Martes, 29 de octubre de 2024

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Echar raíces

Echar raíces

por Sólo Dios basta

Cuando uno mira atrás y ve pasar los años se da cuenta cómo Dios guía su vida desde el primer momento. Todo está preparado por el que tanto nos ama y es capaz de entregar su vida por nosotros. Es entrar en la historia de amor entre Dios y el alma, que se vive de modo especial cuando alguien descubre la vocación sacerdotal y dice sí a Dios con todo su ser. Eso sucede cuando llega la ordenación sacerdotal, pero no podemos quedarnos ahí, hay que seguir profundizando en el ser mismo de esta vida para que cuando lleguen las primeras o las tardías tormentas el árbol que ha ido creciendo siga en pie porque ha echado raíces.

Muchos dirán que a qué viene esto, pues sencillamente a que estos días pasados he tenido los ejercicios espirituales del año basados en la esencia, grandeza y debilidades del sacerdocio. El director era de lo mejor que se puede encontrar, San Juan Crisóstomo, el compañero de camino, un modelo a seguir siempre, San Juan de la Cruz, y el que da inicio a todo es quien pone en relación directa con Cristo sacerdote, San Juan evangelista. O dicho de otra manera, lo que todo sacerdote ha de tener siempre de fondo en su ministerio: la Sagrada Escritura, La Tradición de los Padres de la Iglesia y un modelo de sacerdocio santo al que acogerse día a día. ¿Ahora todo se entiende mejor?

Pues entremos ya en ese Diálogo sobre el sacerdocio de San Juan Crisóstomo. El libro da para una semana sosegada de meditación. Vamos al inicio para descubrir una de las claves de esta obra maestra. El Crisóstomo recuerda el diálogo que recoge San Juan en su evangelio entre Cristo resucitado y San Pedro. Ese “Pedro, ¿me amas más que estos?” tiene mucha enjundia a la hora de su interpretación. El sacerdocio es un don de Dios a su Iglesia y lo que quiere poner en lo más alto, para todos sean conscientes, no es precisamente el amor de Pedro a Cristo, sino el amor que el Resucitado manifiesta a su Iglesia en la figura de Pedro. ¡El sacerdocio es el testimonio de amor de Cristo por su Iglesia! El amor más grande a Cristo es cuidar de sus ovejas, de su rebaño. Entonces descubrimos el colosal beneficio de la vocación sacerdotal: ser la misma manifestación del amor de Cristo y al mismo tiempo del amor a Cristo; todo ello manifestado en la defensa acérrima de los hijos de Dios que buscan el camino hacia el cielo y necesitan pastores que los guíen.

Y ahora dejemos hablar a San Juan Crisóstomo para encender más el alma en amor a Dios:

“Hablando con el jefe de los apóstoles, dijo: Pedro, ¿me amas? Cuando éste lo confesó, Cristo añadió: Si me amas, apacienta mis ovejas. El Maestro pregunta al discípulo si lo ama, no para aprender - ¿cómo iba a preguntar el que entra en los corazones de todos?- sino para enseñarnos cuánto le interesa el cuidado de este rebaño. […] El que ha comprado este rebaño no con dinero ni con ninguna otra cosa parecida sino con su propia muerte y ha dado su propia sangre como precio por la grey, ¿con qué dones recompensará a quienes la pastorean? […] ¿Por qué derramó la sangre? Para adquirir las ovejas que entregaba a Pedro y a sus sucesores” (Diálogo sobre el sacerdocio II,1).

Sobran los comentarios. Esto es sólo el principio de libro, pero no voy a seguir, el que quiera ya sabe lo que tiene que hacer, buscarlo, leerlo, rezarlo y dejar que el fruto llegue ya sea para empezar a atisbar la vocación, dar el paso final para ingresar en un seminario o noviciado, renovar la vocación al pasar los años de ordenación y lo que es más importante, afianzarse cuando arrecian las tormentas más fuertes en la vida y puede tambalearse todo con el grave peligro de que la vocación sucumba por no tener raíces profundas…

Y aquí me paro. Me paro porque en estos días de ejercicios he tenido presente en la oración diversos casos concretos que conozco de los que acabo de citar. El último de ellos, el abandono del sacerdocio, es algo muy doloroso. Y lo digo porque en menos de un año he recibido la noticia de que dos sacerdotes con muy pocos años de vida sacerdotal, ni siquiera cinco, con los que he convivido durante algún tiempo, han dicho que dejaban esta apasionante vocación. Y otro que ha pedido un año para repensar su vida. ¡Qué dolor! ¡Qué sufrimiento! ¡Qué sinsabor! Son chicos a los que he visto crecer con sus ilusiones por llegar a celebrar un día la santa misa, también con sus dudas y problemas, pero todo iba adelante hasta que todo se viene abajo…

No es cualquier cosa ser sacerdote, pero cuando uno descubre esta maravilla de tener a Cristo entre sus manos, de ser medidor entre Dios y los hombres, de acompañar almas al encuentro directo con Jesús Eucaristía… la vida cambia por completo. Es tan grande, tan maravilloso, tan desbordante… Además se puede vivir como sacerdote secular en una diócesis concreta o como sacerdote religioso siendo miembro de una orden religiosa. Hay matices entre un sacerdocio y otro, pero la esencia es la misma, ¡unirse en cuerpo y alma a Cristo sacerdote! Y ser médico de almas, apasionado maestro de vida espiritual, o… podríamos poner muchos más casos. Cada uno que busque el suyo. Y dé gracias, muchas gracias a Dios por su vocación sacerdotal; y los que no lo son den también gracias a Dios por los sacerdotes que ha conocido en el discurso de la vida.

Y ahora volvamos al inicio, a eso de echar raíces. Sin raíces un sacerdote es llevado por el viento, por el agua o por todo aquello que invade su vida y no sabe cómo mantenerse firme porque no tiene raíces de verdad. Leer la Biblia, saborear las obras maestras escritas por los Padres de la Iglesia, tomar como modelo a San Juan de Ávila, Santo Domingo de Guzmán, San Juan María Vianney, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y tantos y tantos sacerdotes, ya sean seculares o religiosos, que han marcado un momento de la historia con su vida, sus escritos y sermones, es lo que ayuda a no caer, y si te caes a levantarte cuanto antes, a mirar siempre adelante, a lo que está por venir, al cielo, a lo que nos espera, a lo que cada día tenemos bajo nuestras manos cuando llega el momento de la consagración al celebrar la eucaristía…

¡Pidamos por los jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal, por los que ya se han decidido a serlo y por los que están a punto de ser ordenados sacerdotes!

¡Pidamos por los sacerdotes que siguen fieles a su vocación a pesar de los envites del demonio, el mundo y la carne!

¡Pidamos por los sacerdotes que sufren crisis vocacionales!

¡Pidamos por los sacerdotes perseguidos por defender la Verdad!

¡Y no nos olvidemos de aquellos que han dejado el sacerdocio!  

Todos los sacerdotes necesitamos oraciones, todos los sacerdotes oramos por aquellos que Cristo nos entrega para conducirlos a los pastos del cielo y todos, pastores y ovejas, hemos de echar raíces.

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