Viernes, 22 de noviembre de 2024

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El abandono confiado en el Estado providente

por Apolinar

"No es a ti a quien rechazan, es a mí, para que no reine sobre ellos (I Sam. 8, 7) Con estas palabras consuela Yavé al profeta Samuel, el último de los jueces, ante el reclamo del pueblo de Israel que pedía un rey que los gobernase, como tenían todas las naciones. Nuestra fe se ve tentada a desconfiar de nosotros mismos abandonados al amor providente de Dios para seguir a otros que prometan seguridad y prosperidad, por ejemplo, el Estado.

No discuto que el Estado sea necesario, vaya eso por delante. De hecho, si alguien se tomase la molestia de preguntarnos, vería para su sorpresa que sin coacción estaríamos también dispuestos a renunciar a parte de nuestros derechos y nuestros bienes, como de hecho hacemos hoy obligados por ley, para permitir la existencia de un Estado que promueva la ley y el orden. Pero de una posible renuncia resignada y dolorosa para que exista el Estado como instrumento orientado al desarrollo del bien común, hoy se vive la creencia, que en ocasiones roza la idolatría, de que el papel del Estado es también solucionar todos los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad.

Ante cualquier situación de crisis o problemática miramos confiados al Estado esperando que nos diga, que haga algo. Si el problema es el paro, no se espera del Estado que con los poderes coercitivos que detenta y que previamente nos ha quitado, facilite y no sea un impedimento para que todos nosotros seamos capaces de crear empleo. Le atribuimos al Estado la mismísima capacidad de crear empleo, más allá de la contratación de nuevos funcionarios. No buscamos a los posibles empleadores, grandes o pequeños, para que creen empleo. Miramos al Estado para que se saque de la chistera una política económica que obre el milagro. Y objetivamente el Estado solo sabe hacer una cosa en materia de política económica: gastar (cuando no malgastar) el dinero de los contribuyentes.

¿Nos sentimos más a gusto confiando en las promesas de nuestros gobernantes, no importa lo disparatadas que puedan ser, que asumiendo nuestras responsabilidades? Si esto es así, puede que a la "idolatría del Estado" se le pida aún más, que sea como un "dios" omnipotente que todo lo puede sin más limitación que su voluntad. Hoy la sociedad parece creer que al Estado le es posible darnos bienes y servicios sacados de la nada, sin que le cueste nada a nadie.  Abandonándose confiadamente en el Estado providente, esta irrealidad sería posible.

Los que están en el poder saben de estas creencias, y las alimentan para seguir extendiendo el intervencionismo estatal.

Algo a cambio de nada, o al menos que será uno el que se beneficie de la “magnanimidad” del Estado en detrimento del resto, es una idea muy sugestiva y, por tanto, difícil de desarraigar una vez que ha prendido. Pero si el conjunto de la sociedad llegase a comprender que no es posible para nadie, por mucho poder político que pueda tener, conseguir algo a cambio de nada, que cualquier gasto en que incurra el Estado es a costa de otros proyectos que no podrán realizarse; que los recursos limitados que absorbe el Estado salen de los bolsillos de los verdaderos emprendedores para ir hacía donde quiere el Estado (generalmente acompañado de ineficiencias y corrupción), los gobiernos democráticos tal y como los conocemos hoy se irían reduciendo progresivamente hasta quedar limitados a proteger la ley y el orden, bajo fuertes controles democráticos, y una división efectiva y eficaz de poderes.

La creencia en la omnipotencia y providencia del Estado está hoy tan fuertemente arraigada que, en general, podemos decir que la sociedad no ve un valor importante la libertad de los individuos y de sus asociaciones intermedias frente al Estado. La sociedad civil, como contrapoder frente al Estado y al mercado del que nos habla Benedicto XVI en su última encíclica “Caritas in Veritate”, se ve adormecida. Se prefiere la seguridad que promete el intervencionismo estatal omnipresente a asumir las responsabilidades de las decisiones que debe tomar cada uno para salir adelante. Esto es un caldo de cultivo perfecto para el triunfo de gobiernos populistas, dispuestos a prometer todo lo que una sociedad en graves dificultades desee oír, aunque claramente sea imposible.

Cristo vino a reinar en todos aquellos que creyeran en Él. Para eso también probará y purificará nuestra confianza “teórica” en la Divina Providencia, y un abandono confiado en el Estado puede que no sea la mejor respuesta. Igual probó y purificó al pueblo de Israel…, que acabó pidiéndole a Samuel que les nombrara un rey. Yavé accedió a su reclamo pero le dijo a Samuel que les advirtiera de lo que realmente les traería ese rey. Y, así, Samuel comunicó las advertencias de Yavé diciendo:

Este será el derecho del rey que reinará sobre vosotros. Tomará a vuestros hijos, los destinará a sus carros de guerra y a su caballería, y ellos correrán delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y de cincuenta hombres, y les hará cultivar sus campos, recoger sus cosechas, y fabricar sus armas de guerra y los arneses de sus carros. Tomará a vuestras hijas como perfumistas, cocineras y panaderas. Os quitará los mejores campos, viñedos y olivares, para dárselos a sus servidores. Exigirá el diezmo de los sembrados y las viñas, para entregarlo a sus eunucos y a sus servidores. Os quitará vuestros mejores esclavos, bueyes y asnos, para emplearlos en sus propios trabajos. Exigirá el diezmo de los rebaños, y vosotros mismos seréis sus esclavos. Entonces, clamaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero aquel día Yavé no os responderá (I Sam. 8, 1118)

 

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