Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Domingo 26 T.O. (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis


¿Cuál es el sentido de la parábola que escuchamos este domingo?

El mismo Jesucristo nos lo da cuando en el versículo 31 afirma: En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas os preceden en el Reino de Dios. No dice os precederán, sino os preceden, ya os preceden. Los publicanos, gente odiada en Israel, hasta considerarse contaminados con su trato, y las prostitutas, la hez de la sociedad judía, se contraponen aquí a los fariseos, los puros, los que conocen la Ley, los que la cumplen. El valor doctrinal y alegórico de la parábola es el siguiente:

· El padre, dueño de la viña, es Dios.

· La viña es el reino de los cielos.

· El hijo primero, que dice que sí y luego no cumple la voluntad de su padre, son los fariseos. Como conocedores de la Ley, eran los primeros a los que pertenecía el Reino. Teóricamente decían que sí para aceptar al Mesías cuando viniese, pero de hecho, ante Cristo-Mesías, dijeron que no. Vieron las señales que Cristo hacía como garantía de su misión, pero no supieron, culpablemente, discernirlas.

· El hijo segundo son otros hijos de Israel, los despreciados, los publicanos, las prostitutas, para los que no estaba destinado el Reino, pero que después, al conocer la obra de Cristo, se convierten. Así aparecen en el Evangelio los ejemplos de Zaqueo o la mujer pecadora[1].

Pero, como siempre, ¿cuál es la lectura que podemos hacer nosotros?

Porque, como en la parábola del hijo pródigo, muchas veces también nosotros interpretamos el papel de estos dos hijos. La lección es seria para nosotros. Nos acercamos a Dios, invocamos al Señor y hacemos bien, pero no basta; no bastan las palabras, es preciso hacer lo que el Señor quiere.

Y, ¿qué es lo que quiere de nosotros?

Nos lo ha dicho maravillosamente San Pablo en su carta a los Filipenses: la vida cristiana no está ni en cuatro oraciones que digamos invocando al Señor, ni en cuatro cosas externas que hagamos; está en cambiar nuestro corazón. Todo el cristianismo está ahí; es preciso cambiar nuestro corazón, que es un corazón en el que dominan todavía las raíces del pecado; es preciso cambiarlo en un corazón que tenga, como nos dice el Apóstol, los sentimientos del Corazón de Jesús[2].

Su Santidad el Papa Juan Pablo I, a quien recordábamos este jueves, al cumplirse el trigésimo noveno aniversario de su fallecimiento, afirma en sus escritos que el problema radica en aquellos que viven sin esperanza. Ningún pecado es demasiado grande: una miseria finita, por muy enorme que sea, podrá ser siempre cubierta por una misericordia infinita.

Ni tampoco nunca es demasiado tarde: Dios no solo se llama Padre, sino Padre del hijo pródigo, que nos divisa cuando aún estamos lejos, que se enternece y, corriendo, viene a arrojarse a nuestro cuello y a besarnos tiernamente.

Y no debe hacernos temer un pasado quizá borrascoso. Las borrascas que fueron malas en el pasado se convierten en bienes en el presente si nos impulsan a poner remedio, a cambiar; se convierten en una joya si se ofrecen a Dios para procurarle el consuelo de perdonarlas.
 

El Evangelio -prosigue Juan Pablo I- recuerda entre los antepasados de Jesús a cuatro mujeres, de las cuales tres no fueron muy recomendables: Rahab había sido una mujer pública; Thamar había tenido a su hijo Phares de su suegro Judas; y Betsabé había cometido adulterio con David. ¡Misterio de la humildad que estas parientes hayan sido aceptadas por Cristo, que hayan sido incluidas en su genealogía, pero también -opino- un medio, en manos de Dios, para infundirnos confianza: podéis llegar a ser santos, sea cual sea la historia de vuestra familia, el temperamento y la sangre heredada, vuestra situación pasada!

Sin embargo… sería una equivocación esperar, dejándolo siempre para más adelante. Quien se mete en el camino del después desemboca en el del nunca.

Conozco a alguno que parece haber convertido la vida en una perpetua “sala de espera”. Llegan y parten los trenes y dice:
¡Saldré otro día!
¡Me confesaré al final de mi vida![3]

Jesús nos termina recordando hoy en el Evangelio el ejemplo de Juan el Bautista, que vino enseñándoos el camino de la justicia, expresión bíblica que significa que Juan practicaba y predicaba esa conformidad con la voluntad de Dios que hace justo al hombre, que le hace santo.

El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo (CEC 1807).

Jesús no alaba en ningún momento al pecador porque peque, sino porque al sentirse humillado por su pecado tiene más fácil el bajar la cabeza, y decir: Señor, no soy digno…  Y a partir de ahí comienza la historia de la conversión, del cambio, de la necesidad de reconocerse pequeño para que el Señor nos haga grandes, pero siempre con la verdad.

Jesús hoy te dice: Ve a trabajar a mi viña. Nosotros podemos responderle así[4]:

Señor, danos tu Espíritu Santo, porque él es el aceite de la caridad eterna, de la fe eterna, de la esperanza eterna. Todo esto no lo tenemos por nosotros mismos. Dependemos de Ti. Si en algún momento sentimos el cansancio de nuestros pecados, y nos sale decirte que no, perdónanos otra vez más… Haz que el sentido de nuestra vida sea esperar en Ti, aunque sea de noche. Amén.
      
PINCELADA MARTIRIAL

Martes, 29 de septiembre de 1936
El beato Francisco Castelló y Aleu es un ingeniero químico de 22 años que en 1934 había sido contratado en una empresa de abonos químicos de Lérida. Tiene novia y pertenece a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Por las tardes, de manera gratuita, imparte clases a obreros de la fábrica y a los habitantes de un barrio miserable de Lérida que es foco del anticlericalismo. Acaba de ser denunciado, detenido y acusado Castelló sube los peldaños del Ayuntamiento de su ciudad con toda decisión y con la cabeza alta. La sala, convertida en sede del Tribunal Popular de Lérida, está llena a rebosar. “¿Por qué le queréis matar?”, preguntan a un miliciano: “Es que el «nene» tiene tanta atracción, que si lo soltamos, se le irán todos detrás...”.

El presidente se dirige a Francisco:
-¿Qué respondes a los documentos que te acusan de ser “fascista”?
-Yo no soy “fascista” y nunca he militado en un partido político.
-Tenemos pruebas. En tu casa y en el despacho de la fábrica donde trabajas, hemos encontrado libros que dan cuenta de tus contactos con dos países fascistas.
-En mi casa y en los laboratorios de la fábrica, no habéis podido encontrar otra cosa sino libros de estudio. Como soy químico, estudiaba italiano y alemán, que son útiles en química. No tenía otra ambición sino perfeccionarme en mi profesión.
-Bueno. Acabemos ya. ¿Eres católico?
-¡Sí, claro que sí! ¡Soy católico!

Nuestro héroe pronuncia esas palabras con voz clara y serena. Su coraje e integridad provocan un movimiento indescriptible en la gran sala. Algunos gritan: “¡Inocente!, ¡libertad!, ¡perdón!”.
 

El acusador público pide la pena de muerte. Francisco escucha, con la mirada iluminada de gozo, como si le hubieran anunciado la gloria del cielo. Al concederle el presidente la palabra para defenderse, él responde:

-Si ser católico es un delito, acepto con mucho gusto ser delincuente, porque la mayor felicidad que pueda nadie alcanzar en esta vida, es morir por Cristo. Y si tuviera mil vidas, las entregaría todas por Él, sin dudarlo un instante. Así que os doy las gracias por la oportunidad que me dais de asegurar mi salvación eterna.

El veredicto no se hace esperar. Los condenados de aquel día son conducidos a un sótano lúgubre que sirve de calabozo municipal. Al entrar, Francisco lanza un vigoroso y vibrante: “¡Ánimo, hermanos!”, y luego entona el Himno de la Perseverancia de la obra de los Ejercicios parroquiales.

Cada uno expresaba con gritos su ira y desesperación, cuenta un condenado a muerte que será indultado antes de la ejecución; solamente Francisco estaba tranquilo. Nos decía: “-Venga, muchachos, lo que debemos hacer cada uno es prepararnos y recomendar nuestra alma a Dios.  Aún tenemos tiempo de despedirnos de la familia”.

Al atardecer del día 29 de septiembre, los seis condenados son conducidos en camión. Francisco entona el Credo, que todos retoman. A un miliciano que le abofetea para hacerle callar, él le contesta: “-Te perdono, porque no sabes lo que haces”. Los condenados siguen cantando: “Al tercer día resucitó. Creo en la Santa Iglesia Católica. ¡Creo en la vida eterna!”. Delante del cementerio, descienden del camión. Cerca de ellos se halla un grupo de curiosos, entre los cuales Francisco, sonriente y emocionado, reconoce a un amigo de su hermana Teresa. Intercambian un expresivo “adiós” con la mirada. Al final, entre dos filas de nichos, un pórtico da acceso a un pequeño espacio cerrado, teatro de las ejecuciones, donde en la actualidad existe un altar y una cruz de piedra. Frente al pelotón, Francisco grita:

-¡Un momento, por favor! ¡Os perdono a todos, y hasta la eternidad!

Con las manos unidas, la mirada al cielo y una oración en los labios, se planta ante los verdugos. Una voz ordena: “¡Fuego!”. Francisco lanza un último grito: “¡Viva Cristo Rey!”, y las detonaciones retumban. Poco después, el amigo de su hermana desciende a la fosa y se inclina: el joven corazón está aún latiendo. La cabeza, inclinada hacia la derecha, reposa en el suelo; los ojos están entreabiertos y el rostro expresa una dulzura angelical.
 
Una pequeña digresión para esta hora de división
A los cuatrocientos sacerdotes y al Obispo Novell


Como dijo esta semana nuestro señor Arzobispo de Toledo “los clérigos deben estar razonablemente callados y no emitir opiniones que van un poco más allá de la política”. Yo, que he vivido en Barcelona hasta los 16 años y que gracias a ello soy catalanoparlante, les pido que se preocupen de predicar el Evangelio y no de dividir.

Mi opinión me la reservo. No porque no la tenga, sino porque otros tienen otra. Pero cómo olvidar la profecía escrita por don Marcelo sobre nuestra Constitución Española


http://www.cardenaldonmarcelo.es/pastoral1.html

Así que despacio. Yo prefiero encomendarme a los santos y a los mártires que nos sacan los colores [a los obispos, sacerdotes y religiosos/as] con su puro modo de proceder según el Evangelio y el nuestro…
 

En la imponente fachada exterior del Monasterio de Montserrat, uno de los tres magníficos relieves de Joan Rebull que la adornan, el de la derecha, presenta la bella imagen del glorioso mártir y patrón de Cataluña, San Jorge. En torno a él, seis monjes de los veintitrés mártires montserratenses llevan en su mano la palma del martirio. Y todos juntos nos dicen, con letra color de sangre, las proféticas palabras del gran Torras y Bages: CATALUNYA SERÀ CRISTIANA, O NO SERÀ!

Hemos leído siempre con optimismo -escribía hace unos años Cesáreo Marítimo en Germinans- la clarividente profecía del santo obispo Torras i Bages… y nunca hemos contemplado la segunda parte de la profecía, porque ni siquiera se nos ha ocurrido jamás trabajar bajo esa hipótesis que con tanta claridad formula el santo obispo: la posibilidad de no ser de Cataluña.

Pongamos a María Santísima, a los santos y beatos de nuestra bendita tierra catalana, y por lo tanto española, las cuitas y necesidades tan imperiosas en esta hora. Y que rueguen por nosotros.

Nuestra Señora de Montserrat · Nuestra Señora de Nuria · Nuestra Señora de la Merced · Nuestra Señora de la Cinta · Nuestra Señora de la Academia · Santa María de Montealegre · Nuestra Señora de la Salud · Nuestra Señora del Collell...

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Rogad por nosotros y dadnos gobernantes generosos y entregados que se olviden de sí mismos por el bien de los hermanos.
 

[1] M. de TUYÁ, Profesores de Salamanca, Biblia comentada. Va Evangelios (Madrid, 1962)
[2] José Antonio ALDAMA, S.J. Homilías, Ciclo A  pág. 319 (Granada, 1995)
[3] Albino LUCIANI, Ilustrísimos señores pág.28 (Madrid, 1997).
[4] Inspirado en una oración de Hans Urs von Balthasar en Tú coronarás el año con tu gracia, pág. 233 (Madrid, 1997).
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