Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Relativismo y Libertad


Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ´cultura de la muerte´ y la ´cultura de la vida

por Pedro Trevijano

Opinión

Creo que todos somos conscientes de la gravedad de la crisis económica que estamos atravesando, pero en la actualidad muchos estamos convencidos que no se trata sólo de una crisis económica, sino bastante peor, de una crisis de valores. Estamos ante un enfrentamiento entre dos modelos sociales contrapuestos: el modelo basado en la cultura del relativismo, asentado en esa doctrina conforme a la cual la sociedad debe construirse a partir de una exaltación de la libertad basada en la supresión de obligaciones y responsabilidades, y el modelo basado en la defensa de una serie de principios y valores morales, que son los que hacen posible la convivencia.

El relativismo intenta crear un nuevo tipo de ciudadanos, buscando liberar al hombre de sus ataduras más profundas, incluso las ligadas con la propia naturaleza humana. Se trata de realizar una libertad sin obligaciones ni responsabilidades, en la que el eslogan es “la Libertad os hará verdaderos”, que contradice al de Jesucristo “la Verdad os hará libres” (Jn 8,34).

Para el modelo basado en la cultura relativista, Dios no existe y la negación de la dimensión religiosa es el presupuesto necesario para poder construir el modelo de hombre y la edificación de la sociedad que se quiere realizar. No hay valores objetivos y en consecuencia el máximo elogio que se puede hacer de una persona en la hora de su muerte es que fue una persona coherente y consecuente con sus principios, pero éstos, es él mismo quien los determina y establece. Esto lleva a concluir que mi conciencia es el criterio último de moralidad, pues por encima de mí no hay ningún criterio objetivo, pues el Bien y el Mal en cuanto tales no existen, por lo que incluso el comportamiento racista sería bueno si el racista lo fuera sinceramente y terminaríamos en que no podríamos hacer ningún juicio sobre el comportamiento moral de los demás.

De hecho esta exaltación extrema de la libertad lleva a la negación de la democracia y al totalitarismo. Creo por ello que el diálogo a fondo con los relativistas es prácticamente imposible, pues no aceptan lo que es la base de la democracia: el ser humano tiene una dignidad intrínseca e inalienable, que ha de ser protegida y respetada.

En cambio, en la concepción cristiana, “solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad”… “De prestar oído a ciertas voces, parece que no se debiera ya reconocer el carácter absoluto indestructible de ningún valor moral. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este relativismo se traduce, en el campo teológico, en descon¬fianza en la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral. A lo que la ley moral prescribe se contrapone las llamadas situaciones concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios es siempre el único verdadero bien del hombre”… Por el contrario la fe cristiana “trata de guiar a todos los fieles en la formación de una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según verdad” (Encíclica de Juan Pablo II Veritatis Splendor, nº 84 y 85).

Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho, en el que es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres, y sobre la base de una recta concepción de la persona humana, basada en el respeto a su dignidad. El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. “Si no se reconoce la verdad transcendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin tener en cuenta los derechos de los demás”…“La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad transcendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado” (Encíclica de Juan Pablo II Centesimus annus, nº 44).

El Papa actual tiene ideas muy claras sobre los peligros del relativismo. En diversas ocasiones y con diversas palabras, Benedicto XVI ha manifestado su convicción de que el relativismo se ha convertido en el problema central que la fe cristiana tiene que afrontar en nuestros días. Estos mismos días ha escrito en su mensaje por la Paz en Año Nuevo: "una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre”.

A mí, personalmente, me gusta mucho esta frase que encuentro en la Encíclica de Juan Pablo II, “Evangelium vitae”, nº 28, que dice: “Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida”. Estamos no sólo ‘ante’ sino necesariamente ‘en medio’ de este conflicto: todos nos vemos obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente a favor de la vida”.

Pedro Trevijano
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