La tragedia del Madrid Arena: por qué y para qué
¿Se puede estar tranquilo y sereno en esos momentos, viendo morir a tu hija, a tu hermana pequeña? La entereza y serenidad de Borja y su familia
por José F. Vaquero
Ha pasado casi una semana, y en los medios de comunicación sigue muy presente la fatídica noche de Hallowen en el Madrid Arena. Durante las primeras horas la noticia se centra en qué ha sucedido, tres chicas muertes y dos en estado crítico (una de ellas falleció poco después), testimonios de los presentes, imágenes, primeras hipótesis... Ahora el debate toma un tinte político y económico (posibles irregularidades, acusación a la empresa, a la moral empresaria, al ayuntamiento,, a las infracciones y conveniencias políticas). ¿Y el humus, la bse, el hilo conductor de esta triste tragedia? Más allá de la investigación policial, del ajuste de la normativa (si es necesario) está la vida de cuatro jóvenes que ha terminado, el corazón roto de cuatro familias que han perdido una hija, el dolor y pesar de muchos amigos y amigas, compañeros, conocidos... y el temor a tragedias semejantes en el horizonte del ocio juvenil.
“Estupor, miedo, pena. ¿Por qué?”, resumía un reportaje. Sin renunciar a la búsqueda de los motivos, al esclarecimiento y mejora de la seguridad para futuras situaciones, tal vez sea más positivo y sano preguntarse ¿para qué? ¿Qué lecciones podemos aprender, qué enseñanzas nos deja este triste acontecimiento, más allá de la rabia y la protesta, la impotencia y la desesperación? Historia, magistra vitae.
El otro día cayeron en mis manos las palabras de Borja, hermano de una de las víctimas, Belén Langdon del Real. Por motivo de trabajo, su padre se encontraba en Brasil, y su madre estaba aprovechando estos días para visitarle. Allí recibieron la noticia de que su hija estaba apagándose. Lograron verla antes del desenlace final. Narra Borja cómo estuvieron en la habitación del hospital todos juntos, los padres y los otros seis hermanos, junto a Belén; rezando serenamente, tranquilamente, mientras la vida de esta adolescente de 17 años se va apagando. Soportando la dureza del momento y agradecidos por el apoyo de tanta gente que reza por ella.
¿Se puede estar tranquilo y sereno en estas circunstancias, viendo morir a tu hija, a tu hermana pequeña? ¿Lo natural no sería la rebeldía, la protesta, culpar a los malos organizadores, la mala seguridad, el mal cuidado de los servicios públicos y la maldad de cualquiera que nos rodee? Un corazón abierto a lo sobrenatural, al amor humano, es capaz de mantener esa entereza, esa serenidad. Un corazón que sufre, y por eso soporta la dureza de los hechos, pero a la vez se queda con lo bueno: la gente que les apoya y la sonrisa de Belén, que vivió alegrando su entorno familiar, social, escolar.
El Centro Madrid Arena está anunciado como lugar de encuentro para los grandes eventos. Para estas cuatro jóvenes el encuentro y el evento han estado teñidos con el luto de la muerte. Y es justo dolernos por ellas, compadecer (literalmente sufrir con) a sus padres, familia, amigos, conocidos. Pero también es justo pensar que algo así nos hace más humanos, más sensibles al dolor ajeno, con un corazón más centrado en la sonrisa y la felicidad y menos encerrado en la dimensión meramente material de nuestra vida.
El puente de noviembre, la festividad de los Santos y de los Fieles Difuntos es una parada en el año para mirar al más allá, a la muerte que siempre está presente, y aprender las lecciones de estas festividades. El 2012 nos ha traído un duro golpe para provocar en nosotros este examen. Más allá del porqué, más importante que el porqué, busquemos el para qué.
“Estupor, miedo, pena. ¿Por qué?”, resumía un reportaje. Sin renunciar a la búsqueda de los motivos, al esclarecimiento y mejora de la seguridad para futuras situaciones, tal vez sea más positivo y sano preguntarse ¿para qué? ¿Qué lecciones podemos aprender, qué enseñanzas nos deja este triste acontecimiento, más allá de la rabia y la protesta, la impotencia y la desesperación? Historia, magistra vitae.
El otro día cayeron en mis manos las palabras de Borja, hermano de una de las víctimas, Belén Langdon del Real. Por motivo de trabajo, su padre se encontraba en Brasil, y su madre estaba aprovechando estos días para visitarle. Allí recibieron la noticia de que su hija estaba apagándose. Lograron verla antes del desenlace final. Narra Borja cómo estuvieron en la habitación del hospital todos juntos, los padres y los otros seis hermanos, junto a Belén; rezando serenamente, tranquilamente, mientras la vida de esta adolescente de 17 años se va apagando. Soportando la dureza del momento y agradecidos por el apoyo de tanta gente que reza por ella.
¿Se puede estar tranquilo y sereno en estas circunstancias, viendo morir a tu hija, a tu hermana pequeña? ¿Lo natural no sería la rebeldía, la protesta, culpar a los malos organizadores, la mala seguridad, el mal cuidado de los servicios públicos y la maldad de cualquiera que nos rodee? Un corazón abierto a lo sobrenatural, al amor humano, es capaz de mantener esa entereza, esa serenidad. Un corazón que sufre, y por eso soporta la dureza de los hechos, pero a la vez se queda con lo bueno: la gente que les apoya y la sonrisa de Belén, que vivió alegrando su entorno familiar, social, escolar.
El Centro Madrid Arena está anunciado como lugar de encuentro para los grandes eventos. Para estas cuatro jóvenes el encuentro y el evento han estado teñidos con el luto de la muerte. Y es justo dolernos por ellas, compadecer (literalmente sufrir con) a sus padres, familia, amigos, conocidos. Pero también es justo pensar que algo así nos hace más humanos, más sensibles al dolor ajeno, con un corazón más centrado en la sonrisa y la felicidad y menos encerrado en la dimensión meramente material de nuestra vida.
El puente de noviembre, la festividad de los Santos y de los Fieles Difuntos es una parada en el año para mirar al más allá, a la muerte que siempre está presente, y aprender las lecciones de estas festividades. El 2012 nos ha traído un duro golpe para provocar en nosotros este examen. Más allá del porqué, más importante que el porqué, busquemos el para qué.
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