El suicidio de una civilización humanista
El suicidio de una civilización humanista
Russel Ronald Reno, polemista y editor católico norteamericano, analiza en El retorno de los dioses fuertes. Nacionalismo, populismo y el futuro de Occidente, Ed. Homo Legens, 2020, (284 págs.) cómo, después de la II Guerra Mundial y con la intención de evitar la posibilidad de que se repitiese la experiencia de 1914 a 1945, se formó lo que denomina "el consenso de posguerra" consistente en recrear una cultura que excluya "los dioses fuertes" (verdad, Dios, nación, etc) que se supone llevaron a la gran crisis de la primera mitad del siglo XX. Se trató de construir una sociedad en que las grandes verdades fuesen puestas bajo la desconfianza colectiva y sustituidas por convicciones suaves y adaptables, donde solo importen las pequeñas cosas cotidianas y no las grandes verdades que se supone abocan necesariamente a la intolerancia y la violencia.
Reno comienza su exégesis intelectual de esta lucha contra "los dioses fuertes" con el estudio de la obra de Popper y Hayek, promotores de la sociedad abierta frente a las pasadas sociedades cerradas; y continua con Friedman, Derrida y Vattimo, entre otros autores menores. Identifica así Reno los autores que considera más significativos en la construcción durante la segunda mitad del siglo XX de la actual sociedad tan abierta que carece de convicciones de ningún tipo y rechaza cada vez con más virulencia y agresividad cualquier pretensión de verdad objetiva como si la pretensión de verdad fuese en sí misma una manifestación de la vuelta del fascisno y el totalitarismo.
La tesis de Reno –quizá discutible en su unilateralidad- es que ese intento ha tenido éxito pero sus frutos no son los esperados por sus teóricos: la nueva sociedad abierta carece de alma y de amores compartidos y comienza a autodestruirse dividida en tribus fanáticas cada una de los suyo (por ejemplo, las políticas de identidad) sin nada en común.
Para Reno los nuevos populismos son la expresión de la vuelta por la puerta de atrás de esos dioses fuertes que quisimos matar y reaparecen en forma de pasiones más o menos atávicas y tribales en el seno de sociedades sin alma ni amores compartidos.
El libro de Reno es esperanzado y animante en su conclusión: en la primera mitad del siglo XX los dioses fuertes enloquecieron en forma de ideologías totalitarias e inhumanas, pero el intento de la segunda mitad de sustituirlos por dioses débiles no ha funcionado y está provocando los mismos males que quería evitar. Toca reconstruir una sociedad de amores y verdades fuertes, pero no locos. Esta es la tarea de esta época.
Coincido básicamente con el análisis de Reno: el gran problema de esta época es que nos hemos automutilado voluntariamente y de forma suicida de nuestra capacidad de verdad. Desconfiamos de la razón, de la posibilidad de acceder a verdades compartidas sobre el bien y el mal, renunciamos al diálogo como camino para identificar en común lo valioso … y así poco a poco ya no tenemos nada en común que compartir. Se produce, en consecuencia, una sociedad de individuos aislados, sin identidad ni tradición y sin seguridades morales ni valores compartidos. Y eso no es un paraíso de tolerancia, sino un inmenso vacío de individuos aislados e inseguros que sienten que la única forma de recrear identidad y lazos es crear tribus unidas por algún rasgo secundario como el sexo, el color, la orientación sexual, el sentimiento nacional o local o el odio a alguien.
Caminamos hacia la destrucción del sentimiento básico de ciudadanía compartida basada en la común dignidad humana y en las identidades fuertes que proporcionaban la familia, la religión y el pueblo de pertenencia; y así creamos el caldo de cultivo de las nuevas tribus que intentan imponer -incluso violentamente- sus peculiares señas de identidad tribal al resto de la sociedad. Quienes soñaron en el siglo XX con un mundo sin familia ni religión, convertido en un mercado universal sin fronteras y de consumidores sin lazos personales que viven felices una vez erradicada la religión concebida como fuentes de conflictos y guerras, se han equivocado totalmente y han creado un monstruo.
La solución está en la que ya identificó acertadamente Alexander Solschenizyn como la clave para derribar el totalitarismo comunista al que él se enfrentó: necesitamos gente que diga sin miedo la verdad sobre el ser humano, sobre nuestro carácter familiar y social, sobre la fuerza moral de la religión y sobre la accesibilidad razonable de ideas claras y compartibles sobre el bien. Dice el autor ruso al comprobar la dinámica liberadora que generó en la Rusia aún comunista la publicación de su primera obra, Un día en la vida de Iván Denissovich: “Yo pensaba: si la primera y diminuta gota de verdad estalló como una bomba sicológica, ¿qué ocurrirá en nuestro país el día en que la verdad resplandezca con toda su claridad? Y resplandecerá, es inevitable” (cfr. Archipiélago Gulag, ed. Círculo de Lectores, Barcelona 1974, pág. 254).
Solschenizyn acertó: así cayó el comunismo, a impulso de gentes valientes que no tuvieron miedo de decir la verdad sobre la sociedad en que vivían. Reno con esta obra se suma hoy a ese mismo movimiento.
Benigno Blanco