Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y vivir el Evangelio del día
 
4º domingo del Tiempo Ordinario
 
Para empezar: retirado, ponte a orar y contemplar en recogimiento y silencio… Invoca mucho al Espíritu…: Te necesito, ven en mi ayuda, sé mi luz y fortaleza… Oriéntame desde la Palabra de Jesús… Sé que es para mí…¡Pero sé quién soy, y lo qué puedo...!
 
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 5,112
 
Al ver Jesús al gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
“Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados lo mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados lo que lloran por ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, por ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
 
Contemplar…, y Vivir…
 
<>Al ver Jesús al gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
--La escena es maravillosa, contémplala despacio: entre el gentío que ve Jesús estás tú…, acoge esa mirada… Sus discípulos se acercan a Él, haz tú lo mismo, sitúate lo más cerca posible de Él para oír bien lo que dice y cómo lo dice: no puedes perderte ni una palabra ni un gesto de Jesús. Lo que quiere decirte es demasiado importante: las bienaventuranzas o dónde se encuentra la verdadera dicha, la tuya también ahora… Jesús está sobre el monte, se sentó, abrió su boca y empezó a enseñar: toda una serie de elementos significativos: ¡no te los pierdas! Esto nos recuerda otro monte, en el que Moisés recibió los Mandamientos. Aquí y ahora, como otro Moisés, Jesús va a pronunciar un sermón programático: la Nueva Ley o el programa de vida para el nuevo pueblo de Dios: somos nosotros, hoy. Jesús explica claramente quienes son los verdaderos miembros del reino de Dios que Él ha venido a instaurar, quienes son los que están de verdad en comunión con el Dios de la Vida, del Amor, de la Paz, de la Justicia, de la Misericordia, del Perdón. Dicho de otro modo, con el sermón que ahora empieza, Jesús responde claramente a esta pregunta: ¿quiénes son y cómo se conoce a un discípulo de Cristo? Contempla…, mira…, escucha…, a Jesús y al gentío… ¿Qué me dice o sugiere todo eso a mí? ¿Me siento implicado en primera persona?
<>Bienaventurados: los pobres en el espíritu…, los mansos…, los que lloran…, los hambrientos y sedientos de justicia…, los misericordiosos…, los limpios de corazón…, los que trabajan por la paz…, los perseguidos por causa de la justicia…, los insultados, perseguidos y calumniados por mi causa…
--Las bienaventuranzas son el prólogo o la introducción del largo sermón del monte; la carta magna del cristianismo y compendio del Evangelio; nos dan el espíritu verdadero del ser y vivir como discípulo misionero de Jesús y miembro del reino que ha venido a instaurar. Es algo que hay que ir asimilando poco a poco. Su contenido es simple e incluso atractivo; pero es difícil hacerlo realmente nuestro hasta encarnarlo y vivirlo como Jesús lo vivió. Con su gracia, hemos de intentarlo cada día. La contemplación nos ayuda mucho a ello. Leo despacio cada una de las bienaventuranzas y las dejo resonar en lo hondo de mi corazón… ¿Qué siento? ¿Me dicen algo para mí?
--Ante todo, las bienaventuranzas identifican a Jesús, nos dan el retrato interno de su corazón, nos le dan a conocer, son su autobiografía: Él es el pobre, el manso, etc., por excelencia. Es el momento de mirarle atentamente y escuchar cada una de esas palabras de Jesús, cómo las dice al gentío, y me las dice a mí directamente. Dejo caer sus palabras en mi corazón como tierra buena que acoge el buen grano… Y le pido no poner obstáculos para que germinen dentro de mí, crezcan y produzcan muchos fruto, el fruto deseado por Él…, que su reino se desarrolle en mí y a través de mí… ¿Qué siento cuando esas palabras caen dentro de mí como lluvia mansa? ¿Me empapan? ¿O hacen mucho ruido en mi interior…? ¿Me inquietan o por el contrario me dan paz, amor: la pobreza en el espíritu, la mansedumbre, el hambre y sed de la justicia…?
<>Bienaventurados… Es la palabra primera y nueve veces repetida en el texto por Jesús, en cada una de las bienaventuranzas. ¿Por qué será? ¿Qué quiere decirme Jesús con esa palabra repetida? Él conoce el corazón humano y sabe que en él anidan grandes deseos de felicidad, siempre buscada y nunca alcanzada. Pues bien, Jesús desea que caiga bien en la cuenta y nunca olvide, que Él quiere y busca, ante todo, que seamos dichosos, felices; él no busca amargarnos la vida o hacérnosla insoportable, todo lo contrario. Y que Él y su Reino son y nos dan la felicidad; una felicidad verdadera, extraordinaria, descrita en los términos de pobres, sufridos, mansos, justos, misericordiosos, inocentes, creadores de paz y perseguidos injustamente. Eso fue Él, y nosotros poco a poco y con su gracia de configuración con Él, recibida en el Bautismo, nos va llevando a encarnar en nuestra vida cristiana esas mismas bienaventuranzas. Como para Jesús, su vivencia es signo de nuestra identidad cristiana.  
--Como ves, Jesús cambia, más aún transforma el sentido de felicidad o bienaventuranza; nada tiene que ver con el tener, el poder, el placer, que tanto acentúa nuestra sociedad actual y constantemente nos defrauda.   Sucede que Jesús ha traído al mundo con Él, una Nueva Felicidad Interior que no conocíamos antes; una Felicidad que da plenitud al ser humano aquí en la tierra, y después eternamente. Lo nuestro, lo cristiano, es ir creciendo en las mismas actitudes de Jesús, en sus criterios y valores, en su mismo amor extremo, por el camino de las bienaventuranzas. ¡Claro!: a Él le llevaron a la cruz, a nosotros, también. ¿Acaso una Felicidad suprema se obtiene sin Cruz?
De algún modo, en mi vida cotidiana, ¿me voy identificando con las bienaventuranzas? La felicidad que voy buscando, ¿tiene algo que ver con esta dicha? ¿Con la misma Felicidad que es Jesús? ¿O yo también soy de los que huye de esa Felicidad?
<>Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
Así concluye Jesús las bienaventuranzas. Con una invitación al gozo constante e intenso: Alegraos y regocijaos. ¡Ya ves!, de aguafiestas nada de nada. Y la razón, gratísima: una recompensa no solo de cielo, sino de Grandeza Divina en Amor Eterno: Comunión de Vida y Amor en los Tres y con los Tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Casi nada! ¿Puedo tener un estímulo y una recompensa mayores? ¿Puede alguien pagarme más y mejor? ¿Te animas a pedir y desear, ya ahora, la alegría y el regocijo que brotan de las bienaventuranzas, Felicidad de felicidades? ¿O todavía no te lo creo? ¿A qué esperas!
 
Para terminar: Recoge algo de lo mucho que te puede haber dejado la contemplación y háblalo despacio con el Señor. No solo en este momento, sino también en otros y a lo largo de la semana. Te hará madurar, crecer y dar fruto sin que lo pretendas: aumentará tu amor verdadero; sin que lo sientas, pero lo deseas y lo quieres. ¿O no? ¡Mucha acción de gracias, no olvides!
 
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