supone ha de protegerla.
También hubo en la Alemania nazi muchos interesados en que se persiguiera y diera muerte a millones de judíos para poder hacer libre uso de sus bienes y propiedades. Así son lo hechos y no hay forma de ocultar la realidad excepto esclavizando al hombre de la forma más sencilla y barata, es decir, haciendo uso y alentando lo peor que anida en nuestros corazones: nuestro narcisista egoísmo.
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