Martes, 03 de diciembre de 2024

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Pentecostés (B) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

Cuentan del músico Gustav Mahler que hacia el final de su vida se disponía a escribir una sinfonía coral. Y él se preguntaba cuáles eran las palabras que verdaderamente podían expresar lo “inaudito”. Pasó revista a toda la literatura mundial, incluida la Biblia, y al final eligió el himno Veni creator. Para ello organizó el más amplio complejo vocal e instrumental jamás empleado en una ejecución; tanto es así que la obra acabó por llamarse Sinfonía de los mil. El primer verso, Veni creator Spiritus, contiene el tema de toda la obra y es una especie de grito cósmico que se levanta en oleadas sucesivas con la participación de todas las voces e instrumentos. El autor escribía a un amigo[1]: “Intenta imaginarte al universo mismo que empieza a cantar y a hacer oír su voz. Ya no son simples voces humanas; son los planetas y los soles que dan vueltas”.



Sin duda una de las páginas más hermosas que se han escrito sobre el Espíritu Santo pertenece al beato Pablo VI[2]. Él nos dice:

Nos hemos preguntado más de una vez... cuál es la necesidad, primera y última, que advertimos para esta nuestra bendita y amada Iglesia. Tenemos que decirlo casi temblando y suplicando, ya que, como sabéis, se trata de su misterio y de su vida: el Espíritu, el Espíritu Santo, el animador y santificador de la Iglesia, su respiración divina, el viento que sopla en sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y fuerza, su apoyo y su consolador, su fuente de carismas y cantos, su paz y su gozo, su prenda y preludio de vida bienaventurada y eterna. La Iglesia necesita su perenne Pentecostés: necesita fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada... La Iglesia necesita recuperar el anhelo, el gusto y la certeza de la verdad... La Iglesia necesita, además, sentir que fluye otra vez por todas sus facultades humanas la ola de amor, de ese amor al que llaman caridad, y que precisamente es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Junto con la Pascua, Pentecostés constituye el coronamiento de la economía salvífica de la Trinidad en la historia humana. Más aún, los primeros que experimentaron los frutos de la resurrección de Cristo, el día de Pentecostés, fueron los apóstoles, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, en compañía de María, la madre de Jesús, y otros discípulos del Señor, hombres y mujeres. Para ellos, Pentecostés es el día de la resurrección; es decir, es el día de la nueva vida en el Espíritu Santo. Es una resurrección espiritual que tenemos que pedir todos para nuestra propia vida. Es una resurrección espiritual que podemos contemplar a través del proceso realizado en los apóstoles en el curso de esos días, desde el Viernes de la Pasión de Cristo, pasando por el día de Pascua, hasta el día de Pentecostés. El prendimiento del Maestro y su muerte en la cruz fueron para los apóstoles un golpe terrible del que tardaron en reponerse. Así se explica que la noticia de la Resurrección, e incluso el encuentro con el Resucitado, hallasen en ellos dificultades y resistencias. Los evangelios lo advierten en muchas ocasiones; así lo hemos ido escuchando a lo largo de esta Pascua. No creyeron, dudaron. Jesús mismo se lo reprochó dulcemente: ¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Él trataba de convencerlos acerca de su identidad, demostrándoles que no era un fantasma, sino que tenía carne y huesos. A nosotros en este día se nos vuelve a decir lo mismo: ¿Por qué os turbáis? ¿Por qué tenéis miedo? El Señor Jesús  nos ha prometido el Espíritu Santo. Hoy toda la Iglesia necesita este Espíritu Consolador.
 

Antes de terminar quiero recordar una hermosa plegaria[3] de Gregorio de Narek, un místico armenio que vivió a comienzos del segundo milenio y que fue el que más influyó en la vida espiritual de su pueblo. Dice así:
 
Yo suplico a tu inmutable y omnipotente soberanía,
oh Espíritu poderoso:
envía el rocío de tu suavidad.
Tú que consagras a los apóstoles,
inspiras a los profetas, instruyes a los doctores,
que haces hablar a los mudos
y abres los oídos a los sordos,
dame también a mí, pecador,
la gracia de hablar con seguridad
del misterio vivificante
de la Buena Nueva del Evangelio...
Ahora que me dispongo
a exponer en público tu palabra,
que tu misericordia me preceda
y me sugiera interiormente,
en el momento adecuado,
lo que te es grato,
para gloria y alabanza de tu divinidad,
y para la edificación plena
de la Iglesia Católica.

No dejemos de pedir este Espíritu: Ven, Espíritu Santo. Ven a nuestros corazones. Llena los corazones de tus fieles. Enciende en ellos la llama de tu amor.
 
PINCELADA MARTIRIAL
Recordamos hoy a los mártires capuchinos de El Pardo (Madrid) que fueron beatificados en Tarragona, el 13 de octubre de 2013. Entre ellos se cuenta el beato Primitivo de Villamizar que fue asesinado un día como hoy.
 

Nació en Villamizar, pequeño pueblo de la provincia de León (España), el año 1884 en el seno de una familia de modestos labradores. De joven ingresó en la Orden capuchina en la que emitió sus votos temporales en 1915 como hermano laico. Dadas sus cualidades, lo destinaron al convento de El Pardo (Madrid) para que se encargara de los niños del Colegio seráfico; más tarde fue el conductor de la camioneta que les regalaron. El 21 de julio de 1936, iniciada la guerra civil, fue detenido con los demás miembros de la comunidad, y puesto en libertad días más tarde. Se refugió en casa de unos sobrinos que vivían en Madrid. Un día salió de casa con una sobrina como de costumbre, lo reconoció un miliciano y lo hizo subir a un coche que partió con rumbo desconocido. Nada más se ha podido saber. Fue fusilado la noche siguiente a su detención, o sea, el 20 de mayo de 1937.
 
https://www.religionenlibertad.com/los-martires-capuchinos-pardo--24876.htm
https://www.religionenlibertad.com/los-martires-capuchinos-pardo--24925.htm
 

[1] Raniero CANTALAMESSA, El canto del Espíritu. Meditaciones sobre el Veni creator, página 31 (Madrid, 1999).
[2] Beato PABLO VI. Discurso, 29-11-1972, en Enseñanzas de Pablo VI, vol. X, Tipografía Políglota Vaticana, página 1210 y siguiente.
[3] GREGORIO DE NAREK. El libro de las plegarias, 34 (SCh 78, p. 210 ss.).
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