Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
      del día
 
 
Para empezar: Es éste el momento del encuentro libre y deseado con el Señor. Recógete… Serénate… Silencia tu mente, tu cuerpo, todo tu ser, para que pueda hablar el Señor y ser escuchado, mientras contemplas su persona y escuchas sus palabras... Invoca al Espíritu Santo…
 
Lee despacio el Evangelio: Lucas 23,35-43
 
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”: Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificado lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
 
Contemplar… y Vivir…
 
Con este domingo y su semana concluye el Año Litúrgico, con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Y empezará otro nuevo ciclo litúrgico el próximo domingo.
En una tal solemnidad, no nos extrañe que el Evangelio del día sea un breve pasaje de la Pasión del Señor. ¿Qué significa esto? Contempla…
<>La composición de lugar, las circunstancias en que se dan los hechos en las que me he de situar para contemplar el Evangelio, es fácil: el Calvario y a Cristo crucificado y escarnecido por varios de los allí presentes. Y ver lo que sucede, las personas y los hechos; oír lo que dicen, y mirar sin pestañear, en lo que allí se hace. No puedo olvidar que lo que está pasando Jesús, lo vive por todos y personalmente por mí. Le pido luz para ver y comprender, y corazón para en todo amarle y amar a los demás a su estilo.
<>Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Es ésta la afirmación central del texto evangélico de san Lucas, que  quiere poner de relieve que Jesús, el crucificado, es Rey. La palabra rey y reino es la que se repite en el texto, en boca de aquellos que vociferan contra Él. Pero, ¿qué tiempo de Rey es éste? ¿Cuál es su poder, si está crucificado? ¿Cuáles los signos de su realeza, si está sangrando, desnudo, humanamente destrozado y siendo la burla de muchos? Pues sí, aquí está la gran paradoja de la Realeza Universal de Jesucristo. ¿Creo yo, y defiendo, a Jesús como Rey y Señor de mi vida? ¿Rey y Señor del Universo?
<>Contempla, contempla… Los gestos y los insultos, las palabras de burla de las autoridades religiosas, de los soldados y de uno de los malhechores crucificados con Jesús, el rótulo clavado en lo alto de la cruz… Indican la verdadera naturaleza de la realeza de Jesús. Jesús calla, no contesta. Jesús es dueño y señor de sí mismo, digamos que domina la situación con su humilde silencio. Está viviendo serenamente la voluntad misteriosa del Padre, que definitivamente aceptó en Getsemaní: sufrir y morir amando como nadie ha amado, dando la vida por la salvación de todos los hombres sus hermanos. Calla porque ama al Padre y a quienes le están insultando con sus burlas y palabras. Lo acoge todo por amor. Está patentemente mostrando que su vida, su pasión, su dolor tienen una clave poderosa: su amor extremo y máximo a la voluntad del Padre y a la salvación de los hombres sus hermanos. Ahí está todo el poder y la realeza de Jesús. Para nuestro mundo, es una realeza imposible, desacertada y sin sentido. Lo mejor sería, conforme a criterios mundanos, tapar la boca a cuantos allí vociferan contra Él, con algún milagrito. Pues no. El poder del Amor no actúa así. El poder del Amor paga Él, para que los demás sean absueltos. Ese es el poder del Amor. Esa, su Realeza. Y yo, ¿lo creo así? ¿Le acojo así? ¿Le amo así? “En la debilidad se muestra mi fuerza”, dice Dios. ¿Estoy convencido de ello? ¿Cómo lo vivo yo con respecto a Jesús y sobre todo a los demás?
<>“Que se salve a sí mismo”. Tres veces se repite de una manera o de otra: “si es el Mesías, si es Rey, que se salve y nos salve… Siguen insistiendo que para creerle tiene que mostrar el gran poderío del Mesías-Rey que ellos esperaban: acabar con todos los enemigos de Israel y ser el pueblo dominador de todos, porque elegidos de Dios. Ni lo entienden ni lo entenderán. ¡Qué difícil es creer a Dios cuando sus planes son distintos a los nuestros! En esos casos, queremos hacernos un Dios a nuestra medida, y eso no es posible; ni sería bueno ni conveniente en definitiva para nosotros. ¿Por qué no dejamos a Dios ser Dios? ¿Por qué? Porque queremos suplantarle con nuestros deseos y manera de ver. Jesús no. Y así manifiesta su poder: su Padre Dios ante todo y sobre todo, porque Él es Amor en acto concreto, misericordioso y salvador, a través de su entrega. Y yo, ¿le suplanto a Dios en mi vida anteponiendo mis deseos, mis intereses, mis caprichos, mis placeres y conveniencias? ¿Cuándo? ¿Por qué?
<>“No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Esta atrevida incitación funciona, además, como una tentación para Jesús. Una tentación al estilo de las que le propuso el diablo en el desierto al comienzo de su ministerio. La tentación es ésta: Jesús es invitado a evitar la cruz. Cuando Jesús está sufriendo intensamente, esta tentación es terrible. En su silencio, Jesús está también luchando contra esta insidiosa y pegajosa tentación: la posibilidad de elegir otra vocación de tipo diferente: una figura política y de poder humano. ¿Por qué no? En definitiva, ¿no dará los mismos resultados sin necesidad de tantos y tan tremendos sufrimientos? Eso nos parece a nosotros también en muchas ocasiones. Pero no; no es lo mismo. ¿Por qué? En definitiva porque no es esa la voluntad de Dios. Jesús no da ningún tipo de respuesta a las  burlas y, en un silencio lleno de amor, permanece fiel a la voluntad de Dios. He aquí lo que importa. Y yo, ¿estoy convencido de ello? En silencio, adoro a Jesús en su silencio doliente, pero lleno de amor al Padre y nosotros, a mí en concreto. Guardo silencio, mientras acojo ese silencio del Señor en cruz por mí. Así, una vez más, Jesús está mostrando su Realeza, el dominio que tiene sobre el diablo y sobre sus tentaciones. ¡Eso es Poderío! ¡Eso es Amor Poderoso, por mí!
<>Jesús no se salva a sí mismo precisamente para salvar a los demás. “Me amó y se entregó por mí”, afirma san Pablo, con rotunda experiencia personal. Y Jesús mismo afirmó: “Nadie me quita la vida, soy quien la doy libremente”. Ahí está su gran Poder y Realeza en salvar a todos los hombres, da su vida por Amor y para Amar, lo que nadie, nadie podía hacer. Es luminoso: Jesús está absolutamente comprometido con el plan misterioso de Dios, su Padre, que incluye la traición, la pasión-muerte-resurrección. En la cruz, solo en la cruz con la falta absoluta de poder que conlleva, Jesús puede demostrar la autoridad que le permite salvar a los malhechores, los burlones y los dirigentes religiosos de su pueblo.
Está muy claro, al rechazar con su silencio las voces de la tentación que le acecha en esos momentos, Jesús nos muestra qué tipo de rey es: un rey que confía en la voluntad divina, -y sólo en ella-, que le lleva a la cruz, y en la obediencia filial y amorosa a esa voluntad, más allá de cualquier lógica humana y argumentos de hombres.
Así es la Realeza de Jesús, Rey del Universo. Y Yo, en mis dificultades y cruces, ¿acato y vivo la voluntad del Padre? Ante cualquier tentación, dificultad o cruz. ¿Soy filialmente obediente al Padre que me ama? ¿O paso de esa voluntad, de esa obediencia y de ese amor?
<>¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?
Ponte sereno a contemplar la escena y detente en ella cuanto creas necesario… Tú también puedes sentirte tocado dentro por Jesús…    
Dos ladrones están crucificados al lado de Jesús, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Los dos sufren su dramática situación; ven y oyen lo mismo, tienen a Jesús cerca, a su lado; palpan su extraña manera de sufrir y su silencio. Pero no reaccionan lo mismo. ¡Misterio de la libertad humana! Así nos pasa a nosotros los humanos ante el dolor. Unos reaccionan bien y otros mal. Y yo, ¿cómo reacciono ante el dolor y la dificultad? ¿Protestando, como la mayoría de la gente? ¿Puede ser eso cristiano?
Uno de ellos, ante su situación de dolor y muerte reacciona con violencia; el otro, todo lo contrario. Uno no puede más y gritando, insulta a Jesús como los demás. El otro, que solemos llamar el buen ladrón,  ya ha sido internamente tocado por el amor salvador de Jesús y le ha abierto el corazón, por eso su reacción: reprocha al compañero de no temer a Dios estando en el mismo suplicio, al tiempo que reconoce su propio pecado y la inocencia de Jesús: lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. ¿Cómo lo sabe? Y ahora añade lo inesperado: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. ¿Qué ha pasado? No podía haber hecho cosa mejor: ha creído en Jesús como el inocente Cordero llevado al matadero, al mismo tiempo que le reconoce rey de un reino, pues le llama por su nombre y le hace una petición increíble: que se acuerde él, cuando allí esté. Luego es un Rey y un Reino que no es de este mundo. Le reconoce, pues, como Mesías Salvador y Salvación. ¡Qué fe y qué oración, la de este ladrón!  ¡Qué súplica tan sentida y deseada! Ha creído en Jesús Rey y ha orado con un corazón humilde, ardiente y lleno de fe en su perdón y amor. ¿Cómo no va a responder Jesús con inmediatez, claridad y contundencia?
<>Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Es lo mismo que decirle: no lo dudes ni un instante, fíate de mí, confía en mis promesas. Y para que veas: hoy, no mañana o en un futuro incierto, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. En esta afirmación aparece Jesús mismo como el Paraíso, por tanto, como el Rey y el Reino en el que el agonizante sabe que su vida será acogida. El buen ladrón ha entendido la lógica del Rey clavado en la cruz. Ha descubierto en Jesús, un hombre clavado en el madero, desangrándose, sí, pero Éste es verdadero Rey y Señor.
Es que ahí y así, en la dramática cruz, en la humillación y en el abajamiento más atroz, Jesús ha vencido a todos los enemigos del hombre: el pecado, la incredulidad, el mal, el infierno, la muerte, los afectos desordenados del corazón humano, etc. Domina, con la realeza del Amor, en el corazón humano que le abre y le acoge. Domina entonces sobre los enemigos de ese corazón humano, le llena de su Presencia y le hace libre, lleno de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz. Y como en ese corazón humano, en el mundo de relaciones que él va construyendo día a día. ¿Y yo?... ¿Qué valor doy a la cruz, no a llevarla al cuello, sino a tenerla en la vida y cargar con ella? Se dan muchas ocasiones así en nuestro largo vivir. ¿O reacciono queriendo tirarla de mis hombres? ¿Quiero que Jesús sea de verdad mi Señor y Rey de mi corazón y de mi vida? Pero Jesús crucificado, no hay otro. Para muchos hoy es locura, para el cristiano discípulo misionero, no; sabe que la ciencia de la cruz es la ciencia del Amor, de la Resurrección y la Vida, porque ese es el Cristo Crucificado-Resucitado, el Cristo Rey de su corazón y su vida. ¿Qué es para mí?
 
Para terminar: Es el momento de postrarse y adorar la cruz de Cristo, y besarla… Ella es el símbolo más elocuente del Amor extremo, del Amor Mayor con el que Cristo nos ha salvado… Es hora de adorar y besar, como hacemos el Viernes Santo…
 
Durante la semana: es bueno que te detengas en algunos de estos pasajes del evangelio de hoy, sobre Cristo crucificado, Rey de verdad. Tal vez, lo mejor sea repetir, a lo largo de la semana, la actitud de fe y súplica del buen ladrón, mientras dices: Jesús, acuérdate de mí en tu Reino, que también es mi corazón. Y repetirlo con cierta frecuencia.
 
 
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