Eutanasia y trasplante de órganos
¡Qué mejor manera de optimizar recursos sanitarios que ahorrar en costes de quienes no desean ser atendidos, para generar recursos que invertir en los que sí los necesitan (y los solicitan)!
por Agustín Losada
España es un ejemplo en trasplantes para todo el mundo. El llamado “Spanish model” se basa en dos principios clave: El altruismo y el anonimato. Además, claro está, de una eficacísima red de coordinadores de trasplantes a nivel hospitalario, autonómico y nacional. El problema es que con la manía recaudatoria de la DGT, y sus radares omnipresentes, han conseguido asustar tanto a los conductores que cada vez se producen menos muertes por accidentes. Y por tanto, hay menos personas jóvenes potenciales donantes disponibles. Los órganos que se pueden utilizar para trasplantes (de cadáver) proceden cada vez más de personas con mayor edad, lo cual perjudica la eficacia del trasplante mismo.
Brindo a los responsables sanitarios, gratis, una idea (no muy original, lo reconozco) para reconducir la situación y poder volver a disfrutar de órganos de calidad para trasplantes. En resumen, se trata de encontrar colectivos de personas dispuestos a ser semilleros de órganos para ser utilizados en trasplantes. Mientras no sepamos cómo crear órganos artificialmente, fuera de un individuo, hemos de recurrir a estas estrategias. ¿Y quiénes serían esos voluntarios? Todos sabemos que hay muchas personas que sufren graves enfermedades, y están deseando morirse. Pero no pueden hacerlo, porque no es su hora. Y nadie les puede ayudar porque las leyes españolas penalizan el homicidio y la ayuda al suicidio. Hablamos, claro es, de la eutanasia, entendida como un acto médico que realiza un tercero para procurar la muerte de alguien que así lo ha solicitado. La solución a la escasez de órganos pasa por autorizarla, y utilizar los órganos de los “eutanasiados”, estableciendo, eso sí, estrictos controles para garantizar su correcta aplicación y la evitación de los posibles abusos.
Mi propuesta es la siguiente: El paciente, que solicite su propia muerte y al que se le aplique finalmente la eutanasia, debe ser adulto y estar en plenas facultades mentales. Se trata de respetar la sagrada libertad del hombre, lo que en ámbitos médicos se conoce como el respeto a la autonomía del paciente, que en situación médica de desahucio, sufre mental o psíquicamente hasta un nivel que no puede ser suavizado. Y que para aliviarlo, reclama para sí mismo una muerte que no termina de llegarle. Para garantizar la voluntad inequívoca del paciente de acabar con su propia vida, y evitar matar a alguien que pidió la eutanasia en un momento de desesperación, pero que luego se arrepintió de ello, se debería establecer un periodo mínimo de un mes desde que se solicitara la eutanasia formalmente, cumpliendo unos estrictos requisitos, hasta que esta se llevara efectivamente a cabo. Tiempo suficiente para que el enfermo pudiera reconsiderar su decisión, o reafirmarse en la misma.
Poco a poco en nuestra sociedad va calando la idea de que no es humano que una persona que quiera acabar con su vida no pueda hacerlo. Idea que va unida a la otra de que si no podemos decidir cuándo y cómo morir no somos verdaderamente libres. Así pues, tendríamos a muchos candidatos potenciales, insatisfechos con su vida, carne de cañón de la eutanasia, de los que podríamos utilizar sus órganos para ser trasplantados en otras personas que los necesitaran. En paralelo he de indicar que esta propuesta tiene grandes ventajas en términos de ahorros para la sociedad. Al fin y al cabo, los candidatos a la eutanasia no desean vivir. Lo que significa que la sociedad malgasta inútilmente sus recursos sanitarios en cuidar a personas que no desean ser cuidadas, sino que quieren desparecer. En épocas de crisis, como la actual, ¿no sería mejor invertir esos recursos, escasos, en otras personas que sí están deseando vivir, ahorrando los costes innecesarios de cuidar a otros que no sirven para nada y desean quitarse de en medio?
En este punto del discurso utilitarista del ser humano conviene traer a colación un aspecto más a la discusión. La sociedad se ahorraría el coste de mantener vivos a unos parásitos, si se me permite la licencia de denominar así a los que solicitan la eutanasia, al objeto de hacer más gráfico mi razonamiento (dicho sea sin ninguna carga peyorativa hacia ellos). Pero además, puesto que esas personas van a morir de cualquier modo, al menos sus órganos podrían ser utilizados para ser trasplantados en otros que, al contrario que ellos, sí desean vivir. ¡Qué mejor manera de optimizar recursos sanitarios que ahorrar en costes de quienes no desean ser atendidos, para generar recursos que invertir en los que sí los necesitan (y los solicitan)! Seguro que, además, contemplar la posibilidad de que los órganos y tejido sanos de uno mismo puedan ayudar a otro, supone un gran alivio en la conciencia de los que solicitan la eutanasia y les ayuda a morir con la conciencia más tranquila.
Piénsese, además, en otra ventaja adicional, de suma importancia. Hasta ahora, cuando se produce un fallecimiento, hay que buscar en muy corto plazo de tiempo a un receptor compatible, y ser muy ágiles para coordinar la extracción del órgano del donante y su trasplante en el receptor. Por el contrario, si a las personas que van a ser sometidas a eutanasia se les ofrece la posibilidad de donar sus órganos con la suficiente antelación, tendríamos el tiempo preciso para encontrar un paciente compatible y prepararlo todo con mayores posibilidades de éxito. Los candidatos a la eutanasia se convertirían, de este modo, en una especie de “granjas de órganos”, donde sus órganos y tejidos serían cultivados, preparándolos para ser utilizados en otras personas que sí los supieran valorar. Sólo haría falta preparar el protocolo para certificar la muerte del donante, sin miedo a confusiones. Por ejemplo, se podría exigir la firma de tres médicos diferentes que certificaran la muerte. Además, claro está, del requisito previo de la firma de un exhaustivo documento de consentimiento informado por parte del donante.
¿Exagero? ¿Me he vuelto loco? Ni mucho menos. Ya les dije al principio que la idea no era del todo original. Todo esto, por sorprendente que parezca, ya es posible, hoy en día, en Holanda y Bélgica. Y no solo eso, sino que los promotores de semejante barbaridad lo promueven sin rubor en los foros científicos. En diciembre del año pasado se ha presentado esta propuesta en la Real Academia de Medicina de Bélgica, con la indicación de que la donación de órganos tras la eutanasia es posible y beneficiosa. Si Dios no lo remedia, veremos al Comité de Bioética de España, con Victoria Camps a la cabeza, proponiendo su aplicación en España. No es aceptable que haya países todavía más “progresistas” que nosotros. Al tiempo.
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