Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Más allá del tiempo

por Nicolás de Cárdenas

El pasado fin de semana tuve el placer de escuchar las palabras que dirigía el escritor Miguel Aranguren a un grupo de adolescentes de toda España reunidos en Pozuelo de Alarcón con motivo del II Congreso de HazteOir Jóvenes, bajo el lema: Nadie lo hará por tí: ¡Actúa!

El autor de "La sangre del pelícano" (LibrosLibres) transmitió a los jóvenes el momento en el que, tras un largo viaje en el que recorrió más su alma que kilómetros, fue consciente de una realidad inapelable: El hombre está atrapado en el tiempo. Lo que ha sucedido, no se puede cambiar; el presente es fugaz y el futuro casi se ha ido según lo enunciamos.

Pero no lo dijo con un regusto amargo, existencialista, desesperado, alarmado o pesimista. Todo lo contrario.

Aranguren supo transmitir a los adolescentes la "urgencia de la acción" a la que la Iglesia ha llamado tantas veces a los fieles. El mundo no se construye prometiéndose a uno mismo que "mañana me pondré en camino", sino dando el primer paso, aquí y ahora. En casa, en el trabajo. Si hay posibilidad de llegar a más gente, mejor. Esta mañana mejor que esta tarde. Esta noche mejor que mañana. Mañana mejor que la semana que viene.

Aranguren despertó en mí una serie de pensamientos y sensaciones que hace dos días me acompañaron en la inmensidad de una noche de insomnio veraniego cuyos minutos pasan más lentos de lo normal.

Y recordé cómo a los ventipocos años, el día de la imposición de becas terminado el primer ciclo de la carrera, Javier de la Rosa, (presentador hoy de Juicio Crítico, en Radio María) nos llamó a una acción épica y sencilla al mismo tiempo: donde te planten, florece. Y se adivina la titánica empresa.

El tiempo, es obvio, no se detiene (véalo en el vídeo más abajo). Pero la vida es corta sólo si dejamos que se escape como agua por el sumidero. Es habitual que los niños queden embobados al conocer las muchas cosas que han hecho sus abuelos a lo largo de la vida. Y como niños sueñan con emularlas. Con suerte, y si los padres forjaron bien su carácter, ya de adolescentes y jóvenes son capaces de asumir que cada minuto que pasa perdido no vuelve. Siendo adultos se harán dueños de su vida, ora al servicio exclusivo a Cristo, ora compartiendo la vida hasta el final con el hombre o la mujer que Dios puso en su camino. Y llegada la ancianidad, cargada de experiencia, sabrán mejor que nunca que, aunque la gran promesa es de vida y de vida eterna, lo que toca en cada circunstancia concreta, en cada minuto, es colaborar en la construcción del Reino de Dios.

Porque, por mucho que estemos atrapados en el tiempo, somos capaces de trascenderlo, de ir más allá. Esa es nuestra tarea. Y si no lo hacemos nosotros ¿quién? Hay respuesta para eso, y no es la que más nos gustaría oir.

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