Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
 
A-3er domingo del Tiempo Ordinario
 
Para empezar: Me retiro y me dispongo a querer estar en la Presencia del Señor… Invoco al Espíritu Santo… Atento: el Señor se puede presentar a través de su Palabra y su contemplación… Él no falla.
 
Leer despacio el texto del Evangelio: 4,12-23
 
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
-“Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
-“Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes, con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

 
Contemplar…, y Vivir…
 
Jesús comienza su ministerio en Galilea: lo hace estableciéndose en Cafarnaún, la ciudad amable según la etimología, junto al lago o mar de Tiberíades. Es una ciudad abierta y populosa por el trasiego comercial y el cruce de caminos importantes. Ahí se instala Jesús, y ahí empieza su misión. Este es el marco concreto o la composición de lugar en que hemos de meternos para contemplar a Jesús: verle, oír sus palabras, observar con atención sus gestos… Aprender a vivir… E intentar sacar algún provecho...
<>Un lugar. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago […], Galilea de los gentiles.
¡Qué extraño! Jesús inaugura su ministerio aquí y no en Jerusalén, centro y corazón religioso del judaísmo. ¿Por qué será? Ante todo, cumple así la profecía de Isaías, (1ª lectura de la misa de hoy). Lo importante es que Jesús da inicio a su ministerio en la periferia, en un pueblo que vivía inmerso en la ignorancia de Dios y en la esclavitud de sus propias tinieblas paganas y materialistas: Galilea de los gentiles, dice el texto. Esto, ¿no estará ya significando algo importante? Hoy, ¿no tiene este hecho algo o mucho que sugerirnos? Ya desde el primer momento, Jesús y su mensaje no es solo para la Judea fiel, o por lo menos religiosa, sino ante todo para los gentiles, es decir, para nosotros. ¡Qué regalo inmerecido! ¿Lo valoro así? ¿Lo agradezco o no me dice nada? ¿Lo he acogido ya en mi corazón y en mi vida? Es más, hoy como entonces, nuestros ambientes sociales y humanos están también llenos de tinieblas: egoísmos, rechazos, violencias, infidelidades, dominio, orgullo prepotente… ¿Acaso no necesitamos a Jesús y su mensaje? A mí personalmente, ¿de verdad que me da igual, que no lo necesito? ¿Cuáles son las tinieblas de mi alma que necesitan ser identificadas e iluminadas por el que es la Luz? ¿Cuáles son mis mundanidades? ¡Sobre todo que debo ser luz en esos ambientes oscuros que me rodean!
<>Un mensaje. “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Esta simple frase formula la experiencia cristiana más profunda. ¿Es la mía? El centro del mensaje de Jesús es Dios. Jesús anuncia que Dios, por su amor inmenso y misericordioso, viene a reinar en cada persona y en cada pueblo con su reino de confianza, de libertad, de vida, de amor. Contempla y escucha bien a Jesús, no pierdas palabra. ¡Necesito este Dios! ¡Necesito este reino instaurado en mi corazón! No me quita nada y me da todo: me hace hijo y hermano; me hace hombre, me hace santo. ¿Seré capaz de hacer mío su anuncio? Sí, con su gracia… Es para mí…
Además, Jesús nos hace esta llamada siempre decisiva y cotidiana: convertíos, y esto significa, que hay que abrirle el corazón, volverse a Él, acoger su Espíritu de amor, de paz, de confianza, de alegría. No olvides: en la raíz está el don gratuito y amoroso de Dios que pide la respuesta de nuestra acogida, de toda nuestra manera de vivir. O sea, que no es pura decisión voluntarista personal.
¿Quieres ahondar un poco más en esta llamada-mensaje?
La conversión contiene un doble movimiento: de salida y de acercamiento. Salir de uno mismo, de su propio amor, querer e intereses… Salir de los entresijos personales y sociales para entrar de lleno en el ámbito y cercanía de Dios. ¿Acaso no lo necesito? Es más, la conversión es tarea permanente, porque el acercamiento a Dios debe ser progresivo y constante: día a día. La conversión exige cambio de actitudes interiores, perfeccionar nuestros comportamientos y elevar nuestro corazón a Dios y a los hermanos. ¿No lo necesito? La conversión también exige extender las manos a nuestros enemigos, a los pobres, a los sin techo, al extranjero o migrante, a los hambrientos…; extender las manos a todo el que me la tienda a mí y también al que no me la tienda, claro… ¡Ya ves: la conversión pide estar siempre en actitud de salida y de acercamiento! Y esto es muy saludable y santificador: me hace amar más y más no de palabra, sino de verdad. Pido al Señor que me disponga a ello y me fortalezca para ello.
<>La llamada. Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres, dijo a Pedro y a su hermano Andrés, que estaban pescando en el lago. Y lo mismo a Santiago y Juan, otros dos hermanos, también pescadores, los llamó igualmente. No los conocía. Ellos tampoco a Él. Pero no le preguntaron quién eres, qué haces, qué has hecho, que piensas hacer… Muéstranos tus credenciales de seguridad de presente y de futuro… Nada de nada. Y sin embargo: Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo sería esa invitación de Jesús? Lo cierto es que sus palabras impactaron a aquellos sencillos pescadores. Fueron los primeros convertidos de Jesús. Como alguien dijo: “Salieron del mar para entrar en el océano del mundo. Salieron de sus redes para rescatar a los que estaban atrapados por las redes del mal. Lo dejaron todo y le siguieron. Respondieron a la llamada con prontitud y sin condiciones. No discutieron ni buscaron excusas o explicaciones”.
Contempla la escena y escucha atentamente. ¿Qué tiene su mirada?... ¿Cómo reacciono yo cuando el Señor me mira así y me pide algo? “Espera… Lo pensaré… Es que mi trabajo, mi familia, mi casa, mis cosas”. Cristo llama hoy como llamó ayer. ¡A todos! ¡A seguirle con misiones diferentes! ¡Y llama cada día! ¡Ahora a mí! ¿Qué estoy haciendo? Nadie ha dicho que esto sea fácil pero sí, que es posible; porque para Dios que está en mí todo es posible. Él cuenta conmigo, ¿y yo con Él?
<>Unos signos. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Con todos estos signos concretos y tan reconfortantes, Jesús confirma su presencia como Mesías prometido, su autenticidad, el reino de los cielos que viene a instaurar de parte de Dios, etc. Lo hizo a lo largo de su corta e intensa vida, con todo su corazón, con toda su entrega. Lo hizo acompañado de sus discípulos, como colaboradores suyos. A ellos también transmitió sus poderes, y los envió al mundo entero para proclamar el Evangelio, realizado sus mismos signos. Y prometiéndoles estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Desde entonces hasta nuestros días, su Comunidad, la Iglesia, cada uno de nosotros y todos en comunión, estamos llamados a lo mismo. Nuestro entorno, nuestro mundo, tiene que oír aquella Buena Nueva, ver esos signos, que tanto bien hará a unos y otros, y que gritan por sí mismos: aquí está Dios, aquí está Jesús; y caerán en la cuenta que en esta tierra de sombras, oscuridades y límites, ha brillado una luz: se llama Jesucristo, es el Salvador y la Salvación.
¿Qué estoy dispuesto a hacer yo? ¿O qué estoy dispuesto a hacer como discípulo misionero?
 
Para terminar:
Es bueno concluir recogiendo algunos de los sentimientos o sugerencias que he podido sentir dentro de mí. Y conversarlas despacio con el Señor. Pedirle luz…; deseo de escuchar sus llamadas…; capacidad de generosidad para darle respuesta, etc.
Durante la semana: “vuélvete a Dios”, busca aquello que te tapa la luz del Evangelio y dale la espalda, e intenta estar interiormente disponible a la Presencia y las llamadas del Señor… Padre nuestro que…
 
 


 
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