Domingo, 17 de noviembre de 2024

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El Señor de los Anillos: teología y antropología. 

por Benigno Blanco

El Señor de los Anillos: teología y antropología. 

(Conferencia pronunciada en 2019 en la Universidad de Oxford por el autor de este blog)

No tengo nada en común con Tolkien ni en cuanto a formación académica, idioma, sensibilidad artística o gusto por las palabras y los idiomas. No me he formado en el ámbito cultural inglés ni, en general, en el del Norte de Europa. Soy hijo del mediterráneo, solo hablo la lengua de las Españas y mi sensibilidad artística y lingüística es escasísima. Y, sin embargo, desde que leí por mi primera vez El Señor de los Anillos me sentí plenamente identificado con esa obra y sentí a su autor como miembro de mi familia; sentí que el relato de El Señor de los Anillos era el relato de mi vida, que la Tierra Media era el ecosistema de mi vida … y llegué a enamorarme de Frodo, Sam , Gandalf, Aragorn … como si fuesen miembros de mi familia, compañeros de mi camino en la vida.

Con los años, cuando conocí algo más de la vida de Tolkien, entendí porqué su obra era para mí algo tan cercano: compartimos la misma cosmovisión, pertenecemos a la misma tradición cultural aunque nos separen el idioma, el clima, la geografía, la patria, los gustos y la formación. Ambos, Tolkien y yo, vemos el mundo con ojos cristianos.

El Señor de los Anillos es una parábola que refleja el mundo y el ser humano visto con ojos cristianos. Por eso, es una historia verdadera y creo que esta característica es lo que hace a esta novela tan atractiva para tanta gente, incluso no cristiana, como demuestra también el éxito de la versión cinematográfica. El Señor de los Anillos es tan verdadera como la parábola del hijo pródigo: cuando oímos “un hombre tenía dos hijos y dijo el más joven de ellos a su padre: dame la parte de la hacienda que me corresponde…”, ya sabemos que no nos están dando una lección sobre herencias, sino que nos están hablando de nuestra propia biografía. Lo mismo sucede al leer El Señor de los Anillos.

Creo que algo así nos quiere decir Christopher Tolkien en el prólogo al Silmarillion cuando escribe respecto a la obra de su padre, que, con el paso del tiempo, “las preocupaciones teológicas y filosóficas fueron desplazando a las preocupaciones mitológicas y poéticas”.

El Señor de los Anillos es la historia de la lucha entre el bien y el mal, pero con la singularidad respecto a otras obras de ficción de que en la novela de Tolkien esa lucha se desarrolla no solo a nivel cosmológico sino en el interior de cada uno de los personajes; de forma que la lucha que se desarrolla en cada personaje entreteje la historia global. Del comportamiento de cada personaje en esa contienda depende el triunfo del bien o del mal a nivel cosmológico.

En la obra de Tolkien, esa confrontación entre el bien y el mal se vive en cada personaje y si al final triunfa el bien – se destruye el anillo-  es porque Frodo, Sam y otros han vencido la tentación del anillo y han sabido cumplir con su obligación. Así sucede en El Señor de los Anillos y así sucede en la historia real de los hombres como escribió un santo español del siglo XX: “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides- dependen muchas cosas grandes” (San Josemaría, Camino, nº  755). Por eso El Señor de los Anillos es una magnífica invitación a asumir la propia vocación, nuestra misión en la vida, sin ponerse el anillo para desaparecer y ocultarse rehuyendo las propias responsabilidades.

Voy a ilustrar la anterior afirmación con un repaso a algunos de los temas y personajes de la obra maestra de Tolkien, empezando por Frodo.

Frodo, el que hace lo que le corresponde aunque no sepa cómo hacerlo.

Frodo es el protagonista principal de El Señor de los Anillos, pero a priori no parece contar con las condiciones para ello. Su perfil inicial no es el de un héroe, sino más bien todo lo contrario. En un mundo de grandes guerreros, magos poderosos, elfos inmortales y señores de la guerra de linajes impresionantes, Frodo no es más que un pequeño hobbit; es decir pertenece a la raza menos apta en principio para las grandes aventuras y las heroicidades.

Veamos cómo nos presenta Tolkien a los hobbits en el prólogo de la novela:

  • amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra” (pág. 9)
  • “reían, comían y bebían a menudo de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día” (pág. 10)
  • nunca intervenían en los hechos del mundo exterior” (pág 13)
  • en ningún momento los hobbits fueron amantes de la guerra y jamás lucharon entre sí” (pág.13)
  • se resistían a pelear y no mataban por deporte a ninguna criatura viviente” (pág. 14)
  • eran por lo común gente generosa, tranquila y poco ambiciosa” (pág. 17)

No es la descripción de un pueblo con cualidades en principio para las grandes aventuras. Y sin embargo a un hobbit, a Frodo Bolson, le corresponde salvar el mundo destruyendo el anillo del poder.

 ¿Qué característica hace a Frodo apto para tan alta misión? Que acepta su vocación, su misión, que nunca dice que no a las responsabilidades que la vida le plantea, que hace lo que debe hacer aunque sea consciente de que carece de las cualidades para afrontar lo que le corresponde, que sigue adelante incluso contra toda esperanza. Él mismo lo pone de manifiesto al aceptar en el Concilio de Elrond, en Rivendel, convertirse en el portador del anillo. Su frase de aceptación es:

“yo llevaré el anillo, aunque no sé cómo” (pág. 282)

Este es Frodo: alguien que dice sí a los retos que la vida le plantea aunque no sepa cómo va a poder hacerlo. Por eso Frodo nos es tan cercano; es como nosotros, como tú y yo, alguien en principio no apto para grandes aventuras y misiones; pero también es alguien que nos enseña que en la vida podemos hacer cosas grandes si estamos disponibles para lo que las circunstancias nos demandan. Si tú y yo  vivimos la vida con sentido de misión, sin escondernos tras la invisibilidad que nos puede otorgar el anillo de nuestro egoísmo, podemos –como Frodo- hacer grandes cosas.

Esta idea la refleja también una frase que le dice Gandalf a Frodo en la Comarca al comienzo del relato cuando le explica qué es el anillo y le pide que lo lleve consigo fuera de la Comarca para evitar que caiga en manos de los Jinetes Negros:

Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron” (p.59)

Como nosotros en nuestra vida. También nosotros podemos decidir qué hacer con el tiempo que nos dieron: si aceptar los retos que nos plantean quienes nos rodean con sus necesidades, los que queremos con las exigencias que el amor comporta, los problemas de nuestra época y país que llaman a la responsabilidad y el compromiso; o, por el contrario,  si optamos por ponernos el anillo y desaparecer para los demás haciéndonos invisibles. Esta es la diferencia entre los héroes –y los santos- y los cobardes. No las características previas de familia, linaje o carácter, sino la disponibilidad y voluntad de hacerse visibles para los demás sin rehuir los requerimientos de quienes nos rodean, de quienes amamos, de nuestro tiempo y las necesidades de nuestra época.

Esta idea se repite en El Señor de los Anillos:

  • Aragorn a las puertas de Fangorn dice: “si en verdad eso es todo lo que podemos hacer, tenemos que hacerlo. Sigamos(pág. 506)
  • Frodo ante la cueva de Ella- Laraña dice: “si es el único camino, tendremos que ir por él” (pág. 748)
  • el consejo de Gandalf a Theoden: “que hicierais lo que está a vuestro alcance” (pág.534)
  • Ante las puertas de Mordor Frodo dice: “Tengo la orden de ir a las tierras de Mordor y por lo tanto iré. Si no hay más que un camino, tendré que tomarlo. Suceda lo que suceda” (pág. 662)
  • Ya en el interior de Mordor Frodo dice: “estoy cansado, exhausto. No me queda ninguna esperanza. Pero mientras pueda caminar, tengo que tratar de llegar a la montaña”. (pág. 965)
  • Y un poco más adelante: “Nunca tuve la esperanza de llegar. Tampoco la tengo ahora. Pero aun así he de hacer lo que esté en mi alcance” (pág. 971)

Tú y yo, como Frodo, podemos y debemos ser héroes de la propia existencia. No importa que -como Frodo- no tengamos a priori condiciones para ello, porque sí tenemos -como Frodo- la posibilidad de decir SÍ a los requerimientos de responsabilidad que la vida nos plantea de continuo a través de las necesidades de quienes nos rodean: nuestra esposa o esposo, nuestros hijos, la sociedad en que vivimos, el mundo.

No podemos disculparnos en nuestra carencia de cualidades para rehuir nuestra responsabilidad pues -como Frodo- no somos elegidos por méritos propios.

“¿Por qué fui elegido?”, pregunta Frodo a Gandalf.

“Preguntas que nadie puede responder –dijo Gandalf-. De lo que puedes estar seguro es de que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.

¡Tengo tan poco de esas cosas!”, concluye Frodo (pág. 69)

Todos estamos llamados a ser protagonistas de la historia, a ser héroes de lo cotidiano, pues como dice Elrond en el Concilio de Rivendel:

“Hay que tomar este camino, pero recorrerlo será difícil. Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos. Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven  a otra parte”.

Todos tenemos una misión. ¿Cuál? Mi misión es mi  mujer, mis hijos, los problemas de mi época y de mi sociedad, las personas que me rodean, los que sufren a  mi alrededor.

Si alguien me necesita no puedo ponerme el anillo para hacerme invisible para quien me necesita. Se pone el anillo quien no es leal a sus amores y compromisos matrimoniales o a su Dios, quien rehúye participar en la vida pública de su país con cualquier pretexto, quien se desentiende de los que sufren a su alrededor por hambre, enfermedad, etc; quienes no transmiten la sabiduría recibida sobre el bien y el mal a los que les circundan; quienes se desentienden de los indefensos como –en nuestra época- los niños por nacer; …

Estamos inmersos –como Frodo- en una gran historia; cada uno somos –como Frodo- una misión; y cada uno –como Frodo- debemos realizar nuestro papel. No es disculpa  –como no lo fue para Frodo- carecer de cualidades para el papel de héroe… porque contamos con ayuda para ser leales a nuestra misión.

 Esta es otra de las lecciones de El Señor de los Anillos.

 

Gandalf o el papel de la Providencia.

Frodo y el resto de personajes de El Señor de los Anillos no son héroes homéricos o de tragedia griega; es decir no viven en un mundo ciego sometido al destino y la arbitrariedad de dioses obtusos, sino que son personajes del mundo real, es decir, de un mundo en el que un Dios providente y amoroso, Ilúvatar como sabemos por El Silmarillion, vela por quienes hacen lo que pueden.

La Tierra Media y sus habitantes –como los que habitamos esta Tierra nuestra- no están solos. Alguien vela por ellos, cuentan con la ayuda que precisen para enfrentarse al mal.

Ya desde el primer capítulo, Tolkien nos muestra la encarnación de esa providencia al describirnos la Comarca y presentarnos a Gandalf, el viejo mago sabio. Los amantes del bien no están solos ni abandonados a sus solas fuerzas.

  • estaban protegidos, pero no lo recordaban”, escribe Tolkien al describir la Comarca y a los hobbits (pág. 13).
  • “Aquellos que tienen poder para el bien estarán atentos”, dice el elfo Gildor a Frodo (pág. 92)
  • “Te ayudaré a soportar esta carga. Puedes contar siempre conmigo”, dice Gandalf a Frodo (pág. 70)

La Providencia está omnipresente en El Señor de los Anillos. Es quizá la única novela en la historia en que no hay ninguna referencia a los dioses ni a la religión ni al culto (salvo el gesto de Faramir antes de la comida de volverse al oeste en silencio: pág. 707), pero en ella Dios y su providencia están presentes en todas las páginas. Pero lo están como lo están en el mundo real: no se les ve pero se les nota por sus efectos.

La manifestación más fuerte en El Señor de los Anillos de la cercanía de “aquellos que tienen poder para el bien” son los amigos. Por el contrario los que se rinden al anillo y su poder no tienen amigos: ni Sauron ni Saruman, ni los orcos ni Gollum, tienen amigos; su rasgo distintivo es la soledad; su relación con los demás se reduce al dominio y la utilización de los otros; no tienen familia ni aman a nadie; aquellos que colaboran con ellos lo hacen por miedo como los orcos o sometidos a un poder que les domina como los Jinetes Negros. En el mundo de Mordor no hay sitio para el amor y la amistad.

Por eso mismo, en Mordor y entre sus servidores la familia no existe. Los orcos son fabricados por Saruman con técnicas que recuerdan a la moderna biotecnología y los ejércitos del Señor Oscuro son masas amorfas de individuos sin rasgos personales. Por el contrario entre los defensores de la destrucción del anillo hay:

- grandes amigos como Merry y Pippin, Frodo y Sam, Gandalf y Aragorn, Legolas y Gimli

- matrimonios y familias sólidos como los de los hobbits de la Comarca, el de Tom Bombadill y Baya de Oro, Galadriel, Elrond, Bilbo y su sobrino Frodo que “amaba con ternura al viejo hobbit” (pág. 39), la familia del senescal de Gondor, etc.

- noviazgos perseverantes, esperanzados y fieles como los de Sam y Rosita o Aragorn y Arwen; y amores surgidos a lo largo de la propia historia como el de Faramir y Eowin.

Este tipo de análisis nos permitiría comprender hoy si nuestra sociedad se asimila a la Comarca y los opositores al poder del anillo o más bien a Mordor y el dominio de Sauron. Pero no voy a detenerme en ello ahora, aunque sí me parece adecuado reflejar que -según la lección de Tolkien- quienes excluyen a la familia o la atacan se pasan al bando de Sauron y quienes la defienden y la viven están en el bando de Gandalf y Frodo aunque no lo sepan.

Es significativo también que en la Compañía del Anillo hay un número impar de miembros y el traidor, Boromir, es el desparejado, el que no tiene amigos. La soledad, la ausencia de amigos, es síntoma de que algo no va bien, de que el peligro de traición a la propia misión está vivo y acecha cerca.

La insistencia en la necesidad de amigos está presente en El Señor de los Anillos desde sus primeras páginas:

  • “lleva alguien en quien puedas confiar”, aconseja Gandalf a Frodo cuando planean el viaje fuera de la Comarca (pág. 71)
  • “Lleva contigo amigos de confianza. No vayas solo.” dice el elfo Gildor a  Frodo  cuando está saliendo de la Comarca (pág. 92)
  • “encontrar un buen amigo como Faramir troca el mal en un auténtico bien”, dice Frodo (pág. 723)

Volvamos a Gandalf, la encarnación más cercana de la providencia en la historia de El Señor de los Anillos.

Gandalf, el mago poderoso, raramente actúa frente al enemigo por sí mismo y con sus fuerzas, pues eso anularía la responsabilidad de los personajes que -como Frodo o Aragorn; o nosotros en la vida real-  tienen que construir la historia con su trabajo y su lealtad a su misión.

Gandalf transmite doctrina y es pedagogo de la tradición y la vieja sabiduría, llama a las personas a su misión (como en el caso de Frodo), informa, pone en contacto a los opositores del anillo, pero solo actúa directamente frente al enemigo en casos muy excepcionales como a las puertas de Góndor cuando se enfrenta personalmente al príncipe de los Jinetes Negros. La labor de Gandalf es promover el uso responsable de su libertad por parte del resto de protagonistas de la lucha contra el anillo. En este rasgo vemos también un reflejo de nuestro mundo, pues Dios actúa también así en la vida real, en la nuestra.

Nuestras vidas, como las de los héroes de El Señor de los Anillos, cuentan con un colchón de seguridad para que todo acabe bien, para que el triunfo del mal nunca sea la última palabra; pero ese colchón de seguridad se realiza a través de nuestra libertad, no al margen y de forma independiente a nuestras decisiones. Este es el desconocido en sus detalles pero patente en sus resultados, juego de la providencia y la libertad humana según el sentido cristiano de la historia. La obra de Tolkien refleja este estupendo equilibrio con más claridad que las especulaciones de los teólogos durante siglos.

Gandalf selecciona a Frodo, lo elige para la misión de destruir el anillo, pero sin la fidelidad de Frodo a esta misión la historia no acabaría bien. Gandalf perfila en el Concilio de Elrond la estrategia a seguir, la destrucción del anillo, pero corresponde a los miembros de la Compañía del Anillo, realizar su  misión. Gandalf dirige la Compañía pero cuando él desaparece tras el enfrentamiento con el Balrog en las cuevas de Moria, corresponde a los demás seguir con la  misión. Gandalf moviliza a Frodo, a Aragorn, a Faramir, a los ents, a Theoden e intenta hacerlo con Denethor y Saruman, aunque con estos dos últimos fracasa pues la libertad de cada uno sigue en vigor, no es forzada. Si Gandalf es el instrumento de la providencia, el medio para que ésta opere es la libertad de cada personaje como sucede en la vida real de los hombres, en nuestra vida. Esta es la teología de la historia cristiana.

La elección, la vocación, no solo no impide sino que exige el libre juego de la libertad de cada personaje. Por ejemplo:

  • Frodo tiene que luchar una vez y otra con la tentación de ponerse o no el anillo;
  • Aragorn –tras la traición de Boromir y la disolución de la Compañía- tiene que decidir si sigue a Frodo o va a rescatar a Merry y Pippin secuestrados por los orcos y opta por esta segunda opción poniendo así en marcha, sin el saberlo en aquel momento, la movilización de poderosas fuerzas del bien: los jinetes de Rohan, los muertos perjuros, etc que confluirán al final en la gran batalla de Gondor.
  • El mismo Gandalf el Gris se sacrifica por todos enfrentándose al Balrog y gracias a su sacrificio reaparece como Gandalf el Blanco, es decir, con muchos más poderes cara a la batalla final contra Sauron
  • Frodo prohíbe a Sam matar a Gollum y con esta decisión, sin saberlo, está garantizando que al final el anillo sea destruido pues será Gollum quien lo destruya cuando Frodo traicione su misión en el Monte del Destino.

Como se ve, la elección no anula la libertad sino que la presupone y la exige. El papel de la providencia es garantizar que el libre juego de la libertad de cada cual coadyuve al final a la destrucción del anillo. Gandalf refiriéndose a la secuencia secuestro de Merry y Pippin por los orcos-persecución por Aragorn y amigos-llegada a Fangorn-encuentro con Barbol-ataque a Saruman por los ents, dice que la llegada de los hobbits a Fangorn “fue como la caída de unas piedrecitas que desencadenan un alud en las montañas” (pág. 510). Es decir, la libertad de cada personaje es una piedrecita pero la providencia con esas piedrecitas provoca un alud que barre el mal. Por eso, siempre hay razones para la esperanza.

En este juego de la providencia y la libertad, hasta el mal puede estar al servicio del bien. Los hombres no podemos sacar bien del mal pero Ilúvatar sí puede hacerlo y de hecho desde el principio lo previó, según nos cuenta Tolkien en el Silmarillion al relatar la creación del mundo.

La creación es una canción de Ilúvatar (Dios) y, con Él y a invitación suya, de los Valar (ángeles). Melkor (Satán) introduce temas por su cuenta en esa canción separándose así de la sinfonía divina e Ilúvatar le dice:

“Nadie puede alterar la música a mi pesar. Aquel que lo intente probará que es solo un instrumento para la creación de cosas aún más maravillosas”

Es decir, los que intenten estropear la creación no sólo no lo conseguirán, sino que la harán más esplendorosa.

En  El Señor de los Anillos  se cumple esa profecía. Ejemplo paradigmático es el caso de Gollum, el hobbit que encontró el anillo, mató por él y vivió cientos de años en la soledad más absoluta adorando a su tesoro por miedo a que se lo robasen, hasta que se encuentra con Bilbo Bolsón y éste se lleva el anillo iniciando así la historia que nos ocupa. Durante toda la secuencia que relata El Señor de los Anillos, Gollum va detrás del anillo, su obsesión, y esa persecución le lleva  a encontrarse con Frodo y Sam a los que, juramentado, conduce hasta Mordor con la intención de que sean devorados por Ella- Laraña y así poder él recuperar el anillo. Esa es su intención, pero de hecho lo que consigue es que gracias a su ayuda Frodo y Sam puedan acceder al interior de Mordor y llegar al Monte del Destino donde el anillo debe ser destruido en el fuego en que se forjó. Sin Gollum, el portador del anillo no hubiese llegado a su destino.

Al final, cuando Frodo está ante las grietas del destino y se dispone a arrojar el anillo, se produce esa escena impresionante en que Frodo traiciona su misión:

“He llegado. Pero he decidido no hacer lo que he venido a hacer. No lo haré. ¡El anillo es mío!”. Y de pronto se lo puso en el dedo (pág. 995)

Sabemos cómo sigue la escena: Gollum ataca a Frodo para arrebatarle el anillo y se lo arranca de un mordisco junto con el dedo en que lo tiene puesto y cae al fuego. Quien destruye el anillo es pues Gollum, no Frodo. Sin Gollum el anillo no habría sido destruido y Frodo se habría convertido en un señor oscuro a las órdenes de Sauron o en algo peor. Hay aquí grandes lecciones para nosotros:

  1. a) no hay nadie tan malo que no pueda coadyuvar al bien, aún a su pesar.

Muchos meses antes en la Comarca cuando Gandalf y Frodo hablan en el inicio de la historia se produce el siguiente diálogo entre ambos (pág. 67-68):

- ¡Qué lástima –dice Frodo- que Bilbo no haya matado a esa vil criatura (se refiere a Gollum) cuando tuvo la oportunidad!

- ¿Lástima? Sí, fue lástima lo que detuvo la mano de Bilbo. Lástima y misericordia; no matar sin necesidad (…), contesta Gandalf

- Lo lamento –dijo Frodo-; estoy asustado y no siento ninguna lástima por Gollum.

- No lo has visto, dice Gandalf.

- (…) ¿Quieres decir que tú y los elfos habéis dejando que siguiera viviendo después de todas esas horribles hazañas? Ahora, de cualquier modo, es tan malo como un orco y además un enemigo. Merece la muerte.

- La merece, sin duda. Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos (…) El corazón me dice que Gollum todavía tiene un papel que desempeñar, para bien o para mal, ante del fin y cuando éste llegue, la misericordia de Bilbo puede determinar el destino de muchos, no menos que el tuyo.

Ahora que conocemos el final de la historia, este diálogo nos parece impresionante y pone de manifiesto que la misericordia, el no obsesionarse con el mal y sus autores, el no considerarse dueños del juicio definitivo sobre las personas y del poder de dar muerte, son buenos consejeros.

La decisión en distintos momentos de la historia de Bilbo, Gandalf, los elfos, Frodo y Sam de no matar a Gollum cuando pudieron hacerlo es lo que, a la postre, permite que Gollum esté allí a la vera de Frodo en el Monte del Destino en la hora suprema. ¡Qué gran enseñanza para esos que quieren acelerar impacientemente el advenimiento del bien, deparando muerte y destrucción!

  1. b) Frodo, héroe porque hizo lo que estaba en su mano.

Destruido el anillo, en los fastos de celebración en Gondor, Aragorn –ahora ya rey Elassar- y Gandalf se ponen de rodillas ante Frodo y Sam y los homenajean ante todo el pueblo como a los que han logrado destronar a Sauron con la destrucción del anillo. ¿Cómo es esto así si Frodo al final traicionó su misión y se puso el anillo en vez de arrojarlo al fuego? Porque Frodo hizo todo lo que estaba a su alcance heroicamente, aunque sus fuerzas no llegaron para culminar su tarea. Y lo que se nos pide a todos es que hagamos lo que está en nuestras manos, no que seamos eficaces en términos de productividad.

A Frodo se le premia como al destructor del anillo porque hizo lo que podía y sus fuerzas no dieron más que para llegar al Monte del Destino con el anillo. Que sus fuerzas no llegasen a arrojarlo al fuego, no resta un ápice a su heroísmo ni a su fidelidad a la misión. Si uno hace lo que puede, el autor de la historia, el que vela por el bien en esta historia, hace el resto, utilizando para el bien incluso instrumentos tan extraños como Gollum y su obsesión por poseer el anillo.

Ya Gandalf lo había intuido cuando le dice a Pippin en Gondor lo siguiente (pág. 854):

“recordemos que un traidor puede traicionarse a sí mismo y hacer involuntariamente un bien. Ocurre a veces”.

  1. c) nos salvamos en comunidad, no solos.

Frodo no afronta su aventura en solitario. Antes de salir de la Comarca cuenta con Gandalf y sus consejos, le acompaña desde el principio Sam y se suman Merry y Pippin primero y Aragorn después. Más tarde en Rivendel se forma la Compañía del Anillo para ayudarle en su misión. Y por el camino en distintos momentos Tom Bombadil, Elrond, Galadriel, Faramir y otros muchos le ayudan a cumplir su misión. Así sucede en la historia real de los hombres y hasta Dios hace suyo este criterio en la tradición cristiana al fundar una Iglesia.

La obra de Tolkien, como cosmovisión cristiana, refleja a la perfección esta característica de la historia de los hombres.

El cumplimiento por cada uno de su misión exige la generosidad y el apoyo de los demás. Por poner solo algunos ejemplos de El Señor de los Anillos:

  • Sam salva a Frodo de morir ahogado en el Bosque Viejo
  • Tom Bombadil salva a los hobbits en el Túmulo de los Muertos
  • Aragorn salva a Frodo en Beer y más tarde en la Cumbre de los Vientos
  • Arwen salva a Frodo ante la persecución de los Jinetes Negros al llegar a Rivendel
  • Gandalf se sacrifica para salvar a la Comunidad en su enfrentamiento con el Balrog en Moria
  • Gandalf salva a Theoden, practicando un exorcismo que le libra de la posesión de Saruman
  • Aragorn moviliza a los muertos perjuros que resultan determinantes para la victoria a las puertas de Gondor

Consideración especial merece la conducta de Gandalf y Aragorn al final de la novela cuando deciden atacar Mordor, sabiendo que no tienen ninguna posibilidad de victoria, para distraer a Sauron por si hay alguna posibilidad aún de que Frodo cumpla su misión. Se trata de un ejemplo de generosidad genial e inteligente que en manos de Tolkien es una auténtica lección de teología de la historia.

Recordemos los hechos: acabada la batalla de Gondor con la derrota de las tropas de Sauron, Gandalf y Aragorn con sus aliados deciden atacar Mordor directamente porque piensan que -si Frodo sigue vivo y avanza hacia el Monte del Destino- necesita que alguien distraiga a Sauron para que mantenga su atención fuera de Mordor. Atacan Mordor sabiendo que en términos militares o estratégicos su victoria es imposible, pero lo hacen para ayudar a Frodo a cumplir su misión aunque sea a costa del sacrificio de sus vidas. ¡Y eso que no saben ni siquiera si Frodo está vivo y en condiciones de intentar la destrucción del anillo!

Esa generosidad de los restos de la Compañía del Anillo, permite que Frodo llegue al Monte del Destino y el anillo sea destruido. Cuando cada uno hace lo que puede, lo que está en sus manos, el bien triunfa. Esta es la lección del relato de Tolkien. Y esta es la lección que cada uno de nosotros debe aprender para ser constructor de la historia: hay que hacer lo que está en nuestras manos aunque parezca inútil y poca cosa… porque si todos y cada uno hacemos eso… derribaremos las torres de cualquier Sauron que se nos enfrente.

 

  1. d) ¿qué pretende la providencia?

Debemos preguntarnos para concluir este análisis de la libertad y la providencia, ¿qué mueve a Gandalf?. El mismo nos responde en su diálogo inicial con Frodo en la Comarca y en su conversación con Denethor en Gondor cuando intenta, sin éxito, que el senescal de Gondor recupere el sentido común y sirva  a la causa del bien.

Al comienzo del libro Frodo, al saber qué es el anillo y el peligro que supone, se lo ofrece a Gandalf como persona más adecuada que él para hacerse cargo y Gandalf lo rechaza  escandalizado con las siguientes palabras:

“¡No me tientes! Pues no quiero convertirme  en algo semejante al Señor Oscuro. Todo mi interés por el Anillo se basa en la misericordia, misericordia por los débiles y deseo de hacer el bien. ¡No me tientes! (pág. 69)

A Gandalf, a la providencia, solo le mueve la misericordia. No el poder ni la dominación. Los hombres podemos estar muy tranquilos. No estamos en una lucha por el poder con la obligación de apoyar a uno de los bandos en conflicto. Vivimos una lucha entre quienes quieren hacer el bien a todos por pura misericordia y quienes quieren dominarlos a todos para su propio beneficio.

Mucho más adelante, Gandalf habla con Denethor, Senescal de Gondor, que se ha rendido a las artes de Sauron por querer usar sus mismas armas aunque para el bien, sin darse cuenta de que eso es imposible y le dice (pág. 793):

“me preocupan todas las cosas de valor que hoy peligran en el mundo... Yo también  soy un Senescal

Y añade Gandalf poco más adelante dirigiéndose al mismo Denethor (pág. 853):

“solo piensas en Gondor. Sin embargo, hay otros hombres y otras vidas y tiempos por venir. Y yo por mi parte, compadezco incluso a los esclavos del enemigo”.

Merece la pena estar en el bando de Gandalf que es el de la misericordia.

Sam, el héroe de lo ordinario.

Quizá, a pesar de todo, los ejemplos de personajes como Frodo, Gandalf o Aragorn, nos sigan pareciendo lejanos a nuestra vida pues no dejan de ser casos singulares: el elegido para ser portador del Anillo, el mago senescal de la providencia y el heredero de la corona de Númenor. Nosotros no somos nada de eso. Pero la genialidad pedagógica de Tolkien no nos deja esa escapatoria pues pone también ante nuestros ojos a Sam. Y Sam si es como tú y yo. Ante él no tenemos escapatoria para aplicarnos el cuento: el ejemplo de Sam nos ratifica que el mensaje de El Señor de los Anillos es para todos, incluso para gente tan vulgar y corriente como tú y yo.

¿Quién es Sam? Es el jardinero, el doméstico, el empleado del hogar de los Bolson en la Comarca cuando nuestra historia se inicia. En su horizonte vital no están las aventuras ni las guerras ni las grandes cuestiones de la historia, sino el trabajo diario que le permitirá casarse con Rosita y llevar una vida muy normal.

¿Cómo se ve involucrado en las grandes cuestiones de su tiempo? Por cariño y lealtad a Frodo. Es un tipo de lo más normal pero leal a sus amores. Se sabe responsable de ayudar a Frodo en lo que éste necesite y será leal a esta vocación aunque le lleve a situaciones impensables para él mismo.

Sam es un personaje de lo más interesante porque se ve envuelto en los grandes hechos de su época como por casualidad, colándose en el mundo de los grandes hombres por puro cariño a Frodo y casi inconscientemente. Sam es el héroe de lo ordinario. El que hace lo que debe hacer porque su responsabilidad respecto a Frodo le arrastra a ello y así llega a ser un héroe de nuestro tiempo casi sin darse cuenta.

Ante el jardinero de Bolsón cerrado se arrodillan Gandalf y Aragorn al final de la historia – y con ellos todos los grandes de la tierra de todas las razas- ¿Y en qué piensa Sam mientras tanto? En volver a la Comarca y casarse con Rosita, es decir, en volver a la vida normal del trabajo y la familia. De hecho El Señor de los Anillos dedica sus últimas palabras a Sam. El libro acaba con estas frases:

“Y (Sam) llegó y adentro ardía una luz amarilla; y la cena estaba pronta y lo esperaban. Y Rosa lo recibió y lo instaló en su sillón y le sentó a la pequeña Elanor en las rodillas.

Sam respiró profundamente.

Bueno, estoy de vuelta, dijo.”

Nuestra historia no acaba en los palacios de los reyes ni en el mundo paradisiaco de los elfos, si no en el hogar de familia normal y corriente del jardinero Sam, el verdadero protagonista de esta novela. De él tenemos mucho que aprender porque él sí es como nosotros, un tipo de lo más normal, alguien que no está llamado a reinar ni a destruir anillos ni a establecer estrategias planetarias de poder. Su única función en esta historia es ser leal a su amigo, a Frodo, algo al alcance de cualquiera.

Pero Sam, haciendo algo tan aparentemente tan vulgar como su trabajo de empleado de Frodo y siendo leal al cariño que le tiene, resulta ser el verdadero vencedor de Sauron. Por eso merece la pena que acabemos este análisis de El Señor de los Anillos observando a Sam para aprender de él.

Sam sigue a Frodo fuera de la Comarca por pura amistad a impulsos de Gandalf y de forma inconsciente, con la ilusión de ver elfos. Pero en un momento determinado se da cuenta de que la aventura va en serio y de que su papel es ayudar a Frodo en lo que necesite y esa va a ser su misión: no despegarse de Frodo nunca pase lo que pase.

Y Sam, el pequeño jardinero, hará cosas heroicas con absoluta normalidad:

  • Él es el único que entiende a Frodo cuando éste se separa del resto de la Compañía tras la traición de Boromir y, por eso, él será la única compañía de Frodo hasta el final del viaje. (pág. 416 y ss.)
  • Será Sam quien derrote a Ella-Laraña (pág. 759-761)
  • Vencerá la tentación del anillo porque entiende que su misión no es dominar a otros sino servir a los demás en su pequeño jardín (pág. 947)
  • En el momento supremo cuando ya cerca del Monte del Destino, Frodo se queda sin fuerzas, Sam lo carga a hombros y lo lleva hasta la meta, diciendo esta frase magistral:

“No puedo llevarlo (el anillo) por usted, pero puedo llevarlo a usted junto con él” (pág. 989)

Sam versus Gollum

Sam no es más que un pequeño hobbit, como lo era Gollum cuando encontró el anillo y mató por él. Sam se dedica a los demás – a Frodo- dando cariño y servicio. Por eso Sam es un hombre feliz, hace grandes cosas con normalidad y acaba casado con Rosita en una familia estupenda; mientras que Gollum se encierra en sí mismo, es profundamente infeliz siempre temeroso de que alguien le robe el anillo cuando lo tiene y ansioso de encontrarlo cuando lo ha perdido.

Ambos quieren la felicidad. Sam la consigue porque está siempre pendiente de los demás olvidándose de sí  mismo, mientras que Gollum no la consigue porque vive solo para sí  mismo y su tesoro.

Cada uno en nuestra vida tenemos que decidir si queremos ser Sam o Gollum.

Conclusión

De la mano de Tolkien hemos recorrido algunas verdades sobre el ser humano y nuestro mundo y hemos podido comprobar que El Señor de los Anillos es más que una novela, es una parábola muy instructiva.

Por eso aquí, en la ciudad de Tolkien, quiero concluir diciéndole al maestro: gracias por tu magisterio, que Dios te pague el gran bien que nos has hecho a tantos poniéndonos ante nuestra verdad más íntima.

 

Benigno Blanco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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