Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
2º domingo de Cuaresma
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… E invoca con fe y amor al Espíritu Santo… La contemplación de Jesús no es posible si no es “en el Espíritu Santo”. En la contemplación nosotros somos transformados en Cristo. Lo creo…, lo deseo…, lo quiero…
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -“Levantaos, no temáis”.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”
Contemplar…, y Vivir…
Composición de lugar: un monte alto; solo con tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan; Jesús se transfiguró; Moisés y Elías conversando con Jesús… Aquí, calladamente y despacio, hay mucho que ver y oír… Como puedas, sitúate tú también junto a ellos, mira admira, contempla… ¿Te das cuenta de algo? ¿Percibes lo que allí pasa?...
El monte alto -el Tabor- es y significa el lugar de la cercanía de Dios. Es el lugar de la oración y de la contemplación, donde se está en la presencia del Señor, conversando con Él, como tú ahora, ¿qué haces, si no? Mira, contempla…, habla con Jesús, tal vez… En tu interior, ¿no pasa nada? Mira y contempla…
vY de pronto…, Jesús se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
La transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, adhiere con su voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: Él es Dios, Luz de Luz. Si perseveras, la contemplación te irá transfigurando. ¿Crees esto?...
El rostro de Jesús brillaba como el sol y el vestido se vuelve blanco y resplandeciente: según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un momento, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación. A esa luz, la Palabra (Jesús) y todas las Palabras de la Santa Escritura (Moisés y Elías, son figura de la Ley y de los Profetas), se volvían claras, transparentes y luminosas (san Máximo el Confesor). Ahora Jesús es comprensible: es hombre y al mismo tiempo Dios, el Hijo de Dios; y la Escritura también: habla de Dios y de Él, y del hombre que por Amor quieren salvar para el Amor y la Vida Eterna. Todo eso está pasando también ahora, ¿Caigo en la cuenta? ¿Qué percibo en mi interior? ¿Nada? ¿Seguro? Contempla despacio el Misterio… ¡Maravilloso!
vNo lo olvides: se transfiguró delante de ellos…, es decir, de Pedro, Santiago y Juan: ¡Y ahora también delante de mí!? ¿No me lo acabo de creer?... Atento a esto, que es también para ti: Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno griego: “En el monte te transfiguraste y tu discípulos, en la medida de su capacidad, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente el esplendor del, Padre”. Está claro, la transfiguración es anticipo de la resurrección, pero ésta presupone la muerte. Para Jesús y para nosotros también. ¡Qué certeza! ¡Qué animo! ¡Qué esperanza! ¿Siento yo algo de eso? ¿De verdad? Los tres discípulos sí que lo sintieron: esto y más, estaban gozando; fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: “Señor, ¡qué hermoso es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Ya ves: está Pedro tan metido en lo que ve, tan absorto y con una consolación interior tan grande, tan en la contemplación (¡ojalá pudiéramos nosotros estar algo así, un poquito nada más, en nuestra contemplación y en el encuentro con Jesús), tanto que se olvida de sí y de sus compañeros. Había entendido todo. Le importaba solo Jesús. Y con Él pasar lo que fuere. ¡Qué gracia inmensa sería esa! Puede sucederme ahora mismo a ti…Puedes repetir: ¡Transfigúrame, Señor!
vHay más sorpresas: la nube luminosa que les envuelve (signo claro de que Dios está Presente y les arropa con su abrazo amoroso); y todavía más, su voz se oye: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”. Clara ratificación del Padre para todos por si fuese necesario: Este es mi Hijo… Éste, ningún otro. Es por excelencia y sobre todo, el amado por mí como Hijo único… En el que realmente me complazco… En el que se recrea mi amor y mi gozo. Así lo afirmó también en el bautismo en el Jordán, pero aquí añade algo significativo y de forma imperativa: Escuchadlo. Es decir, no podéis prescindir de Jesús y de su enseñanza. Os va en ello la vida. Escuchar la voz de Jesús es el alimento espiritual necesario para vivir y morir, porque Él es la plenitud de todo: la Verdad, la Resurrección y la Vida. Escuchadlo es igual a seguirlo, conocerle y amarle. Lo que Jesús vivió es lo que yo estoy llamado a vivir; lo que él fue, es lo que yo estoy llamado a ser. ¿Me doy cuenta mejor de lo que Jesús es para mí? Me lo dice Dios mi Padre y Él, con toda seguridad, ni me engaña ni me defrauda. Escucho y re-escucho estas palabras de Dios y las degusto internamente una a una, poco a poco, un día y otro día. ¿Me animo? Encontrarás un gozo indefinido e indefinible, el de Dios dentro de tu corazón. ¡Que la alegría del Señor sea tu fortaleza!
vJesús aquí habla poco. Después de lo vivido, dice tan solo un par de frases estimulantes, dirigidas a sus tres amigos, que ya en ese momento estaban llenos de espanto: Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levantaos, no temáis”. Jesús se acerca y les toca: signo de amistad íntima y cercana. Así es siempre Jesús, ahora mismo también contigo. Pero además, les invita a levantarse, o sea, a tomar conciencia de que cuanto han vivido y oído es verdad, no un sueño. No hay nada que temer. Estoy aquí con vosotros. Todo es regalo y revelación de Dios que os quiere. La unión con Jesús elimina todo miedo. ¡No lo debo olvidar nunca! ¿Por qué no hago ahora la prueba?
vEn fin, bajando del monte, Jesús les mandó:“No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Jesús impone silencio. De lo visto, oído y vivido, no hay que hablar hasta que no haya acontecido la Pascua, sentido último de la transfiguración. Ahora, a ti también el Señor te pide silencio para acoger y asimilar, la contemplación del misterio de la transfiguración. Este tipo de gracias hay que acunarlas largamente en el corazón para que vayan pasando poco a poco a la vida, a través de muertes y resurrecciones que las harán comprensibles y verdaderas.
Para terminar: ¿Qué ha resonado más en mi interior? ¿Cómo? Intenta recoger los ecos para identificarlos bien y dar gracias al Señor. Al tiempo que te haces disponible a la presencia y acción del Señor, para que en ti se vaya realizando la transfiguración interior, queriendo consentir en ella: ahora, hoy y a lo largo de la semana. Así puedes vivir esta semana de cuaresma. “Padre bueno, que mi corazón esté siempre lleno de la luz y de la belleza de tu Hijo y mis obras rebosen de amor a los demás”.
2º domingo de Cuaresma
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… E invoca con fe y amor al Espíritu Santo… La contemplación de Jesús no es posible si no es “en el Espíritu Santo”. En la contemplación nosotros somos transformados en Cristo. Lo creo…, lo deseo…, lo quiero…
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -“Levantaos, no temáis”.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”
Contemplar…, y Vivir…
Composición de lugar: un monte alto; solo con tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan; Jesús se transfiguró; Moisés y Elías conversando con Jesús… Aquí, calladamente y despacio, hay mucho que ver y oír… Como puedas, sitúate tú también junto a ellos, mira admira, contempla… ¿Te das cuenta de algo? ¿Percibes lo que allí pasa?...
El monte alto -el Tabor- es y significa el lugar de la cercanía de Dios. Es el lugar de la oración y de la contemplación, donde se está en la presencia del Señor, conversando con Él, como tú ahora, ¿qué haces, si no? Mira, contempla…, habla con Jesús, tal vez… En tu interior, ¿no pasa nada? Mira y contempla…
vY de pronto…, Jesús se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
La transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, adhiere con su voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: Él es Dios, Luz de Luz. Si perseveras, la contemplación te irá transfigurando. ¿Crees esto?...
El rostro de Jesús brillaba como el sol y el vestido se vuelve blanco y resplandeciente: según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un momento, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación. A esa luz, la Palabra (Jesús) y todas las Palabras de la Santa Escritura (Moisés y Elías, son figura de la Ley y de los Profetas), se volvían claras, transparentes y luminosas (san Máximo el Confesor). Ahora Jesús es comprensible: es hombre y al mismo tiempo Dios, el Hijo de Dios; y la Escritura también: habla de Dios y de Él, y del hombre que por Amor quieren salvar para el Amor y la Vida Eterna. Todo eso está pasando también ahora, ¿Caigo en la cuenta? ¿Qué percibo en mi interior? ¿Nada? ¿Seguro? Contempla despacio el Misterio… ¡Maravilloso!
vNo lo olvides: se transfiguró delante de ellos…, es decir, de Pedro, Santiago y Juan: ¡Y ahora también delante de mí!? ¿No me lo acabo de creer?... Atento a esto, que es también para ti: Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno griego: “En el monte te transfiguraste y tu discípulos, en la medida de su capacidad, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderamente el esplendor del, Padre”. Está claro, la transfiguración es anticipo de la resurrección, pero ésta presupone la muerte. Para Jesús y para nosotros también. ¡Qué certeza! ¡Qué animo! ¡Qué esperanza! ¿Siento yo algo de eso? ¿De verdad? Los tres discípulos sí que lo sintieron: esto y más, estaban gozando; fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: “Señor, ¡qué hermoso es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Ya ves: está Pedro tan metido en lo que ve, tan absorto y con una consolación interior tan grande, tan en la contemplación (¡ojalá pudiéramos nosotros estar algo así, un poquito nada más, en nuestra contemplación y en el encuentro con Jesús), tanto que se olvida de sí y de sus compañeros. Había entendido todo. Le importaba solo Jesús. Y con Él pasar lo que fuere. ¡Qué gracia inmensa sería esa! Puede sucederme ahora mismo a ti…Puedes repetir: ¡Transfigúrame, Señor!
vHay más sorpresas: la nube luminosa que les envuelve (signo claro de que Dios está Presente y les arropa con su abrazo amoroso); y todavía más, su voz se oye: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”. Clara ratificación del Padre para todos por si fuese necesario: Este es mi Hijo… Éste, ningún otro. Es por excelencia y sobre todo, el amado por mí como Hijo único… En el que realmente me complazco… En el que se recrea mi amor y mi gozo. Así lo afirmó también en el bautismo en el Jordán, pero aquí añade algo significativo y de forma imperativa: Escuchadlo. Es decir, no podéis prescindir de Jesús y de su enseñanza. Os va en ello la vida. Escuchar la voz de Jesús es el alimento espiritual necesario para vivir y morir, porque Él es la plenitud de todo: la Verdad, la Resurrección y la Vida. Escuchadlo es igual a seguirlo, conocerle y amarle. Lo que Jesús vivió es lo que yo estoy llamado a vivir; lo que él fue, es lo que yo estoy llamado a ser. ¿Me doy cuenta mejor de lo que Jesús es para mí? Me lo dice Dios mi Padre y Él, con toda seguridad, ni me engaña ni me defrauda. Escucho y re-escucho estas palabras de Dios y las degusto internamente una a una, poco a poco, un día y otro día. ¿Me animo? Encontrarás un gozo indefinido e indefinible, el de Dios dentro de tu corazón. ¡Que la alegría del Señor sea tu fortaleza!
vJesús aquí habla poco. Después de lo vivido, dice tan solo un par de frases estimulantes, dirigidas a sus tres amigos, que ya en ese momento estaban llenos de espanto: Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levantaos, no temáis”. Jesús se acerca y les toca: signo de amistad íntima y cercana. Así es siempre Jesús, ahora mismo también contigo. Pero además, les invita a levantarse, o sea, a tomar conciencia de que cuanto han vivido y oído es verdad, no un sueño. No hay nada que temer. Estoy aquí con vosotros. Todo es regalo y revelación de Dios que os quiere. La unión con Jesús elimina todo miedo. ¡No lo debo olvidar nunca! ¿Por qué no hago ahora la prueba?
vEn fin, bajando del monte, Jesús les mandó:“No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Jesús impone silencio. De lo visto, oído y vivido, no hay que hablar hasta que no haya acontecido la Pascua, sentido último de la transfiguración. Ahora, a ti también el Señor te pide silencio para acoger y asimilar, la contemplación del misterio de la transfiguración. Este tipo de gracias hay que acunarlas largamente en el corazón para que vayan pasando poco a poco a la vida, a través de muertes y resurrecciones que las harán comprensibles y verdaderas.
Para terminar: ¿Qué ha resonado más en mi interior? ¿Cómo? Intenta recoger los ecos para identificarlos bien y dar gracias al Señor. Al tiempo que te haces disponible a la presencia y acción del Señor, para que en ti se vaya realizando la transfiguración interior, queriendo consentir en ella: ahora, hoy y a lo largo de la semana. Así puedes vivir esta semana de cuaresma. “Padre bueno, que mi corazón esté siempre lleno de la luz y de la belleza de tu Hijo y mis obras rebosen de amor a los demás”.
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