La puerta estrecha

En este mundo tan lleno de preocupaciones, de prisas, de incomprensiones y de individualismos, es moneda común oír en conversaciones aquello de "todo sería más fácil si...".

Esta actitud, en la que tantas veces caemos, denota que el eje de nuestro quehacer y de la resolución de las dificultades cotidianas, sean de la gravedad que sean, está atrofiado. 

Si la meta es que la vida sea ´más fácil´, desde un punto de vista utilitarista, la aproximación al abismo vital es casi inevitable, porque la vida no es fácil. 

Hemos de aprender a conocernos, a convivir con los demás, a superar las trabas diarias, a esforzarnos por sacar adelante el trabajo, a abrazar nuestras obligaciones espirituales, familiares, ciudadanas... También despertamos expectativas en otras personas por las que nos vemos impelidos a responder de la mejor forma. 

Todas estas tareas, y algunas otras, suponen en cierta medida una suerte de camino de obstáculos. 

Pero ¿qué es lo apropiado? ¿Hacer las cosas fáciles o hacer las cosas bien?

En nuestra sociedad relativista, el eje bien - mal ha sido arrinconado y despreciado. Sin embargo, es el que realmente nos hace vivir en plenitud. 

Pensar más en el bien personal y el bien común que, como es evidente, tiene su raíz en el Bien absoluto que es Dios. Hacer bien el bien. Esta es la clave.

Probablemente la vida no será más fácil, pero seguro que será mucho más plena. No en vano el Papa Francisco invitó hace casi dos años a los jóvenes a ´hacer lío´, a complicarse la vida por Cristo. 

"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que llevan a la perdición".