Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Dios y el cerebro

por Benigno Blanco

Dios y el cerebro

El prefijo “neuro” está de moda: neuroderechos, neuroética, neurociencias, neuroteología, etc. Ha llegado a hablarse recientemente de una “neuromanía” en determinados ambientes académicos.

Desde la década final del siglo XX se ha producido “una revolución neurocientífica, propiciada por el surgimiento de las técnicas de neuroimagen”,  que “permiten la exploración del cerebro en vivo, sin necesidad de intervención quirúrgica y además permiten hacerlo durante la experiencia de los estados mentales cotidianos o normales”, según se indica en la introducción del libro de Moisés Pérez Marcos: ¿Qué es la neuroteología?, editado en 2023 por la editorial Senderos (189 págs.) en su colección Biblioteca de Conceptos Fundamentales, dirigida por Juan Arana. El autor es profesor de Filosofía de la Ciencia y la naturaleza; en este blog ya hemos recensionado el libro que escribió con Alfredo Marcos Meditación de la naturaleza humana.

Pérez Marcos define la neuroteología como la disciplina que “busca sobre todo identificar los correlatos neuronales de las distintas experiencias religiosas” (pág. 14), distinguiendo dos tendencias: la que denomina reduccionista o cientificista, definida por partir del apriorismo de que la religión no se corresponde con nada real ajeno al hombre y la que no parte de ese presupuesto acientífico. A los autores representativos de la primera tendencia dedica el capítulo segundo (págs. 31 a 75), significativamente titulado “la búsqueda de Dios en el cerebro”. A los autores que no prejuzgan si Dios existe o no y estudian el cerebro para intentar identificar en él los correlatos físicos de las experiencias religiosas de la persona, dedica el capítulo tercero del libro (págs. 77 a 149).

Esta obra de Pérez Marcos logra acercar a los no especialistas el estado actual de las investigaciones neurocientíficas referentes a “los correlatos neuronales de las distintas experiencias religiosas” poniendo de manifiesto la información de que disponemos y su solvencia científica, a la vez que explicita la carga ideológica –materialista y atea o no-  con que los distintos autores conciben e interpretan sus experimentos y hallazgos.

Me interesaba mucho acercarme a esta materia de mano de pensador solvente porque estamos en una época en que la visión del universo que proporciona la física actual ya no permite sustentar científicamente el ateísmo, sino todo lo contrario: la visión del mundo y la vida que se deduce de la ciencia actual es muy coherente con la sabiduría religiosa, específicamente con la cristiana. Lo mismo sucede con las ciencias de la vida: frente a los tópicos de la lectura materialista y atea del darwinismo que se intentó imponer ideológicamente durante los siglos XIX y XX, hoy sabemos que la historia de la vida que la ciencia nos muestra se acomoda perfectamente a la cosmovisión cristiana. La ciencia no demuestra a Dios – eso es imposible, pues Dios no es material ni experimentable conforme a los métodos de las ciencias empíricas-, pero la ciencia nos muestra hoy un mundo absolutamente coherente con la hipótesis Dios. Me remito a este respecto a la recensión que publiqué en este blog hace poco del libro de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, Dios, la ciencia, las pruebas

Así, los recalcitrantes del ateísmo militante hoy concentran sus esfuerzos en intentar demostrar que el hombre es pura materia y que todo lo que en el pasado se consideró espiritual no es más que producto del cerebro, que sería solo una especie de máquina biológica. Pues bien, esta teoría -carente de soporte científico consistente a día de hoy- es la que la obra de Pérez Marcos analiza en el libro que comentamos, al mostrarnos lo que la neuroteología ha dado de sí hasta hoy.

En los capítulos cuarto y quinto de su libro (págs. 165 a 184) el autor nos muestra los límites técnicos y conceptuales de la neurociencia actual y específicamente de la neuroteología. Pone de manifiesto que aún sabemos muy poco de nuestro cerebro y las insuficiencias del modelo que lo asimila hipotéticamente a una máquina o a la inteligencia artificial. Y también pone de manifiesto el carácter ideológico y apriorístico de tantas teorías infundadas que saltan a veces a los medios y a libros de consumo popular pretendiendo haber demostrado que existe un gen de Dios o un circuito cerebral que explicaría cómo los humanos hemos creado a Dios.

Como indica Pérez Marcos, a título de conclusión, “La investigación actual, en el mejor de los casos, podría mostrar que determinados correlatos cerebrales son necesarios o están involucrados de alguna manera en la experiencia religiosa, pero eso no nos autoriza a decir que hemos explicado la religión, pues a lo sumo serán condiciones necesarias, pero está claro que no son suficientes.” (pág. 181). “A pesar de los inmensos avances técnicos y las asombrosas imágenes que hemos obtenido, los estudios de neuroimagen no han contribuido de modo significativo a nuestra comprensión sobre cómo funciona el cerebro” (pág. 184).

Benigno Blanco

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