Miércoles, 06 de noviembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
        del día
 
3º de ADVIENTO
 
Para empezar: Intenta situarte en la paz exterior y sobre todo interior, del corazón… Atiende a la Presencia y al Amor del Señor… Está ahí…
 
Leer despacio el Evangelio: Mateo 11,211
 
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: – ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió: – Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se siente defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: – ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti”.
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.
 
Contemplar…, y Vivir…
 
Juan Bautista vive un momento personal un tanto dramático: en el cuerpo, está en la cárcel de Herodes, por ser testigo de la verdad, y en el espíritu, está desorientado: ha oído hablar de Jesús y le atraviesa el puñal de la duda: este Jesús del que ha oído hablar en la cárcel, las obras que realiza, y lo que dice, ¿será de verdad el Mesías que tenía que venir y para el que había estado preparando a su pueblo? Noche profunda en el corazón del precursor… Le atormenta la duda y por eso ha enviado a dos discípulos a preguntar a Jesús:
<>¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
En esas condiciones, la pregunta es muy humana y muy nuestra. ¿Es Jesús quien trae la salvación?, se pregunta Juan. Y pregunto yo: ¿Es Jesús quien trae mi salvación…, la liberación de toda esclavitud de mi mente y de mi corazón…, de mis límites y pecados? ¿Es Jesús quién da respuesta a los interrogantes profundos que tengo como persona humana, como seguidor de Jesús, como  misionero de la Buena Nueva, como esposo, como hermano, como amigo, como compañero…, cuestionamientos que a menudo me tienen encarcelo? Contemplo la escena y escucho las respuestas que se me pueden dar…, para salir de mi cárcel u oscuridad que me atormenta…
<> Jesús les respondió: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos…, los inválidos…, los leprosos…, los sordos…, los muertos…, los pobres… Contemplo despacio la escena, escucho las palabras, veo lo que hace Jesús. ¡Y los ojos del corazón se me agrandan como platos! ¡Si no lo veo no lo creo! Todo este “desecho” humano para nuestro mundo, tiene la respuesta adecuada, la necesidad cumplida. ¡Atento a esto, porque tú puedes tener ahora mismo la respuesta que buscas o necesitas! Jesús no responde con un sí o con un no, sino que se remite a las obras que él realiza para mostrar cómo ya han empezado los tiempos nuevos, es decir, los tiempos mesiánicos tal y como habían anunciado los profetas: Dios está ya en el mundo, anda ya entre los suyos, siendo la respuesta esperada por todos.  Hoy también se dan esas obras, muchas, sí, muchas… ¿Las veo? ¿Qué me dicen? ¿Las realizo yo también o sigo sentado en mi sofá? Cada vez que nosotros hacemos esas obras de misericordia y otras parecidas, aunque sean simples o pequeñas, Dios está actuando a través de nosotros. Haciendo obras liberadoras y de bien con nosotros. ¡Yo no puedo! Muy cierto. Pero el Espíritu está en ti para hacerlo posible. ¡Déjate llevar por Él!... Y Jesús remacha sus hechos con esta contundente bienaventuranza:
<>¡Y dichoso el que no se siente defraudado por mí! Contempla y escucha; estás palabras son hoy dirigidas a ti. Es feliz y bienaventurado aquel que no encuentra obstáculos en Jesús: Jesús no es un obstáculo para vivir la vida, porque Él es la Vida; no es un obstáculo para la alegría, porque Él ha venido a sanar los corazones afligidos (alegría); no es un obstáculo para la Verdad, porque Él es la Verdad; no es un obstáculo en las dificultades de la vida, porque Él es la Luz y quien le sigue no camina en tinieblas; no es un obstáculo que complica la existencia, porque, nos ha dicho, “vosotros sois mis amigos”. No es un obstáculo en el camino de la fe, la esperanza, el amor, el sacrificio, la entrega porque Él ha vivido todo eso, lo conoce y nos ha dicho: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Sólo él es la Bienaventuranza. ¡Nunca ha defraudado a nadie y promete la vida eterna! ¿Soy yo uno de esos felices? ¿O todavía no me lo que creo, no me fío, y no doy el paso para vivir el Evangelio y anunciarlo con la vida?
<>Marcharon los discípulos de Juan, y Jesús comenzó a hablar directamente de él: deja muy clara la identidad y misión de su primo Juan el Bautista: Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti”.
Por si acaso, les hace unas preguntas para que quede claro: no es una caña que se dobla con el viento de cualquier verdad o doctrina. De hecho, va a morir decapitado por proclamar la Verdad y el Bien. Tampoco es un rico caprichoso y poderoso, para hacer lo que le guste, sino que vive en el desierto, apenas se alimenta y viste mal. Juan es más que un profeta, el  más grande de todos los hombres: es lo máximo a que puede llegar la humanidad con su esfuerzo. Es el signo viviente de vida nueva, la de Dios, la que Jesús trae a la tierra para todos. Es mucho más que un profeta. Y de ese modo, es el mensajero que prepara el camino del Señor que viene y ya está aquí. ¿Soy yo hoy el signo viviente de que Jesús está aquí y está vivo? ¿Soy con mi vida un mensajero semejante, que tanto y tantos hoy todavía esperan para su vida?
<>Jesús añade todavía algo muy importante: Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.
Si Juan Bautista es grande, -y lo es-, más grande aún es quien pertenece al Reino de los cielos. ¡Casi nada! Entendamos bien: el Reino de los cielos es Jesús mismo y lo que Jesús hace presente con su vida, con su palabra y sus gestos. ¿Y quiénes son los pequeños del Reino de los cielos? Entre otros, los podemos identificar claramente en el texto de este Evangelio que contemplamos: son los que reconocen su ceguera y se dejan curar para ver la luz del Señor; son los que reconocen su sordera y se dejan abrir el oído para oír y escuchar las Palabras del Señor y guiarse por ellas, conscientes de que ellas nunca pasarán de moda, por más que a tantos les parezcan viejas y políticamente incorrectas; son los inválidos que se dejan reanimar y enderezar para poder seguir a Jesús, haciendo camino con Él en el anuncio de la Buena Nueva que Él trae a la tierra; son los leprosos, manchados y llagados en el cuerpo y en el alma por sus muchos pecados, que se dejan amar y abrazar por el perdón y la reconciliación de Dios, para poder ellos ser misioneros de la misericordia y del perdón a los demás Son los muertos porque ya no tienen fe, ni esperanza alguna, y mucho menos amor a Dios y a los demás, que se dejan tocar por la mano de Jesús, invitándoles a vivir la vida y la resurrección, porque Él mismo es la Resurrección y la Vida: “el que cree en mí, aunque hay muerto vivirá”, para poder ser testigos vivos de la Vida misma. Son los pobre, muy pobres -en pobreza material y espiritual- que por ser tan pobres sólo tiene un apoyo en esta vida: el Señor. No tienen más. Sólo Él es su apoyo y defensa. Lo saben y lo viven. Todos estos son los pequeños del Reino, que, por serlo, son mucho más grandes que Juan Bautista. Ahí es nada.
Ahora hago mías las palabras de Jesús y, mirándole con hondura y serenidad a los ojos, le y me pregunto: ¿Soy yo uno de esos pequeños? Identifico dónde está mi pequeñez… ¿O todavía quiero ser de los grandes y de los que aspiran a las grandezas de este mundo? ¿Tengo aún que aprender a ser pequeño? ¿En qué? El Adviento me ofrece grandes oportunidades, para poder, en Navidad, estar muy cerca del Pequeño de Belén. ¿Será así? Aquí está la fuente de la auténtica alegría cristiana. Alegrémonos. Es la hora.
 
Para terminar: Comparte con Jesús aquellos sentimientos, deseos, etc., que hayan surgido en esta contemplación… En lo posible, con una confianza y esperanza sin límites. Y por supuesto con mucha alegría, porque está ya cerca el Señor. Acércate a Él.
 
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