Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
del día
Santa María, Madre de Dios
Para empezar: Me retiro, me recojo y…, ante Jesús, María y José, empiezo a mirarlos despacito uno a uno…, y me dejo mirar por ellos…
Leer despacio el Evangelio: Lucas 2,16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Contemplar…, y Vivir…
Es domingo, es la fiesta de santa María, Madre de Dios y es la Jornada mundial de la Paz. Es Año Nuevo, además. Éste es el ámbito espiritual que nos envuelve, el aire nuevo que hoy respiramos. Todo es gracia. Y es compromiso. ¡No lo podemos olvidar!
La escena evangélica es vivaz, llena de movimiento y de alegría, de anuncio y de paz. Quiera Dios que sea así, ahora, nuestra contemplación, Y siempre en el año que empieza.
<>La escena: María, José y el niño acostado en el pesebre. Así de simple. Míralos bien y despacito… Seguro: en las cosas simples y pequeñas está Dios. Esa es su grandeza: la pequeñez, la humildad y la pobreza ¿Me percato de ello? ¿Qué me dicen o sugieren? Lo tomo muy en cuenta.
<>Los pastores llegan corriendo. ¿Por qué? Y les contaron lo que les habían dicho (los ángeles, Dios, claro está) de aquel niño. Ese apresurarse de los pastores es muy significativo: cuando Dios habla o sugiere hay que salir a toda prisa: algo grande nos espera. ¿Lo has experimentado alguna vez? Inténtalo, de verdad. Las sorpresas de Dios son maravillosas, porque nunca engaña. Y hay que contar a los demás lo que Dios quiere y nos quiere. Hazlo ahora tú a María, a José y al Niño. ¡Serás escuchado y amado como nunca! Atento: ahora están ahí también en la escena todos aquellos que a lo largo de los siglos han escuchado este anuncio, lo han celebrado y contemplado… ¡No lo dudes! Por el amor, ensancha tu corazón como se ensancha el de Dios amándote… ¡No lo dudes!
<>Hecha una mirada nueva e intensa a María, la Madre Dios. La que ha hecho posible que esto suceda. Sin ella, Dios no habría podido hacer lo que hizo. Ni la manera cómo lo hizo. Mírala…, con una mirada agradecida. Te puede ayudar a ello contemplar su mirada, que no está absorta o perdida, no, es una mirada serena y honda, admirada, a todo lo que está ocurriendo y viviendo, porque es Madre de Dios-hombre y del hombre que eres tú.
<>María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
-María es Madre de Dios. Este título es, juntamente con el de Virgen santa, el más antiguo y viene a ser el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo invocada de generación en generación, tanto en Oriente como en Occidente. La Madre de Dios es mi madre. ¿La amo yo así? ¿Qué parte tiene en mi vida? Ella te lleva siempre en el corazón.
-Conservaba: no olvidaba nada de lo que iba aconteciendo y viviendo: todos esos acontecimientos extraordinarios (todas estas cosas) en los que Dios la había implicado desde aquel libre “Hágase en mí, según tu palabra”, que un día decidida y confiada le dio. Los guardaba y aunaba en su corazón: y allí los meditaba, es decir, los rumiaba, los hacía pasar una y otra vez por ese centro de amor. Poco a poco María iría captando con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no lograban percibir ni contener. Eran misterios tan grandes, tan grandes, que sólo con la fe podía acoger, aunque no acabase de comprender. ¿Conservo yo los muchos dones recibidos del Señor o se me van perdiendo? ¿Y cómo los conservo? Sencillamente, viviéndolos. Aprende en la escuela de María.
<>José. Contémplale también. Allí estaba José: el bueno y justo José. Embelesado ante el niño, y ante su esposa también. Es todo ayuda, atención y cuidado de los dos: ha sido elegido para eso y es lo que vive, el humilde y sencillo trabajador, que estaba aprendiendo a mirarlo todo con la mirada de Dios. Para él también, la realidad es demasiado compleja como para comprender de golpe; ha de meditarla para llegar a captarla del todo, ¡si es que ello es posible! ¡Mucho hay que aprender de José! ¿Y tú?
<>El Niño. Fíjate ahora solo en Él, contémplale… ¿Qué te dice? ¿Nada? ¡No es posible! Contémplale despacio… El Niño que emite gemidos en el pesebre, aun siendo en todo igual a los otros niños del mundo, al mismo tiempo es totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero Dios y verdadero hombre: el Misterio del que solo podremos comprender algo por la fe, aunque sin comprender todo, pero sí verlo, aquí también. Es el Misterio de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a seguirlo por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada día en un servicio generoso a los hermanos. ¿Qué te dice ahora? ¿No ves su pequeñez, su pobreza, su impotencia, su humildad y humillación?... Pueden ser éstas algunas de su “palabras silenciosas”. ¿Las oyes? ¿Cómo resuenan en tu corazón?
<>¿Y los pastores? ¡Ah los pastores! Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Ellos se movieron gracias al anuncio de los ángeles y lo creyeron. A su vez vieron ellos también todo lo que Dios estaba realizando. ¡Que no es poca cosa! “Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios” (Benedicto XVI). Y empezaron a tener muchos motivos para glorificar al Dios que antes no habían descubierto. Por eso, no tuvieron ni palabra que decir, solo ver, oír, mirar y admirar: habían contemplado muy bien a la sagrada familia, y habían aprendido mucho y a creer mucho más. Piénsalo: ¿cómo podías identificarte con estos pastores y pedir su mirada admirada? En definitiva, vienen a hacer como los ángeles: anunciar la buena noticia y glorificar a Dios. ¡Qué cosa grande! ¿Seré yo capaz de hacer algo así? Dependerá de los frutos que saque de esta contemplación. Todo en ella me está influyendo, afectando… ¡Que yo pueda reflejar algo de ello! No dejes de echar ahora una mirada a tu propio corazón. ¿Qué pasa en él? ¿Qué percibo ahí dentro? Con mucha humildad doy gracias a Dios…
<>El texto termina con la imposición del nombre al niño, ocho días después de su nacimiento, como les habían dicho de lo alto: a María antes, y a José después. Le pusieron Jesús: Dios salva. Jesús es pues el Salvador y la Salvación. Todo lo tenemos en Él. Aprende a repetir en tu corazón el nombre de Jesús: una vez, otra vez, quizá mil veces más a los largo del día. Irá haciendo huella y mella en tu corazón. ¡Prueba, y verás!
Para terminar: Ojalá que el nuevo año que hoy comenzamos con confianza, sea un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento del corazón, que es la sabiduría de los santos. Que el frágil Niño que la Virgen muestra hoy al mundo, -y a ti ahora de una manera muy íntima y personal-, nos haga agentes de paz, testigos suyos del Bien y del Amor Salvador.
del día
Santa María, Madre de Dios
Para empezar: Me retiro, me recojo y…, ante Jesús, María y José, empiezo a mirarlos despacito uno a uno…, y me dejo mirar por ellos…
Leer despacio el Evangelio: Lucas 2,16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Contemplar…, y Vivir…
Es domingo, es la fiesta de santa María, Madre de Dios y es la Jornada mundial de la Paz. Es Año Nuevo, además. Éste es el ámbito espiritual que nos envuelve, el aire nuevo que hoy respiramos. Todo es gracia. Y es compromiso. ¡No lo podemos olvidar!
La escena evangélica es vivaz, llena de movimiento y de alegría, de anuncio y de paz. Quiera Dios que sea así, ahora, nuestra contemplación, Y siempre en el año que empieza.
<>La escena: María, José y el niño acostado en el pesebre. Así de simple. Míralos bien y despacito… Seguro: en las cosas simples y pequeñas está Dios. Esa es su grandeza: la pequeñez, la humildad y la pobreza ¿Me percato de ello? ¿Qué me dicen o sugieren? Lo tomo muy en cuenta.
<>Los pastores llegan corriendo. ¿Por qué? Y les contaron lo que les habían dicho (los ángeles, Dios, claro está) de aquel niño. Ese apresurarse de los pastores es muy significativo: cuando Dios habla o sugiere hay que salir a toda prisa: algo grande nos espera. ¿Lo has experimentado alguna vez? Inténtalo, de verdad. Las sorpresas de Dios son maravillosas, porque nunca engaña. Y hay que contar a los demás lo que Dios quiere y nos quiere. Hazlo ahora tú a María, a José y al Niño. ¡Serás escuchado y amado como nunca! Atento: ahora están ahí también en la escena todos aquellos que a lo largo de los siglos han escuchado este anuncio, lo han celebrado y contemplado… ¡No lo dudes! Por el amor, ensancha tu corazón como se ensancha el de Dios amándote… ¡No lo dudes!
<>Hecha una mirada nueva e intensa a María, la Madre Dios. La que ha hecho posible que esto suceda. Sin ella, Dios no habría podido hacer lo que hizo. Ni la manera cómo lo hizo. Mírala…, con una mirada agradecida. Te puede ayudar a ello contemplar su mirada, que no está absorta o perdida, no, es una mirada serena y honda, admirada, a todo lo que está ocurriendo y viviendo, porque es Madre de Dios-hombre y del hombre que eres tú.
<>María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
-María es Madre de Dios. Este título es, juntamente con el de Virgen santa, el más antiguo y viene a ser el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo invocada de generación en generación, tanto en Oriente como en Occidente. La Madre de Dios es mi madre. ¿La amo yo así? ¿Qué parte tiene en mi vida? Ella te lleva siempre en el corazón.
-Conservaba: no olvidaba nada de lo que iba aconteciendo y viviendo: todos esos acontecimientos extraordinarios (todas estas cosas) en los que Dios la había implicado desde aquel libre “Hágase en mí, según tu palabra”, que un día decidida y confiada le dio. Los guardaba y aunaba en su corazón: y allí los meditaba, es decir, los rumiaba, los hacía pasar una y otra vez por ese centro de amor. Poco a poco María iría captando con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no lograban percibir ni contener. Eran misterios tan grandes, tan grandes, que sólo con la fe podía acoger, aunque no acabase de comprender. ¿Conservo yo los muchos dones recibidos del Señor o se me van perdiendo? ¿Y cómo los conservo? Sencillamente, viviéndolos. Aprende en la escuela de María.
<>José. Contémplale también. Allí estaba José: el bueno y justo José. Embelesado ante el niño, y ante su esposa también. Es todo ayuda, atención y cuidado de los dos: ha sido elegido para eso y es lo que vive, el humilde y sencillo trabajador, que estaba aprendiendo a mirarlo todo con la mirada de Dios. Para él también, la realidad es demasiado compleja como para comprender de golpe; ha de meditarla para llegar a captarla del todo, ¡si es que ello es posible! ¡Mucho hay que aprender de José! ¿Y tú?
<>El Niño. Fíjate ahora solo en Él, contémplale… ¿Qué te dice? ¿Nada? ¡No es posible! Contémplale despacio… El Niño que emite gemidos en el pesebre, aun siendo en todo igual a los otros niños del mundo, al mismo tiempo es totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero Dios y verdadero hombre: el Misterio del que solo podremos comprender algo por la fe, aunque sin comprender todo, pero sí verlo, aquí también. Es el Misterio de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a seguirlo por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada día en un servicio generoso a los hermanos. ¿Qué te dice ahora? ¿No ves su pequeñez, su pobreza, su impotencia, su humildad y humillación?... Pueden ser éstas algunas de su “palabras silenciosas”. ¿Las oyes? ¿Cómo resuenan en tu corazón?
<>¿Y los pastores? ¡Ah los pastores! Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Ellos se movieron gracias al anuncio de los ángeles y lo creyeron. A su vez vieron ellos también todo lo que Dios estaba realizando. ¡Que no es poca cosa! “Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios” (Benedicto XVI). Y empezaron a tener muchos motivos para glorificar al Dios que antes no habían descubierto. Por eso, no tuvieron ni palabra que decir, solo ver, oír, mirar y admirar: habían contemplado muy bien a la sagrada familia, y habían aprendido mucho y a creer mucho más. Piénsalo: ¿cómo podías identificarte con estos pastores y pedir su mirada admirada? En definitiva, vienen a hacer como los ángeles: anunciar la buena noticia y glorificar a Dios. ¡Qué cosa grande! ¿Seré yo capaz de hacer algo así? Dependerá de los frutos que saque de esta contemplación. Todo en ella me está influyendo, afectando… ¡Que yo pueda reflejar algo de ello! No dejes de echar ahora una mirada a tu propio corazón. ¿Qué pasa en él? ¿Qué percibo ahí dentro? Con mucha humildad doy gracias a Dios…
<>El texto termina con la imposición del nombre al niño, ocho días después de su nacimiento, como les habían dicho de lo alto: a María antes, y a José después. Le pusieron Jesús: Dios salva. Jesús es pues el Salvador y la Salvación. Todo lo tenemos en Él. Aprende a repetir en tu corazón el nombre de Jesús: una vez, otra vez, quizá mil veces más a los largo del día. Irá haciendo huella y mella en tu corazón. ¡Prueba, y verás!
Para terminar: Ojalá que el nuevo año que hoy comenzamos con confianza, sea un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento del corazón, que es la sabiduría de los santos. Que el frágil Niño que la Virgen muestra hoy al mundo, -y a ti ahora de una manera muy íntima y personal-, nos haga agentes de paz, testigos suyos del Bien y del Amor Salvador.
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