El diluvio... que espere
Ahora que parece que el verano ya está a punto de quedarse de verdad en nuestra querida España, dejando atrás a un invierno que no me cuadra con las predicciones de los agoreros del calentamiento global, me he topado con esta frase: "Lo único que le debe frenar a Dios para que no envíe otra gran inundación es que la primera no ha dado el más mínimo resultado".
Lo cierto es que las cosas no pintan nada bien. Dejando a un lado las catástrofes que ocurren a lo largo y ancho de la tierra que nos quedó al provocar nuestra expulsión del Paraíso, y centrando el tiro en nuestro terruño particular, la cosa está cruda: Tenemos un Gobierno incapaz de conocer la realidad y de afrontar sus problemas fuera de sus esquemas ideológicos. Cada vez más familias cuentan con una mayoría de sus miembros en paro. La sociedad vive un momento bajísimo en lo que a la moralidad se refiere…
Seamos más concretos: se fomenta la destrucción de la familia, la perversión de los hábitos en la juventud, el asesinato de los ancianitos que sólo son computables a efectos de gasto de los servicios sanitarios, la muerte provocada de cientos de miles de niños por nacer, el abandono de madres en dificultades, la corrupción institucional, el derroche y la mentira como prácticas políticas habituales, la prepotencia o la inacción, según el caso, en los partidos políticos, los ataques desmedidos a la Iglesia y al Papa…
Visto así, es lógico que alguien, desesperanzado, piense que un nuevo diluvio no serviría de nada y eso que, hace pocas semanas y por enésima vez, alguien decía haber encontrado el Arca de Noé, con lo que nos ahorraríamos unas fatiguitas para salvar el pescuezo. Como decimos, la situación está, desde muchos puntos de vista, negra como el sobaco de un grillo. A pesar de todo, tiendo por naturaleza a ser optimista.
No creo que Dios esté pensando en enviarnos un segundo diluvio universal. Pero por todo lo contrario al espíritu de la frase de marras, francamente derrotista. No recuerdo a los protagonistas concretos, pero la anécdota es conocida. Se trata de aquella en la que un príncipe de la Iglesia responde a un enemigo declarado de la Esposa de Cristo que ni siquiera los propios católicos hemos sido capaces de destruirla.
La soberbia fue, sin duda, la que llevó al ángel más bello a rebelarse contra Dios y no son pocos los que aseguran que es el pecado más grave, del que derivan todos los demás. No seré yo quien le lleve la contraria a personas mucho más sabias y preparadas. Pero la desesperanza también es funesta.
La pasada semana le oí decir a un político español muy conocido, en una reflexión sobre la situación actual y lo que debíamos hacer los católicos, que lo que hace falta es que “el que esté haciendo 3, que haga 8”.
En definitiva, compromiso y esperanza en la victoria, que sólo viene de Dios. Y el diluvio… que espere.
Lo cierto es que las cosas no pintan nada bien. Dejando a un lado las catástrofes que ocurren a lo largo y ancho de la tierra que nos quedó al provocar nuestra expulsión del Paraíso, y centrando el tiro en nuestro terruño particular, la cosa está cruda: Tenemos un Gobierno incapaz de conocer la realidad y de afrontar sus problemas fuera de sus esquemas ideológicos. Cada vez más familias cuentan con una mayoría de sus miembros en paro. La sociedad vive un momento bajísimo en lo que a la moralidad se refiere…
Seamos más concretos: se fomenta la destrucción de la familia, la perversión de los hábitos en la juventud, el asesinato de los ancianitos que sólo son computables a efectos de gasto de los servicios sanitarios, la muerte provocada de cientos de miles de niños por nacer, el abandono de madres en dificultades, la corrupción institucional, el derroche y la mentira como prácticas políticas habituales, la prepotencia o la inacción, según el caso, en los partidos políticos, los ataques desmedidos a la Iglesia y al Papa…
Visto así, es lógico que alguien, desesperanzado, piense que un nuevo diluvio no serviría de nada y eso que, hace pocas semanas y por enésima vez, alguien decía haber encontrado el Arca de Noé, con lo que nos ahorraríamos unas fatiguitas para salvar el pescuezo. Como decimos, la situación está, desde muchos puntos de vista, negra como el sobaco de un grillo. A pesar de todo, tiendo por naturaleza a ser optimista.
No creo que Dios esté pensando en enviarnos un segundo diluvio universal. Pero por todo lo contrario al espíritu de la frase de marras, francamente derrotista. No recuerdo a los protagonistas concretos, pero la anécdota es conocida. Se trata de aquella en la que un príncipe de la Iglesia responde a un enemigo declarado de la Esposa de Cristo que ni siquiera los propios católicos hemos sido capaces de destruirla.
La soberbia fue, sin duda, la que llevó al ángel más bello a rebelarse contra Dios y no son pocos los que aseguran que es el pecado más grave, del que derivan todos los demás. No seré yo quien le lleve la contraria a personas mucho más sabias y preparadas. Pero la desesperanza también es funesta.
La pasada semana le oí decir a un político español muy conocido, en una reflexión sobre la situación actual y lo que debíamos hacer los católicos, que lo que hace falta es que “el que esté haciendo 3, que haga 8”.
En definitiva, compromiso y esperanza en la victoria, que sólo viene de Dios. Y el diluvio… que espere.
Comentarios