Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
 
4º domingo del Tiempo Ordinario
 
[Seguimos a Jesús paso a paso a través del Evangelio de san Marcos. Y lo hacemos para que, leyendo su palabra y contemplando su modo de ser y de obrar se nos pegue algo o mucho, poco a poco; nos vaya con-figurando con Él y, con su gracia, lo podamos reflejar. Así vamos aprendiendo a ser discípulos misioneros suyos].
 
Si te ayuda, puedes empezar así: -Estás, Señor… -Estoy, Señor… Creo en tu presencia viva aquí en mí… Entra dentro de mí como en la sinagoga  y explícame con autoridad tu palabra y tu vida… Expulsa mis demonios…¡Y tócame para asombrarme!
 
Del Evangelio de san Marcos 1,21-28. (Es mejor tener el texto a mano y leerlo ahora)
 
  • Jesús entró en la sinagoga a enseñar. Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas…
 
-Contempla la escena y a Jesús y a los demás. Hay que fiarse del todo de Jesús porque enseña con autoridad: para Jesús enseñar es salvar, hacer presente la salvación. Con mi vida de fe ¿doy testimonio de que estoy salvado? ¿O mi cara y mi ritmo vital es más de un difunto condenado? ¡Dios nos libre! ¿En qué salvador y en qué salvación creo yo?
-Es más, Jesús enseña con autoridad, es decir desde lo que uno es de verdad, con autenticidad, con una coherencia total entre pensamiento, palabras y obras: persona de una pieza de dentro a fuera y viceversa, sin doblez. Una persona así tiene toda autoridad sin ningún autoritarismo. Estos, solo estos, son los que de verdad y simplemente sirven a Dios y a los demás. ¿Cómo ejerzo y donde apoyo yo la autoridad que me compete?
-Y claro, la gente estaba asombrada. ¿Me asombra a mí la manera de enseñar de Jesús? ¿O me da lo mismo? ¿Tan acostumbrado estoy que Jesús me deja frío e impertérrito? Pregúntate en serio: ¿No choca tanta reacción asombrosa, -digamos admirativa y que deja boquiabierto y con el corazón pegado a Jesús-, con nuestra modorra en la relación con Jesús? En el encuentro con Jesús, ¿cuál es tu reacción?
    Señor, ante ti, contigo, tu cercanía, tu mirar y amar, tu autoridad, no quiero ser ni parecer una estatua. No. Quiero, Señor, ser una esponja que se deja empapar de ti sin poner obstáculos…
 
  • Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó:”Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.
 
-Es el centro de la escena en la sinagoga de Cafarnaún: Jesús, un hombre que sufría de un espíritu inmundo, el tal espíritu violento y la acción poderosa de Jesús que libera y cura. Contempla despacio las personas, las palabras, las acciones… ¿Dónde te situarías tú?  Hazlo. ¿Y qué dirías y harías? Pues hazlo…
-Cae bien en la cuenta: la presencia central de Jesús en el texto evoca la presencia central de Jesús en la vida, una presencia que sana y transforma desde el interior de las personas. ¿Es así ahora en ti? ¿Sí o no? Presencia vivificadora y transformante desde lo más “oscuro” que nos habita y nos turba. ¿Es así ahora en ti? ¿Sí o no? Es que tenemos espacios oscuros y cerrados a la presencia salvadora de Dios en Jesús. ¿Es ahora así en ti? Porque tenemos mucho que ver con Jesús, déjale entrar ahí y déjale gritar: “Cállate y sal de él”. Experimentarás libertad interior, y habrá luz en tu oscuridad y apertura en tu corazón. Y porque Jesús es el Santo de Dios, te sanará con su gracia y serás renovado de verdad.  Déjate amar por Él, ámale, adórale… Señor mío y Dios mío… ¡Y queda en paz!
-Es propio de Jesús hacer patente y real la lucha entablada entre la soberanía de Dios y la del espíritu inmundo, que también existe, es real y  que nos sugiere y propone otras soberanías tentándonos, sacudiéndonos, esclavizándonos y hasta nos impiden, porque son  muchos, ser nosotros mismos y vivir como hijos de Dios, santos y amados. ¿Quién es el soberano de mi corazón y de mi vida? ¿Qué espíritu inmundo me esclaviza? ¿Quién y qué me libera de verdad? ¡No he de ser ciego a esta realidad!
    Señor, libera tú mi corazón de esclavitudes que se pegan a mi corazón y que se hacen hábito o modo estable de vida. Me inquietan. Me turban. Se tú en mí, mi único Señor, liberador, mi solo y único Dios. Sé tú mi paz interior.
 
  • A modo de lectura espiritual para momentos de quietud:
 
“Las fuentes cristianas recuerda a Jesús como exorcista y a sus discípulos los llama para qué convivieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios (Marcos 3,15; 6,12). Alguien ha dicho, empleando un lenguaje distinto, que hoy podríamos llamarle “amigo de los locos”. Allí donde otros hombres y mujeres de su tiempo suponían que los pobres estaban condenados a padecer bajo el poder cuasi-divino, Jesús les ve como hijos de Dios muy amados, seres capaces de vivir en libertad y desde ahí se siente enviado por Dios, para expulsar a los demonios, haciendo Reino precisamente en aquellos a quienes la misma estructura social y familiar condenaba a la locura (Marcos 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29). Los que pretenden mutilar este elemento del evangelio, como si fuera un residuo mitológico, destruyen el mensaje del Reino. Jesús se fijó de un modo especial en los endemoniados, que eran para él los exponentes más claros de un modo oprimido, que no logra abrirse a la luz y a la comunicación gratuita y libre. Precisamente ellos, los que podían aparecer como una prueba palpable de la lejanía de Dios, vinieron a convertirse para Jesús en lugar privilegiado de la acción de Dios, junto con los leprosos. Jóvenes endemoniados tal vez fueran hijos e hijas atribuidos a quienes resultaba imposible hacer frente a las realidades de la vida dentro de su entorno y se alejaban sin rumbo de sus familias, pasando a vivir de limosnas y manifestando su dolor y sus sentimientos físicos de impotencia de maneras impredecibles” (Sáez de Maturana. Jesús. Volver a los comienzos).
 
 
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