El País y Tony Blair
por Paco Sanz
En El País de hoy escribe Jhon Carlin uno de ésos artículos, paradigmáticos de este periódico, que me llevó a caer en esa hipnosis relativista que me indigna desde hace ya más de 20 años y que tiene a la sociedad española (generalizando mucho) adormecida junto con esa otra droga, esta más peligrosa porque no adormece, simplemente destruye, que es la tv. Porque me temo que un porcentaje altísimo de lo que se vive en España ahora es lo que se ha cocinado en El País y en la tele en las últimas dos décadas a modo de dulce veneno. Uno lee el artículo y puede caer en la trampa del “en el punto medio está la virtud” o el “ni pa ti, ni pa mi” o “no exageres hombre, no será para tanto”
Habla Jhon Carlin, que hasta ahora escribía de deporte, y muy bien por cierto, de Tony Blair y de lo mal que cae a los ingleses y de su sentimiento cristiano que tiene unas “premisas inapelables, tan poco susceptibles al razonamiento lógico como las de un integrista musulmán”. En la película “The Queen” ponen a su esposa Cherie de tonta, caprichosa, intransigente y hasta maleducada. Y ahora Carling, que desde que su libro ha inspirado una peli del gran Clint Eastwood es un oráculo para El País, nos muestra lo mal que cae Blair y lo mucho que la sociedad inglesa lo aborrece, cuando la verdad es que un gobierno laborista como el suyo jamás duró tanto en el Reino Unido.
¿Qué es entonces lo que no perdonan a Blair?
Que es católico, que lo fue a escondidas durante los últimos tiempos de su mandato, que su ministra de educación era del Opus Dei y que su mujer también es católica. Odio inglés al católico, abandono de la Iglesia católica en Inglaterra que no recibe ni un penique y la catedral está que se cae.
Me temo que el sentimiento anglosajón que inspiró las “acciones de guerra” de Montecassino siguen vigentes en esa sociedad, en la que el trasvase de fieles de la iglesia de Inglaterra a la Católica es constante y donde la obligación del primer Ministro de arrodillarse ante la reina es simplemente inaceptable.
¡Viva Tomás Moro, viva el cardenal Newman y viva Graham Greene!