Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
 
6º Domingo del Tiempo Ordinario
 
Para empezar: Con mucha confianza y no poca humildad, retírate y recógete para estar un buen rato con el Señor: escucha y contempla sus palabras…, consciente de que son espíritu y vida…, para ti, ahora y aquí… Y lo necesitas. Espíritu Santo, ven, y aviva mi corazón con el fuego de tu amor…
 
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 5,17-37
 
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano será procesado.
Habéis oído el mandamiento: «No cometerás adulterio». Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus juramentos al Señor». Pero yo os digo que no juréis en absoluto.
Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí, viene del Maligno”

Contemplar…, y Vivir…
 
Una larga parte del Sermón del monte, Jesús. como nuevo Moisés, la dedica a proclamar la nueva Ley, su Ley, la Torá, que llaman nuestros hermanos judíos. De hecho, se esperaba que el Mesías, revelara también la nueva Ley. Jesús no venía a abolir la Ley antigua, -los mandatos y preceptos dados por Dios a su pueblo a través de Moisés-, sino, como el mismo dice, a darla cumplimiento, a llevarla a plenitud. (Tomamos la forma breve del Evangelio de  hoy, que también propone el Leccionario).
<>Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Es el momento de contemplar a Jesús atentamente, cómo enseña a sus discípulos, a ti y a mí también, a vivir la Ley: esto le importa mucho, pues sabe cuánto y cómo están aferrados a la Ley; y a Jesús le importa sobre todo el nuevo modo de vivirla. Esta es la cuestión. Un modo más auténtico, pues Jesús ha venido a dar plenitud a la Ley. Escucha atentamente a Jesús, no pierdas ninguna de sus palabras.
Lo primero que hace Jesús aquí, es invitar a los suyos a una justicia mayor que la de los escribas y fariseos. La justicia de estos consiste en un exacto y preciso cumplimiento de la letra de la Ley, por eso se limitan a realizar lo que está mandado y evitar lo prohibido. ¿Acaso está mal? No. Pero los discípulos de Jesús, los que participan del reino, han de ir más allá, mucho más allá: su justicia tiene que ser superior. ¿Qué significa esto? Que su justicia tiene que ser la que Jesús vive. ¿Y esta cuál es? Vivir en una actitud de amor, de pobreza, de servicio, animados siempre por el Espíritu de Dios, y desde ahí, obrar consecuentemente de cara a Dios y a cada persona, en cada decisión y en cada momento aunque sea difícil. “Por eso, -decía Benedicto XVI-, todo precepto se convierte en verdadero como exigencia del amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. ´La plenitud de la ley es el amor´, escribe san Pablo (Rom 13,10)”. Y ahora me pregunto, ¿cuál es mi actitud ante la ley del Señor? ¿Vivo sus mandatos desde el amor, por amor, con amor? Si no es así, mi cumplimiento está vacío, vivo según la letra y el temor y soy esclavo de ellos. Vivo según la ley, pero no según el Espíritu, la verdad y la libertad de los hijos de Dios. ¿Entiendo ahora por qué la letra mata y el espíritu vivifica? ¡Es urgente acoger esta enseñanza básica de Jesús!
<>Habéis oído…, y señala tres mandamientos antiguos: “No matar”, “no adulterar”, “no jurar en falso”… Pero yo os digo…, tres veces también, es decir, tres antítesis para indicar fuertemente su modo de proponer de nuevo aquellos mandatos. Es evidente que este modo de hablar impresiona fuertemente a la gente, porque ese “Yo” equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. ¡Y así era! Es más, ese “Yo” explicita su experiencia interior, hecha de comunión plena con el Padre del amor y de la misericordia, con su voluntad y querer amorosos. ¡Jesús sabía bien lo que hacía y decía, y cómo, ahora sí, la Ley llegaba a su plenitud, que era Él y su Amor al Padre y a los hermanos.
He de saberlo y pensármelo bien ante Jesús: desde esta riqueza interior, Jesús ha llevado nuestra vida humana a su plena realización: el amor confiado al Padre y el amor a todos, incluso a los enemigos y a quienes te hacen daño. ¿Cómo no quererlo, desearlo y abrazarlo en la práctica concreta del día a día y en toda relación? Pido ahora a Jesús esta gracia grande e importante. Sin él no se puede.
Está claro, la novedad de la Ley de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho de que Él mismo “llena” los mandamientos con el amor de Dios y con el poder del Espíritu; y nosotros, apoyados por la fe en Él, y abiertos y animados por el mismo Espíritu, somos también capaces de vivir el amor divino; de vivirlo todo, también la Ley, desde ese amor divino. Por eso Jesús va más allá en su enseñanza para nosotros sus discípulos: no basta “no matar”, es necesario ir más allá: no pelearse y ni siquiera permitirse el insulto, ni pensar mal del otro y menos la crítica del chismorreo, que tanto daño hace y nos hace; no basta “no cometer adulterio”, ¡por supuesto!, es necesario ir más allá: no desear ni siquiera interiormente la mujer del otro, o cualquier mujer, u hombre, y arrancar del corazón todo deseo contrario al amor casto y bueno que debemos a los demás, y que limpia nuestro corazón de inmundicias que lo pudren; no basta “no jurar”, es necesario ir más allá: vivir en conformidad a la bondad y a la justicia de Dios, y decir siempre la verdad sin recurrir al juramento para asegurarlo…Y así con todos los mandamientos de Dios y de la Iglesia. ¿Son así mis actitudes y comportamientos? ¿Qué me lo facilita? ¿O qué me lo impide? Lo converso y lo comparto con Jesús… ¡Y le escucho!  
No basta con conocer lo que está mandado y prohibido, para obrar con coherencia y así quedarme tranquilo. Eso es un mínimo ético, el cristiano vive todo desde Jesús y como Él para gloria del Padre y el bien de los demás, desde la clave del amor siempre mayor. La ley, aunque buena y necesaria, es siempre el indicador del camino, que no el camino. Este es Jesús, la fuerza para recorrerlo, es el amor del Espíritu Santo en nosotros, hasta llegar a la meta, que es la Verdad y la Vida, la Gracia, la Santidad, la Eternidad: Dios.  Si me quedo admirando el indicador, no recorreré nunca el camino. Estaré contento, pero no satisfecho, no seré feliz. No habré hecho lo que tenía que hacer.
<>Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí, viene del Maligno.
Con una sobria pero clara y contundente afirmación, o dos, mejor dicho, Jesús concluye sus tres enseñanzas contempladas. La afirmación de Jesús es bien conocida y se refiere sobre todo al juramento, que es el tema más tratado en este contexto. ¿Qué me enseña Jesús con estas palabras? Sencillamente esto: entre cristianos la sinceridad ha de ser tal, que haga inútil todo juramento; no hay cabida a la desconfianza en la palabra humana del cristiano, porque esta, como la de Jesús, ha de ser siempre genuina e inconfundible, pues parte siempre de la voluntad del Padre y del amor fraterno. ¿Cómo es mi sinceridad? ¿Cómo son mis palabras? ¿Se parecen a las de Jesús? ¿En qué medida? ¿Tendré que hacer correcciones? Es que si no tengo sinceridad, caigo fácilmente en la doblez y el engaño, y eso, como dice Jesús, es propio del Maligno, padre de la mentira.
 
Para terminar: ¿Qué es lo que más me ha tocado el corazón, lo que más me ha llegado o ha dejado interrogantes en mí? He de compartirlo con el Señor, lleno de confianza en Él y con el deseo de asumirlo y mejorarlo. Y doy gracias al Señor de todo corazón… En definitiva, ¿he sacado algún provecho de la enseñanza de Jesús? ¿Cuál o cuáles? Le pido fortaleza para llevarlo a cabo en mi día a día.
Durante la semana: Presta un poco más de atención a tus relaciones sociales y espirituales, y refuerza las más frágiles o debilitadas. ¡Pero con mucha confianza en el Señor!
 
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